Zeferino y la triple amenaza: narcos, caciques, ultras
Columna JFM

Zeferino y la triple amenaza: narcos, caciques, ultras

Pocos resultados recientes han sorprendido tanto como el del domingo en Guerrero. No necesariamente por el triunfo de Zeferino Torreblanca, que en buena medida era previsible. Pero las encuestas, los analistas y los propios partidos participantes preveían una elección cerrada entre el empresario candidato del PRD y el senador priista Héctor Astudillo. No hubo nada de eso: la diferencia fue superior a los cien mil votos, más de 13 puntos de ventaja tuvo en su favor el ex alcalde de Acapulco.

Pocos resultados recientes han sorprendido tanto (y tan gratamente) como el del domingo en Guerrero. No necesariamente por el triunfo de Zeferino Torreblanca, que en buena medida era previsible. Pero las encuestas, los analistas y los propios partidos participantes preveían una elección cerrada entre el empresario candidato del PRD y el senador priista Héctor Astudillo. No hubo nada de eso: la diferencia fue superior a los cien mil votos, más de 13 puntos de ventaja tuvo en su favor en ex alcalde de Acapulco.

A partir del resultado se ha hablado mucho sobre quiénes han sido los ganadores y los perdedores del proceso y se ha obviado un punto fundamental: el PRD ganó la elección por muchas razones pero la fundamental fue porque su candidato fue Zeferino Torreblanca. Con ningún otro aspirante hubiera sacado este resultado. Es verdad que el perredismo y sus aliados realizaron un serio trabajo de organización en el estado; que lograron establecer un esquema de acuerdos internos que impidió la ruptura que se esperaba cuando el candidato fuera un empresario independiente, que fue presidente de la Coparmex local y que apuesta en forma decidida al mercado y a la seguridad pública; que incluso logró trascender a los desgarramientos internos derivados de los videoescándalos: es inocultable que Torreblanca es un hombre que fue acercado al PRD por Rosario Robles, por Ramón Sosamontes, por Cuauhtémoc Cárdenas. Es verdad también que en su caso, Andrés Manuel López Obrador nunca se opuso a Torreblanca, ni antes ni ahora, pero tampoco puede presumir que fue un hallazgo político suyo. Pero fue el programa y la personalidad de Torreblanca la que marcó la elección. El ex empresario, aunque lleva muchos años postulado por el PRD (a alcalde, a diputado, a gobernador), nunca se ha afiliado a ese partido, tiene muy buenas relaciones en el priismo desde las épocas de José Francisco Ruiz Massieu como gobernador y con panistas por historia personal; un capítulo decisivo para su triunfo se debe hallar en la defección de numerosos priistas en su favor, sobre todo en el caso de Carlos Sánchez Barrios que pasó de ser, luego de un grave (y absurdo) accidente, del delfín del gobernador a uno de los principales colaboradores de Torreblanca. El caso de Sánchez Barrios fue importante pero ni fue el único ni tampoco estuvo ausente el enfrentamiento entre distintos cacicazgos locales, que provocó una dispersión de fuerzas en el PRI.

Pero, el hecho es que esas expectativas se generaron de alguna forma siguiendo el camino exactamente contrario al que recorre, por ejemplo, López Obrador. Torreblanca ha apostado a evitar las confrontaciones inútiles, se ha movido al centro (algunos dirán que lo hizo desde la derecha, no desde la izquierda), tiene el apoyo empresarial, se alejó de las prácticas populistas y clientelistas en su gestión en Acapulco, está sinceramente preocupado por la seguridad pública y pocas cosas están más alejadas de su forma de hacer y entender la política que el discurso de “nosotros los pobres, ustedes los ricos” que utiliza el jefe de gobierno. En resumen: Torreblanca no polarizó sino que concentró apoyos y eso le ha permitido este triunfo tan notable en un estado como Guerrero.

Zeferino, sin embargo deberá enfrentar a tres poderosos enemigos. Por una parte los externos, sobre todo lo más tradicionales cacicazgos guerrerenses que querrán mantener su influencia local. También, a los grupos del crimen organizado, sobre todo del narcotráfico con una fuerte presencia en el estado y en varias regiones de éste, donde también mantienen relaciones con los grupos armados que operan en la entidad y con su propio partido. Y ahí, en el interior del PRD, o de grupos que se dicen perredistas, tendrá un peligroso adversario Zeferino. Recordemos, por ejemplo, lo sucedido la misma noche en que hace casi seis años, el 4 de octubre de 1999, ganó la alcaldía de Acapulco.

