El Plan B es el desafuero
Columna JFM

El Plan B es el desafuero

En varias oportunidades Manuel Camacho Solís, que se ha convertido en la figura más visible en el impulso a la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador, se ha referido a la existencia de un ?Plan B? en caso de que su candidato sea dejado fuera de la contienda presidencial por una decisión judicial, en relación con el caso de El Encino. Se supone que el Plan A es la participación en una campaña electoral tradicional. Tanta insistencia parece extraña pero no lo es: existe una posibilidad real de que López Obrador sea desaforado y porque ante la situación que priva en el PRD pareciera que la hipótesis de la descalificación judicial para impulsar un movimiento social no está fuera de las consideraciones del jefe de gobierno.

En varias oportunidades Manuel Camacho Solís, que se ha convertido en la figura más visible en el impulso a la candidatura presidencial de Andrés Manuel López Obrador, se ha referido a la existencia de un “Plan B” en caso de que su candidato sea dejado fuera de la contienda presidencial por una decisión judicial, en relación con el caso de El Encino. Se supone que el Plan A es la participación en una campaña electoral tradicional. Tanta insistencia (incluso ha dicho que López Obrador podría dirigir por internet las acciones de sus simpatizantes desde la cárcel, aunque él se viera impedido de ser candidato) parece extraña pero no lo es: primero, porque existe una posibilidad real de que López Obrador sea desaforado, y segundo, porque ante la situación que priva en el PRD pareciera que la hipótesis de la descalificación judicial para impulsar un movimiento social marcado por las movilizaciones e incluso la violencia, no está fuera de las consideraciones del jefe de gobierno. Al contrario, parece ocupar un espacio importante en su estrategia.

Evidentemente y como se ha dicho, López Obrador no ganará con los votos perredistas. Hoy el PRD apenas si alcanza los cuatro millones de votos. Para triunfar en los comicios del 2006 se necesitarán, como muy mínimo, 12 millones, la cifra probable tendrá que estar entre 14 y 16 millones de votos. ¿Cómo le hace un candidato para hacer crecer su votación en tres, cuatro y hasta cinco veces, cuando ha generado sí simpatías pero también mucha polarización, muchas opiniones negativas y sobre todo cuando su partido parece estar desmoronándose internamente? Una opción es colocarse como víctima de la injusticia del régimen e impulsar un movimiento popular contra ella que ponga la confrontación en un nivel diferente al electoral y coloque al gobierno federal, sobre todo, contra las cuerdas de la represión o la sumisión. No es diferente a lo que hizo en su momento Hugo Chávez y le permitió posteriormente, luego de un paso por la cárcel por organizar dos intentos de golpe de Estado, llegar a la presidencia sobre los escombros del anterior régimen; o incluso lo que le permitió a Kichner llegar al poder en Argentina con poco más de 20 por ciento de los votos, luego de la destrucción política e institucional que la represión de las manifestaciones populares en su contra ocasionaron al régimen de De la Rúa. Es verdad que Kichner, a diferencia de Chávez, no organizó esos movimientos, pero sin ellos y sin el brutal deterioro de todos los políticos tradicionales (como lo demostraba aquella consigna de “que se vayan todos”), hubiera sido casi imposible que llegara al poder.

De las crisis surgen las oportunidades y con todas las diferencias de espacios y tiempo, Camacho está impulsando con López Obrador la misma estrategia con la que buscó situarse como alternativa a Colosio en 1994: el levantamiento zapatista le permitió a Camacho distraer tanto la atención de la campaña y las propuestas de Colosio que colocó el escenario político fuera del electoral. Un mitin con miles de personas no era noticia, el anuncio de una conferencia de prensa de Camacho derrumbaba la Bolsa. Y con esa lógica, Camacho, que sabía que no tenía la mayoría del PRI en la búsqueda de la candidatura, pensaba obtenerla por la presión social, de algunos medios y los “movimientos ciudadanos”. Y estuvo cerca de lograrlo.

