AMLO o ¿los honestos son inadaptados sociales?
Columna JFM

AMLO o ¿los honestos son inadaptados sociales?

Desde que obtuvo el perdón presidencial, Andrés Manuel López Obrador, quizás porque siente que con esa victoria política ya ni siquiera debe guardar las formas, ha cometido varios errores y algunos papelones: si se demuestra que ha violado leyes, se pone juguetón y muestra los calcetines, ya ni siquiera trata de demostrar que no ha sido así. Todos los políticos mienten, algunos más, otros menos, algunos lo hacen por lo que consideran ?razones de Estado?, otros porque simplemente no quieren que se sepa la verdad. El problema es cuando se miente por sistema y cuando se quiere exhibir una personalidad que no es la auténtica.

Para Huberto Batis en sus 70, por ser un verdadero maestro, que siempre desenmascaró a los farsantes.

Dicen los músicos de Les Luthiers que en países como los nuestros “los honestos son inadaptados sociales”; puede ser, pero resulta peor la exhibición de una honestidad que, cuando se hurga apenas un poco en ella, está marcada por innumerables mentiras.

Desde que obtuvo el perdón presidencial, Andrés Manuel López Obrador, quizás porque siente que con esa victoria política ya ni siquiera debe guardar las formas, ha cometido varios errores y algunos papelones: si se demuestra que ha violado leyes, se pone juguetón y muestra los calcetines, ya ni siquiera trata de demostrar que no ha sido así. Al mismo tiempo quiere mostrarse como un hombre políticamente mesurado y se define ante el New York Times como un político “de centro”, marcado por el devoto catolicismo de su madre y formado ideológicamente por un poeta, por Carlos Pellicer (esperemos que sea así, porque si nos basamos en los trece años en que, por lo menos, le costó terminar la carrera de ciencias políticas y sus calificaciones, podemos saber que el estudio nunca fue su fuerte: claro, por lo menos eso permite comprobar porqué nadie recuerda haber estudiado con él en la UNAM). Todos los políticos mienten, algunos más, otros menos, algunos lo hacen por lo que consideran “razones de Estado”, otros porque simplemente no quieren que se sepa la verdad. El problema es cuando se miente por sistema y cuando se quiere exhibir una personalidad que no es la auténtica. Hay políticos que han surgido de los sectores más populares como Lula o de clases medias provincianas pero acomodadas, como Fidel Castro, algunos que asumieron provenir de lo que ellos llamaron la “cultura del esfuerzo” como Colosio o Zedillo, pero que nunca se exhibieron como exponentes de las clases populares, por la sencilla razón de que su esfuerzo personal y su trabajo, los habían llevado a otros niveles; otros como Cuauhtémoc Cárdenas, vienen de familias de alto poder político, de influencia y recursos: Cárdenas siempre ha sido reconocido como un hombre muy honesto, pero nunca tuvo que exhibirse como tal, simplemente lo es.

En el caso de López Obrador algo sucede porque el jefe de gobierno capitalino ha creado una historia en torno suyo que, apenas se le rasca un poco, incluso en sus historias más personales, resulta que está construida sobre mentiras, y éstas se acumulan en forma cotidiana sin que López Obrador y la mayoría de sus seguidores siquiera den una explicación racional de éstas.

A la administración Fox se le cayó buena parte de su escenografía cuando Milenio publicó que para la residencia oficial de Los Pinos se habían comprado toallas de cuatro mil pesos. Quizás eran necesarias, quizás eso es lo que valen unas buenas toallas indispensables para una casa presidencial, pero la sociedad no lo aceptó y desde entonces la administración Fox, que tuvo que ratificar ese error entregando la cabeza de Carlos Rojas Magnon, ha estado ante un continuo escrutinio. Y es correcto que así sea. Pero López Obrador, que inició su administración con el lema de la “honestidad valiente” ha sido descubierto en mentiras mucho más graves y, simplemente, las ignora o las minimiza, y lo mismo hacen sus colaboradores, que en otras circunstancias y con otros personajes, incluso de su propio partido, hubieran sido críticos implacables.

