El verdadero AMLO
Columna JFM

El verdadero AMLO

Nadie puede tener muchas dudas de que el domingo a López Obrador le salieron a placer las cosas: la marcha si bien no llegó al millón de personas que dicen los perredistas, superó con amplitud los cien mil que dijo la SSP que asistieron; el discurso fue mesurado y bien recibido; no hubo actos de violencia y, quizás lo más importante, la marcha le permitió retomar de alguna manera el control de una situación que parecía escapársele de las manos en la última semana. En la misma línea, el lunes, López Obrador se presentó en la sede del GDF pero se cuidó muy bien de reasumir el gobierno porque sabía que, declaraciones aparte, corría el riesgo de ser acusado de usurpación de funciones. En los hechos, ahora le toca mover sus piezas al gobierno federal, sobre todo a la procuraduría, para ver cómo vuelve a presentar la consignación contra el ex jefe de gobierno, solicitando ahora, como se lo indicó el juez, la orden de aprehensión.

Nadie puede tener muchas dudas de que el domingo a López Obrador le salieron a placer las cosas: la marcha si bien no llegó al millón de personas que dicen los perredistas, superó con amplitud los cien mil que dijo la SSP que asistieron; el discurso fue mesurado y bien recibido; no hubo actos de violencia y, quizás lo más importante, la marcha le permitió retomar de alguna manera el control de una situación que parecía escapársele de las manos en la última semana. En la misma línea, el lunes, López Obrador se presentó en la sede del GDF pero se cuidó muy bien de reasumir el gobierno porque sabía que, declaraciones aparte, corría el riesgo de ser acusado de usurpación de funciones. En los hechos, ahora le toca mover sus piezas al gobierno federal, sobre todo a la procuraduría, para ver cómo vuelve a presentar la consignación contra el ex jefe de gobierno, solicitando ahora, como se lo indicó el juez, la orden de aprehensión.

Sin embargo, persiste una duda: ¿cuál es el verdadero López Obrador?¿el del discurso del 7 de abril en la mañana en el Zócalo o el de ese mismo día en la cámara de diputados?¿el de la inocultable exasperación en Villahermosa, el ausente de Tepic o el que trató de enviar un mensaje relativamente conciliador este domingo pasado en el Zócalo?¿es el que apuesta a su partido -que puso toda su estructura a su servicio el domingo, incluyendo la participación de sus adversarios internos en la marcha- o el que ha decidido imponerle una línea aunque ello implique romper con algunos personajes que fueron claves para su ascenso político? Hoy, nadie puede decir, con certeza, cuál es la verdadera respuesta.

Una demostración contundente de la psicología política de Andrés Manuel López Obrador, de cómo entiende y ejerce el poder, es la forma en que éste ha tratado a su predecesora en el gobierno capitalino, Rosario Robles. Sin la participación, más que activa de Robles en su campaña, López Obrador jamás habría ganado el Distrito Federal: no era un candidato popular, estaba apoyado sólo por los sectores más duros del PRD y, aunque ahora no lo quieran recordar, tenía la oposición de buena parte de los principales cuadros del partido, comenzando por Pablo Gómez y Demetrio Sodi, que insistieron, sobre todo, en que López Obrador no cumplía con los requisitos legales para ser candidato.

Paradójicamente fue la gente de Cuauhtémoc Cárdenas y en particular Rosario Robles, los que hicieron una amplia negociación con el gobierno de Zedillo, con los priistas y con los candidatos panistas, Vicente Fox y Santiago Creel, para que se aceptara el registro del tabasqueño. Incluso, ya en campaña, en una reunión privada que tuvieron Cárdenas y Fox, en la que el segundo buscaba que el ingeniero declinara en su favor, se ofreció, a cambio del apoyo a Fox, la declinación de Creel para respaldar a López Obrador en el DF. Cárdenas no aceptó el acuerdo, siguió en la campaña hasta el final pero la mayor parte de los recursos del PRD se pusieron en el DF, con el objetivo, explícito, de no perder la capital. En esa labor, Rosario Robles fue una pieza central. Así y todo, López Obrador apenas ganó por un puñado de votos.