No parece ser muy diferente lo que está haciendo ahora López Obrador. El desafuero es su verdadero Plan B. Es, sin duda, un peligro para López Obrador que puede dejarlo legalmente fuera de la jugada en el 2006. Pero el mismo desafuero puede funcionar como una oportunidad de oro para poder alcanzar el poder a través de un proceso que no necesariamente pase por una campaña electoral ortodoxa. Porque sin un movimiento social de amplísima cobertura y sin un gobierno que en la respuesta al mismo se equivoque mucho, sería muy difícil para López Obrador ganar el 2006. Su partido no tiene estructura, está perdiendo presencia en la mayoría de los estados; en casi todas las últimas elecciones para mantener su caudal electoral ha tenido que recurrir a candidatos externos (y lo mismo sucederá en Guerrero, Quintana Roo e Hidalgo, en los comicios de febrero y en julio próximo en Nayarit y Estado de México), cuya disciplina con ese partido es por lo menos escasa.

En la elección de presidente del partido de marzo próximo puede suceder cualquier cosa: quien tienen mayores posibilidades de ganar, la corriente de los Chuchos que encabeza Jesús Ortega, sabe que, al mismo tiempo, como ya le ha pasado, puede generar una reacción en su contra que lo deje afuera del liderazgo partidario. Los grupos ultras que consideran a López Obrador una obra suya, ya están trabajando: Agustín Guerrero, presidente del PRD-DF y cercanísimo colaborador de René Bejerano demanda, nada más y nada menos, que la expulsión del cardenismo del partido…cardenista. Dice que su tiempo, el del cardenismo, ya pasó, pero en realidad quiere decir que no aceptarán ningún tipo de oposición ni en su partido ni fuera de él.

Algunos de sus compañeros de ruta, los integrantes del Frente Popular Francisco Villa, que todos los organismos de inteligencia ubican como relacionados con distintos grupos muy radicales, pretende quedarse, nada más y nada menos que con la presidencia del PRD en la capital del país. Pueden hacerlo, lo que resultaría indudable es que ello provocaría una alejamiento inmediato de las clases medias del perredismo.

¿Cómo remediarlo, cómo aprovechar esos grupos ultras? Con las redes ciudadanas que impulsa Camacho y, sobre todo, con el Plan B: pasando por el desafuero e impulsando la imagen de la víctima y el complot, buscando una “injusticia” que justifique un movimiento social lo suficientemente duro como para colocar en crisis al sistema político y aprovechar, entonces, tanto sus vacíos como esos grupos radicales que de otra forma no sirven para alcanzar el poder. Con un agregado: el proceso de desafuero de López Obrador coincidirá, en el tiempo, con la sucesión interna del PRD. ¿Y qué mejor argumento para exigir la unidad en torno suyo que la amenaza del desafuero?

Murat, “árbitro vendido”

“Claro que quiero dirigir el PRI, porque el que sea dirigente debe tener la capacidad de enfrentar un desafío como el que viene. Primero, se requiere de un árbitro neutral para el proceso interno, y en segundo, alguien con capacidad suficiente para conducir el partido en las elecciones del 2006". Lo anterior no fue declarado por algunos de los hombres o mujeres respetados dentro y fuera del PRI, no lo dijeron Beatriz Paredes o Mariano Palacios o Genaro Borrego, sino, nada más y nada menos que José Murat, el más desprestigiado de los autopostulados dirigentes priistas, el hombre que dejó el gobierno de su estado con la más baja de las calificaciones de todos los gobernadores el año pasado y el mismo que es acusado de innumerables golpes bajos, sobre todo por los propios miembros de su partido. ¿Se imagina usted a un hombre famoso por sus “manejos” de todo tipo haciendo de árbitro en el proceso interno del PRI? Nadie podría creer ni en el árbitro ni en la legitimidad de esa elección. Es como si colocaran a Cuauhtémoc Blanco de árbitro en un América-Chivas o a Bejarano de juez en el proceso contra Carlos Ahumada.

¿Se imagina al PRI dirigido por Murat, rumbo al 2006?¿Quién le habrá dicho que la suya es “capacidad suficiente” para encabezar un partido? Salvo, claro está, que alguien esté pensando en repetir la operación de “limpieza y pulcritud” con que Murat hizo ganar a su partido en Oaxaca (a pesar de que su autoatentado le costó, según cifras internas del propio PRI, 12 puntos al tricolor en ese proceso). Una cosa es segura: si alguien quisiera provocar una ruptura institucional inmediata en el PRI, debería tomarle la palabra a Murat e impulsarlo como presidente de ese partido. Nadie provocaría una fractura con tanta facilidad.

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