13-03-2014 Hay muchos mitos sobre el Chapo Guzmán y el mayor de ellos gira en torno a su fuga en el 2001, y esos mitos, con el paso del tiempo y ahora con su recaptura han vuelto a crecer.
En por lo menos dos libros hemos tratado con amplitud el tema. Uno se publicó a finales del 2001, y se llamó El otro Poder, la redes del narcotráfico, la política y la violencia en México (Aguilar, 2001) y el otro, mucho más reciente, tiene un largo y meticuloso capítulo al respecto, el libro se llama La batalla por México, de Enrique Camarena al Chapo Guzmán (Taurus, 2012). Vamos a reiterar aquí parte de la historia que contamos en ese libro, la verdadera historia de la fuga de El Chapo, basada en testimonios y documentos recogidos en aquellos momentos y años posteriores.
“Era el 7 de noviembre del año 2000. Faltaban tres semanas para que Vicente Fox asumiera el poder y 73 días para que uno de los principales narcotraficantes del país, Joaquín El Chapo Guzmán desapareciera del penal de máxima seguridad en Puente Grande. Ese día tres custodios fueron citados dentro del propio reclusorio por tres comandantes de la seguridad del mismo. Les dijeron que decidieran de una vez si aceptaban o no ser parte del equipo de protección de “los jefes” y les recordaron que a más tardar, el 20 de noviembre tenían que tomar una decisión, porque para el primero de diciembre, cuando entrara en funciones el nuevo gobierno, “tenían que encontrar todo en orden” para “no ser molestados”.
El problema es que “los jefes” de los comandantes encargados de la custodia del penal no pertenecían a ninguna autoridad gubernamental: “los jefes” eran El Chapo Guzmán, Jesús Héctor El Güero Palma y Arturo Martínez Herrera, El Texas, los tres principales detenidos. Ser parte del equipo de protección de “los jefes” incluía la exigencia “no ver ni escuchar nada, permitir que gocen de privilegios como deambular por las distintas zonas del penal con libertad, introducir licores y vinos y por supuesto mujeres, contar con celdas de lujo y teléfonos celulares, sus celdas no podían ser revisadas”.
Por ser parte de ese “equipo de seguridad” se pagaba a cada custodio 2 mil 500 pesos al establecer el acuerdo y luego 250 pesos extras por cada día de guardia. La propuesta era realizada por los comandantes Marco Fernández Mora, Pedro Pulido Rubira y Juan José Pérez Díaz. Su jefe era Luis Francisco Fernández Ruiz, director de seguridad del penal y tenían el beneplácito (o la ignorancia) del director del penal Leonardo Beltrán Santana. Otro comandante Jaime Valencia Fontes, alias El Negro, era el encargado de pagar esas “gratificaciones”.
“Antes de aceptar la propuesta, a los custodios que se mostraban remisos se los trataba de convencer con un método antiguo pero generalmente efectivo: emboscados por sus propios compañeros cerca de sus domicilios en la noche, recibían una terrible golpiza a tubazos. Los demás eran encerrados dentro del propio penal para que consideraran su decisión luego de ser careados con “el jefe”, el propio Chapo Guzmán que les preguntaba porqué no querían estar con él y les platicaba de los beneficios que podrían recibir mientras los otros custodios les explicaban que no se trataba de un acto de corrupción sino de “pequeños privilegios que no comprometen a nadie…”
“Esos testimonios estaban en manos de algunas autoridades desde meses atrás, por lo menos desde febrero de 1999, y fue parte de un flujo constante de información que no se detuvo hasta horas antes de la fuga y que por negligencia o complicidad, las propias autoridades ocultaron…”. Mañana continuaremos con esta historia.
La detención de Hipólito Mora
Las autodefensas de Michoacán surgieron con distintos orígenes e intenciones, con personajes que provienen de diferentes ámbitos, muchos de ellos productores cansados de la expoliación cotidiana de la Familia y los Templarios; otros que simplemente querían recuperar la tranquilidad de sus comunidades y familias; hubo muchos que en algún momento colaboraron, directa o indirectamente, con los grupos criminales (asumiendo que en toda la Tierra Caliente la presencia de esos grupos es prácticamente endémica y se ha registrado durante muchos años) y los hay que fueron impulsados a hacerlo por otros grupos criminales para desalojar los espacios de los templarios para ocuparlos ellos mismos.
El enfrentamiento que se dio entre dos grupos de la principal de las autodefensas en Buenavista Tomatlán, luego de que fuera asesinado uno de sus integrantes el viernes pasado, puso de manifiesto los distintos intereses que en esa organización coinciden, y también como las soluciones de violencia no devienen sólo de los grupos criminales. Uno de los principales líderes de las autodefensas, Hipólito Mora fue detenido acusado de ese crimen y el tema puede o debe resumirse en un punto: sean grupos criminales o autodefensas, el imperativo en Michoacán debe ser que no haya impunidad.
Jorge Fernández Menéndez