Esa noche, luego de festejar el triunfo, uno de coordinadores de campaña, Marco Antonio López García, sufrió un atentado en el que resultó gravemente herido y donde murió su hijo. Originalmente se habló de una venganza, de una advertencia a Zeferino, de un golpe de los caciques priistas. No fue así, se trataba de una ejecución organizada desde los grupos ultraizquierdistas infiltrados en el PRD, que buscaban desestabilizar a ese partido y “eliminar” adversarios internos para ocupar posiciones en el escalafón del poder (e incluso algunos beneficios personales). La historia es larga pero recordemos algunos aspectos fundamentales de ella: dos días después del atentado fue detenido el diputado electo por el PRD, Juan García Costilla, acusado de ser el autor material de esa agresión contra su compañero de partido. Antes había sido detenido Angel Guillermo Martínez González, también militante del PRD, quien aceptó ser el autor material del atentado. Ambos y otros detenidos, resultaron ser militantes del PRD, pero en realidad se habían infiltrado en éste desde el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI) una escisión del EPR.

La investigación se había iniciado meses antes de los hechos, cuando se descubrió un “buzón” con armamento de esa organización en Acapulco, donde vivían Virginia Montes González y Angel Guillermo, dirigentes de la célula del ERPI en el puerto, que resultaron ser, además, afiliados al PRD local. A partir de ese allanamiento se descubrió además un campo de entrenamiento en Ayutla de los Libres. En la vivienda se encontraron mil 700 cartuchos y ocho cargadores para AK-47, 13 uniformes color verde y café con los que se identifica el ERPI, 18 cachuchas con las siglas de esa organización, capuchas, radios, scanners para interceptar llamadas telefónicas, ocho bombas molotov y una bandera del PRD, junto con documentos del ERPI y de la antigua ACNR guatemalteca. Esta era la misma célula que había irrumpido en un par de actos del entonces candidato a alcalde Zeferino Torerblanca (y que originalmente se pensó que eran provocaciones para golpear su candidatura) y que había realizado acciones de propaganda armada en varias colonias en el contexto de la campaña.

El ocho de octubre, en conferencia de prensa, el PRD local denunció el secuestro de Angel Martínez González y dijo que el mismo, como el atentado contra López García era parte de la escalada de violencia contra su partido. Lo cierto es que Martínez González había sido detenido por su participación en el ERPI. Pero al ser detenido confesó que había sido, también, el autor material del atentado contra López García, que había sido contratado para ello por el diputado local Juan García Costilla y por su hijo Amílcar García. Según el testimonio de Martínez González, quince días antes de la elección fue invitado a una reunión en la cual García Costilla, acompañado por otras cuatro personas, le indicó de la “necesidad de eliminar a López García” porque éste se estaba “quedando con la mayoría de los puestos del Ayuntamiento” en el caso de que ganara Zeferino. Entre los grupos de García Costilla (que había militado en la guerrilla de Lucio Cabañas) y el de ERPI existían contactos para tratar de controlar el PRD local. Además, Martínez González, mucho más pragmáticamente, reconoció que, también, le habían ofrecido por su colaboración un terreno en el puerto. Y el atentado se hizo. Semanas después, esas detenciones en Acapulco llevaron a la detención, en Chilpancingo, de uno de los principales dirigentes del ERPI, Jacobo Silva Nogales, conocido como el comandante Antonio.

Los atentados ocurridos un día antes de las elecciones del domingo, en las que murieron tres policías y un adolescente, también han sido calificados como una provocación de caciques priistas. Sin embargo, una vez más, el perfil de los hechos y la forma en que se realizaron, parecen ser una provocación, pero de los grupos ultras. Con el agravante, que se da sobre todo en Guerrero, de que muchos de esos caciques, establecieron desde hace años una relación con integrantes de los grupos armados y en muchas ocasiones éstos terminan trabajando, con un discurso social ultra, para esos personajes. Si a eso le sumamos la fuerte presencia del narcotráfico, los miles de campesinos que sobre todo en el Filo Mayor y en la Montaña trabajan para esas organizaciones, veremos la magnitud del desafío, interno y externo, que deberá afrontar Zeferino Torreblanca en Guerrero.

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