AMLO sin cárcel o ¿qué hago sin la foto?
Columna JFM

AMLO sin cárcel o ¿qué hago sin la foto?

Días atrás le hablábamos que se estaba buscando un mecanismo legal que permitiera enjuiciar a López Obrador pero de forma tal que evitara que el ex jefe de gobierno fuera a la cárcel. Ayer, las autoridades parecen haber encontrado esa fórmula legal: emitir una orden de presentación al tiempo que ?dos ciudadanos?, los legisladores locales del PAN, pagaban la fianza y se evitaba así que López Obrador fuera a la cárcel, para que pudiera seguir todo su proceso penal en libertad.

Días atrás le hablábamos en este espacio que se estaba buscando un mecanismo legal que permitiera enjuiciar a López Obrador por el presunto desacato cometido en torno a la orden judicial sobre las obras en el predio El Encino pero de forma tal que evitara que el ex jefe de gobierno fuera a la cárcel, incluso si se lo considerara culpable de ese delito. Ayer, por lo que vimos, las autoridades parecen haber encontrado esa fórmula legal: emitir una orden de presentación al tiempo que “dos ciudadanos” (los legisladores locales del PAN, Gabriela Cuevas y Jorge Lara) pagaban la fianza y se evitaba así que López Obrador fuera a la cárcel, para que pudiera seguir todo su proceso penal en libertad.

La cárcel, sin embargo, no era ni es la preocupación de López Obrador, al contrario: cree que desde ella puede potenciar su últimamente alicaído movimiento. Lo que le preocupa es que si es declarado culpable del delito de desacato, vaya o no a prisión, se pueda o no conmutar la pena (la mínima sería de un año de prisión), durante ese periodo quedaría inhabilitado, y eso lo dejaría fuera de la competencia electoral.

La reacción virulenta del propio López Obrador ayer en Villahermosa se explica en esta lógica: buena parte de la estrategia mediática del ex jefe de gobierno pasaba por su detención. En el reclusorio oriente, dependiente del gobierno del DF ya habían anunciado que estaban acondicionando la celda donde estaría López Obrador, la estrategia mediática ya estaba diseñada y en la búsqueda de la victimización esa, la foto en prisión, era una pieza imprescindible, quizás la más importante de todas. Por eso el tabasqueño desde su tierra llamó “cobardes” y “canallas” a los diputados locales del PAN, Gabriela Cuevas y Jorge Lara, que pagaron la fianza de dos mil pesos para evitar que fuera a la cárcel. Sólo la impotencia por ver arruinado un detallado plan de medios (la foto en la cárcel sería la imagen que justificaría toda la campaña) permite explicar esa reacción del jefe de gobierno y de sus seguidores indignados porque puede estar en libertad.

Porque de otra forma la explicación sería ridícula: ¿quién, racionalmente, desearía ir a la cárcel en lugar de poder defender su causa en libertad? No se trata sólo de que el ex jefe de gobierno se haya mostrado muy contradictorio en los últimos días porque las cosas no le están saliendo como esperaba y ésta es una de ellas. Lo que sucede es que ha dudado entre su instinto político que lo llevaba al terreno que conoce y en el que se siente cómodo, de buscar una confrontación dura con el gobierno federal o apelar a la opción judicial que algunos de sus colaboradores le recomendaban. Incluso su abogado Javier Quijano había cambiado de opinión y aceptó que la tesis del golpe de Estado estaba fuera de la realidad y que había llegado “la hora de los jueces”. Si esa lógica fuera la que se impusiera en López Obrador, él mismo tendría que estar agradecido de que la PGR haya consignado una orden de presentación y no de aprehensión y que se depositara una fianza para evitar ser detenido, que se le garantizara la libertad. Si la lógica es defenderse por la vía legal de una acusación que considera injusta ¿qué sentido tiene buscar ir a la cárcel cuando eso puede hacerse desde su casa?