La lista podría ser muy larga. La última semana se dio la historia del reloj Tiffany de 80 mil pesos (salvo que la cotizada joyería mienta en su catálogos) que dijo que le había regalado César Buenrostro: cuando se le demostró que haber aceptado un regalo de ese valor violaba la ley, simplemente se hizo el chistoso y dijo que lo rifaba. Como siempre sucede con el jefe de gobierno es imposible escuchar una mínima autocrítica. Dice que sus trajes los hace un modesto sastre de la colonia Roma y resultó que son Hugo Boss y cualquiera que haga un seguimiento de sus trajes y corbatas verá que durante largos días no repite ni uno ni otros y éstas últimas suelen ser de Salvatore Ferragamo o Hermés. ¿Está mal usar trajes de marca o un buen reloj? Por supuesto que no, la mayoría de los políticos, de los empresarios, de los comunicadores con un cierto nivel de ingresos lo hace: lo grave es la mentira. ¿Qué seriedad tiene un político que hace escarnio de sus adversarios porque usan ropa de marca (¿recuerda cuando López Obrador criticaba a Fox porque usaba trajes de Zegna?) cuando él también la luce? Más grave aún: si sabe que aceptar un regalo de 80 mil pesos es un delito ¿porqué en lugar de burlarse de los periodistas que se lo hacen notar no cumple con la ley? Una vez más, ¿es grave usar un buen reloj? No, lo grave es que se mienta respecto a él. ¿Es verdad que vive, como ha dicho, exclusivamente con su salario de 60 mil pesos mensuales? Evidentemente no, porque no le alcanzaría para su ropa, las escuelas y universidades de sus hijos, para sus viajes semanales de proselitismo, sus gastos personales: utiliza, como todo gobernante, la partida especial que tienen las administraciones federal y locales, para gastos de representación. ¿Está mal hacerlo? Si no se cometen excesos por supuesto que no, pero entonces que no nos mienta respecto a su forma de vida. Vamos, cuando se descubrió (porque ninguna de estas cosas fue informada voluntariamente por el GDF, fueron descubiertas por los medios) que su chofer, el famoso Nico, tenía casi su mismo salario, se lo convirtió rápidamente, en jefe de logística y se supo que trabajaban para él varias decenas de personas.

Ahí están las historias de su secretario de Finanzas, Gustavo Ponce Meléndez, de quien nunca se dio cuenta que se transportaba en un moderno Porsche de 120 mil dólares, o que iba cada mes varios días a Las Vegas. Tampco descubrió que muchas de las actividades las pagaba su operador político, René Bejarano con dinero que aún no queda claro si provenía de sobornos o chantajes. Pero tampoco la corrupción de varios delegados. ¿Podía no saber López Obrador que Imaz recibía dinero cuando la esposa de Imaz y secretaria de Medio Ambiente, Claudia Sheimbaun ha sido la responsable de la construcción de todas las principales obras de la administración capitalina? Más aún: ¿porqué todas esas obras se han realizado vía fideicomisos y no se sabe cuánto han costado, porqué si se trata de un gobierno que no tiene nada que ocultar no ha licitado ninguna de esas obras y todas han sido entregadas por adjudicación directa? Esa información es considerada secreta en el GDF.

Pero las verdades a medias se reflejan, además, hasta en los compromisos políticos: López Obrador se ha autodesignado como el mayor opositor a Carlos Salinas, pero su equipo, tanto en el DF como en su campaña, está lleno de salinistas. Modesto, dice que no hay que compararlo ni con Chávez ni con Fidel, sólo con Morelos o Juárez, como aquellos piden ser comparados con Bolívar y Martí.

Ya pasó el desafuero y la polarización generada por el mismo. Ahora sería bueno que López Obrador nos comience a responder preguntas de fondo, como saber porqué su precampaña alcanzará la exorbitante cifra de 30 millones de pesos (lo que saca a Cárdenas del juego) o dónde quedaron los recursos descontados a los trabajadores del DF, en la mayoría de los casos el 30 por ciento de sus salario, que se iban a dedicar a la campaña contra el desafuero. ¿O ese es el cochinito para la campaña?

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