Fox no quiere ser árbitro
Columna JFM

Fox no quiere ser árbitro

Al presidente Fox cada vez que sale de gira al exterior algo le ocurre. Ahora, en el viaje a Kiev y Moscú, no hubo excepciones: en la capital de la Federación Rusa, aseguró que en el 2006 hará campaña y promoverá a los candidatos de su partido, el PAN, ?porque una democracia bien consolidada reconoce esos derechos en la persona del primer ministro o del presidente?. Agregó que, aunque sabe que va a ?contracorriente? él va a apoyar a su partido y sus candidatos públicamente, pese a que en México ?se insiste en que el presidente debe estar por encima y continuar siendo el árbitro del proceso electoral?.

Al presidente Fox cada vez que sale de gira al exterior algo le ocurre. La lista de lo sucedido y lo declarado en cada una de las salidas internacionales del jefe del ejecutivo, excedería este espacio. En algunas oportunidades se ha tratado de errores como la muy comentada confusión con el nombre y apellido de Jorge Luis Borges (ahora en Moscú confundió al cineasta ruso Sergei Einsenstein con el físico y matemático Albert Einstein), estuvo lo del beso en Roma o las botas en El Escorial, pero también temas políticos mucho más delicados, como dar por vigentes reformas que no se habían aprobado o trasmitir una imagen de México como una democracia consolidada que, sin duda, está lejos de serlo.

Ahora, en el viaje a Kiev y Moscú, no hubo excepciones: en la capital de la Federación Rusa, aseguró que en el 2006 hará campaña y promoverá a los candidatos de su partido, el PAN, “porque una democracia bien consolidada reconoce esos derechos en la persona del primer ministro o del presidente”. Agregó que, aunque sabe que va a “contracorriente” él va a apoyar a su partido y sus candidatos públicamente, pese a que en México “se insiste en que el presidente debe estar por encima y continuar siendo el árbitro del proceso electoral”. Para concluir y siguiendo con la línea que inició en Ucrania donde dijo que su lucha por llegar al poder fue similar a la de su homólogo Víctor Yuschenko (un paralelo imposible de trazar cuando se sabe cómo se dieron las cosas en Ucrania y los costos que pagaron Yuschenko y su movimiento por llegar al poder), aseguró que los 70 años de priismo fueron una dictadura represora y autoritaria que llegaron a su fin con su triunfo electoral.

Lo preocupante es la visión que el presidente tiene de sí mismo, haciendo campaña electoral para el 2006, lo que permite comprender desde decisiones poco oportunas como la “celebración” del próximo dos de julio hasta operaciones políticas tan desaseadas y costosas como el otorgamiento de permisos para casas de juego por el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel, a unos días de dejar ese cargo para buscar la candidatura presidencial de su partido. Si al presidente no le interesa ser árbitro, si eso lo considera una rémora del pasado (aunque haya sido lo que exigió en el pasado proceso electoral y lo que ofreció públicamente el día de la toma de posesión de Carlos Abascal en Gobernación), si hará proselitismo por su partido y su candidato, se debe entender también que las formas no tienen porqué cuidarse, que lo que importa es mantener el poder y que, ahora sí, desde ya, el gobierno federal ha decidido cancelar cualquier posibilidad de acuerdo, de búsqueda de consensos, siquiera del establecimiento de un pacto de civilidad entre partidos y candidatos de cara al 2006.

Lo más grave es la renuncia a buscar acuerdos. Es verdad que éstos ya eran difíciles y complejos de obtener, pero también que existían espacios para hacer algo al respecto, por lo menos esa era una de las encomiendas encargadas a Abascal. Ahora con esta declaración presidencial quisiera saber cuál de los partidos accederá a respaldar lo que sea que pueda beneficiar a un presidente que ya ha dicho que públicamente utilizará su cargo para apoyar a su partido y candidato. A los que tampoco, por cierto, ayuda. Casi nadie gana una elección presentándose como una suerte de línea de continuidad con el poder porque agrega poco a lo que éste ofrece pero, al mismo tiempo, asume todos los costos que el desgaste del poder genera.

Aunque se podrá argumentar que de todas formas ello ocurriría, este banderazo presidencial le servirá también a los gobernadores, a los presidentes municipales, a todos los que tengan una posición de poder desde la que puedan respaldar a un candidato. ¿Cómo puede Espino, por ejemplo, pedirle a Arturo Montiel que no apoye a Peña Nieto en el estado de México si el presidente de la república dijo que era válido, legítimo y digno de las democracias consolidadas hacerlo?¿cómo puede el PAN reclamar en Nayarit que el gobernador Echevarría esté apoyando al candidato perredista Miguel Angel Navarro si el presidente Fox no ve problema en que un mandatario ofrezca ese respaldo y anuncia que él mismo lo hará en 2006?.

Es muy grave. Ha habido, en forma justificada, quejas y denuncias porque el jefe de gobierno capitalino, Andrés Manuel López Obrador, está utilizando recursos del gobierno del Distrito Federal para hacer su precampaña presidencial, desde la utilización de las conferencias de prensa con ese objetivo hasta la emisión de spots televisivos que se encaminan hacia lo mismo; desde anuncios para los candidatos de Nayarit y Estado de México donde se ven las imágenes de éstos pero se escucha el discurso de López Obrador hasta la participación en actos de campaña con ellos. Pero el presidente Fox dice ahora que las autoridades ya no deben ser árbitros en los procesos electorales, que pueden participar en él y apoyar a sus candidatos.

Es un gravísimo error que hace más evidente el peligro de la deslegitimación de los comicios del 2006. El nuestro, como todos, es un sistema político que se ha ido construyendo a lo largo de los años con su cultura, sus usos y costumbres, sus formas de atender los fondos de la política. Y eso ocurre en todas las democracias “consolidadas”: a nadie le importó en Francia ni fue tema de campaña que el presidente Francois Mitterrand tuviera durante años una amante y, con ella, una hija fuera del matrimonio; a nuestro reciente visitante William Clinton el haber tenido un affaire con una joven casi le cuesta la presidencia y cuando se descubrió que Gary Hart tenía una amante ocasional tuvo que olvidarse de buscar la presidencia. En Estados Unidos el presidente en funciones puede utilizar, por ejemplo, desde su equipo de seguridad hasta recursos como el avión presidencial para hacer campaña e incluso puede hacer reuniones en la Casa Blanca para financiar campañas, mientras que en muchas naciones europeas se vería muy mal que un presidente en funciones se involucrara en forma personal en la obtención de recursos para su campaña (por eso, entre otras cosas, perdió las elecciones el premier Helmuth Kohl, artífice de la reunificación alemana). No todas las democracias tienen la misma forma de entender lo que es correcto en una campaña electoral.

Hace algunos meses se generó una polémica porque el entonces secretario de Gobernación, Santiago Creel colocó aquella frase de don Jesús Reyes Heroles de que “en política, la forma es fondo” como una expresión del pasado autoritario, como una forma de engañar. Luego aceptó que fue un error, pero ahora el propio presidente Fox ha descubierto que en esa separación entre forma y fondo, incluso la actitud de arbitraje presidencial en los comicios era un “engaño”, un “doble juego”, que ni siquiera era democrático. El problema es que la construcción de nuestro sistema político, se ha basado, a través de una serie de aproximaciones sucesivas, en favorecer esa distancia de las autoridades con las campañas, prohibiéndoles a los funcionarios hacer proselitismo y hasta, en un exceso, realizar actos públicos o inaugurar obras en fechas cercanas a las elecciones. El presidente Fox, en Moscú y de un plumazo, decidió que eso es cosa del pasado, que en una “democracia consolidada” como la nuestra la forma no es fondo. Habrá que ver qué dicen el IFE y el Tribunal Electoral.

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