Lo que sucede es que dudo que López Obrador quiera apelar a la salida legal y jurídica. Entre otras razones porque, como hemos dicho, ello no le sirve en sus objetivos. Para tener éxito en su apuesta, el político tabasqueño requiere de un cuadro de muy alta polarización política y social, de una confrontación abierta, donde pueda calificar a sus adversarios de represores y antidemocráticos y en la cual la elección del 2006 gire en torno suyo, que se resuma a votar a favor o en contra de López Obrador. Y para eso, perdón que insistamos en el tema, la cárcel era imprescindible: para unos sería la imagen de Pepe el Toro, injustamente recluido; para otros, más sofisticados, la de Nelson Mandela, no importa, desde allí se podría hacer una campaña mediática mucho más impactante que con entrevistas banqueteras o desde un parque.

Por eso tampoco quiso dar una buena respuesta a la propuesta de “la salida política” que le plantearon desde Gobernación y que incluso ayer el subsecretario Felipe González especificó que podría servir para tratar de eludir, si así se dictaba, la inhabilitación para competir en la elección del 2006. Lo que sucede es que para ello tiene que concluir el proceso penal y en ese contexto, lo más probable es que termine siendo conspirado culpable. Y eso es lo que no quiere el jefe de gobierno: no quiere una salida negociada, ni una mesa de negociaciones ni que pueda seguir el proceso desde la calle: si fracasó la apuesta del golpe de Estado con las fantasmagóricas imágenes de las masas insurrectas y el ejército en la calle, López Obrador tiene que lograr que triunfe por lo menos la idea de la resistencia pacífica.

Si el caso, como dijo su abogado defensor Javier Quijano, está en manos de los jueces ¿qué sentido tiene la resistencia pacífica o semipacífica que están escenificando las huestes perredistas? Se supone que las decisiones judiciales se deben litigar en los tribunales no en las calles. La única lectura posible sería que ello constituye la escenografía de un proceso político que se llevará por otros andariveles.

Lo decíamos el lunes pasado: las cosas no le están saliendo bien al jefe de gobierno y ello está provocando que aflore su carácter más duro, más intolerante y que ello se refleje en la propia radicalización política del lopezobradorismo, al mismo tiempo que en su círculo cercano, por lo menos entre algunos de los personajes que están cerca de López Obrador, se percibe que la apuesta es cada día más alta y quieren reducirla pero no pueden, porque pareciera que ya se ha llegado demasiado lejos y que la propia formación y carácter del ex jefe de gobierno, le impide buscar una salida que lo beneficie aunque se aparte de la espectacularidad. El problema es que sin ella, no le alcanza para competir con posibilidades en el 2006.

La otra caída

Lucio Gutiérrez llegó al poder casi de la misma forma que Hugo Chávez y que otros neopopulistas en el continente. Con un discurso exaltado, indigenista, basado en la destrucción de unas instituciones que consideraba corruptas, cobijado por golpistas supuestamente nacionalistas, con un catálogo de buenas intenciones y de soluciones mágicas e inmediatas, se hizo con el poder en un contexto de fuerte deterioro de los partidos políticos tradicionales del Ecuador, deterioro que él mismo contribuyó a crear. Algunos lo vieron, incluso, a la izquierda de Chávez, más comprometido, con un programa más radical que su vecino. Pero como sucede con todos estos personajes (sucedió con Alejandro Toledo en Perú, sucede con Chávez, antes con Fujimori o su antítesis Alan García) el fracaso es inevitable porque no hay bases ni económicas, ni políticas, para llevar a la realidad sus promesas. Ayer Lucio Gutiérrez tuvo que abandonar el poder aborrecido por las mismas masas que utilizó para llegar a él. Tres años después de llegar al gobierno su antiguo aliado, vicepresidente y ahora sucesor, Alfredo Palacio , en sus primeras declaraciones, dijo que "el pueblo de Ecuador, particularmente el quiteño, terminó con la dictadura, la inmoralidad, la prepotencia, el terror y el miedo". Así terminan estos personajes.

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