Cualquiera hubiera pensando que entonces se apoyaría en los personajes que le habían permitido llegar hasta allí. Hizo todo lo contrario: rompió con Cárdenas y comenzó a perseguir a su gente en el DF, lo mismo que a Rosario Robles. Cuando ésta buscó la presidencia del partido, los grupos afines a López Obrador, encabezados por René Bejarano, se opusieron y desde el nuevo gobierno del DF se soltaron las filtraciones para iniciar un golpeteo contra Robles que aún no ha terminado, tanto que el tema de debate en el reciente Consejo Nacional del PRD fue el intento de iniciar acciones penales contra Rosario Robles, acusada de malos manejos en las finanzas del partido. Lo paradójico del asunto es que quienes compartieron la responsabilidad de la dirección del PRD en esos años y aprobaron esa utilización de los recursos, son algunos de los principales impugnadores.

Algo similar ocurrió con el empresario Carlos Ahumada. Este fue uno de los principales financistas del PRD: pagó las campañas de César Ojeda, hoy uno de los más cercanos a López Obrador, en dos elecciones en Tabasco, pagó buena parte de las campañas delegacionales del PRD en la capital en el 2000 y luego en el 2003, además de apoyar varias campañas estatales del perredismo. Ello no impidió que personajes como Bejarano siguieran utilizando a Ahumada para financiar sus proyectos personales. El esquema comenzó a frustrarse cuando López Obrador, tanto por causas personales como políticas, rompió con Robles y entonces comenzó a frenar los contratos en la capital con el grupo Quart. Antes se había dado otro hecho hasta ahora no aclarado: el incendio de la discoteca Lobohombo, cuyos propietarios habían apoyado la campaña de Dolores Padierna en la delegación Cuauhtémoc, y del que Padierna buscó responsabilizar al gobierno del DF, entonces en las últimas semanas de labores de Robles.

El punto central no era más que desembarazarse de Robles. Para el equipo de López Obrador y para su principal operador, René Bejarano, el objetivo era hacer caer los índices de popularidad de Rosario que, al comienzo de la administración capitalina de López, eran mucho más altos que los de su sucesor. El esquema que se observaba era sencillo: después de la derrota electoral del 2000, pensaban que Cárdenas se retiraría y que, en su lugar, se quedarían la propia Rosario Robles y el nuevo gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas, hijo de Cuauhtémoc. En ese esquema no quedaba demasiado espacio para López Obrador y un proyecto político que, como hemos visto, pasa mucho menos de lo que los propios perredistas aceptan, por su propio partido. Al contrario: como ha ocurrido, era necesario tener controlado al partido, sin aceptar indisciplinas ni grupos que generaran oposición interna, al tiempo que se establecían las alianzas estratégicas con grupos ajenos por completo al PRD. Todo con un punto no negociable: no se aceptaría competencia interna al liderazgo de López Obrador, y al que no lo aceptara se lo desplazaría sin contemplaciones. Y así se hizo. El resto de la historia es más conocida.

Allí está, como ejemplo de todo ello, un consejo nacional del perredismo que buscaba procesar a Robles pero que no llega a ponerse de acuerdo, siquiera, para integrar a su comité ejecutivo nacional, por la lucha interna de sus diferentes corrientes, mientras López Obrador impuso en la dirección nacional del partido a un hombre respetable como Leonel Cota Montaño, pero cuyo conocimiento del PRD no parece ser suficiente como para poner en orden a esas corrientes. En el DF colocó a Martí Batres, uno de sus principales operadores, con órdenes de no aceptar, en la capital, disidencia alguna.

Todo ello configura una apuesta muy alta del perredismo en torno a López Obrador: todo gira en torno al ex jefe de gobierno mientras se deteriora la estructura del partido, porque los recursos van a la campaña de López Obrador y a las redes que integran los “nuevos aliados” de éste. Si en el 2006, López gana las elecciones dirán que todo valió la pena, aunque nadie pueda asegurar con quiénes gobernaría el tabasqueño. Si pierde, simplemente se habrán quemado la mayoría de las naves y habrá que recurrir a los gobernadores en funciones, ninguno de ellos abiertamente lopezobradorista, para tratar de recuperar algo. Mientras tanto, la orden es pedirles apoyo pero mantenerlos al margen y dejar el escenario libre de competencia al propio ex jefe de gobierno.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *