AMLO, Zedillo, Salinas
Columna JFM

AMLO, Zedillo, Salinas

Pocos funcionarios de los últimos tiempos me han parecido más ineficientes a la hora de gobernar que Andrés Manuel López Obrador: el tabasqueño podrá tener otras virtudes, pero como administrador y como político ha sustentado una forma de entender y ejercer el poder centralista, autoritaria y marcada por un fuerte, inocultable, acento populista.

Pocos funcionarios de los últimos tiempos me han parecido más ineficientes a la hora de gobernar que Andrés Manuel López Obrador: el tabasqueño podrá tener otras virtudes, pero como administrador y como político ha sustentado una forma de entender y ejercer el poder centralista, autoritaria y marcada por un fuerte, inocultable, acento populista. Hacer el recuento es hasta ocioso: las obras públicas que han caracterizado su mandato son vistosas pero sus gastos son confidenciales, así como los contratistas, y no se licitan, se entregan por adjudicación directa. Más grave aún: podrían ser útiles pero se inauguran sin concluir, siquiera sin estudios completos, serios, de su factibilidad, causando en muchas ocasiones más problemas de los que se intentaban resolver. El mejor ejemplo de ello es el reciente caso del Metrobús: un capricho de 700 millones de pesos que no alcanza a cubrir la demanda de usuarios, entregado sin terminar, sin medidas de seguridad elementales, que ha duplicado y en algunos casos triplicado, el costo de traslado de quienes utilizan la avenida de los Insurgentes y que le ha hecho un daño quizás irreversible a una de las vialidades más importantes y en algunos tramos más bellas de la ciudad, con el consiguiente costo urbano, económico, ecológico. Y la directora del sistema fue despedida a los tres días de iniciado el servicio, pero para el jefe de gobierno todo funciona perfectamente.

Sin terminar también quedaron los segundos pisos, el distribuidor vial o la famosa avenida de los Poetas: sin accesos idóneos, sin las obras complementarias, sin que se conozca, siquiera, el mapa de riesgos de estas obras.

En esa misma lógica las finanzas públicas son mal manejadas porque están puestas al servicio de esos objetivos. Pese a contar la capital con un presupuesto superior a los 80 mil millones de pesos, la calidad de vida y la competitividad disminuyen, mientras que el desempleo y la deuda pública crecen. Como los recursos son mal canalizados no se ha ampliado el metro, ni mejorado o regulado el transporte público (no se puede porque es uno de los sectores clientelares del gobierno capitalino); se reduce el gasto en el drenaje y la ciudad amenaza con inundarse, en esta época de lluvias, con aguas negras, al mismo tiempo que extensas zonas desde la popular Iztapalapa hasta la alta clase media de la colonia Del Valle, no cuentan con agua porque no se ha invertido en los equipos y proyectos que desde hace seis años le presentó la Comisión Nacional del Agua al gobierno capitalino, para los que la CNA obtuvo un financiamiento internacional, que se perdió porque la administración AMLO decidió no utilizarlos.

Los programas sociales han regresado al clientelismo y al asistencialismo y la inseguridad sólo ha disminuido en el discurso de algunos funcionarios. El jefe de gobierno está en campaña desde hace cinco años y a eso dedica sus esfuerzos, apoyándose en la utilización de los espacios y los recursos públicos.

La lista podría continuar, pero el sentido de este largo recuento es mostrar una forma de ejercer y entender el poder, centralista y desprolija en el manejo de las finanzas y la cosa pública, todo puesto al servicio de un objetivo político concreto: alcanzar la presidencia de la república en el 2006.

Pocas administraciones, concepciones de ejercer el poder, parecen ser más diferentes de ésta que la ejercida el sexenio pasado por Ernesto Zedillo, sobre todo en la relación entre el manejo partidario del poder y las finanzas públicas, entre la disciplina económica y las obras que de ella emanan. ¿De dónde saca Marcos, sino es más que para legitimar al propio López Obrador ante ciertos sectores empresariales, que su política económica se parece a la de Salinas o Zedillo, o que su proyecto tiene que ver, en ese sentido con las disciplina macroeconómica o el manejo equilibrado de los recursos públicos? Es evidente que los referentes económicos y de manejo del poder de López Obrador deben encontrarse en los sexenios de Echeverría y López Portillo. Podrá gustar o no esa estrategia económica pero allí están los referentes inevitables.

Por eso en lo personal me desconciertan profundamente las versiones sobre el respaldo de Ernesto Zedillo o de parte de su equipo más cercano al actual jefe de gobierno, pero ellas parece confirmarse cotidianamente, cada vez con mayores indicios. Paradójicamente, no me resulta extraño que en torno a López Obrador se hayan podido nuclear personajes tan disímiles como Manuel Camacho y Federico Arreola, o Ricardo Monreal y Marcelo Ebrard. Lo que no puedo entender, por ejemplo, cómo es que Ulises Beltrán y su equipo están trabajando con el jefe de gobierno, con base en qué identificación política, ideológica, salvo que se trate de una relación de negocios, y preguntémonos si ésta es admisible cuando se ha jugado un papel tan marcado en las últimas administraciones. Zedillo está aparentemente alejado de la política cotidiana del país, pero no concibo como Beltrán y otros que fueron estrechísimos colaboradores del ex presidente en Los Pinos, que trabajaron para la mayoría de los gobernadores priistas en los últimos años (sobre todo para los que llegaron a esa posición por el impulso de la administración Zedillo), pueden trabajar para López Obrador sin una suerte de visto bueno de su ex jefe. Lo mismo sucede cuando se aprecia en el equipo de López Obrador a intelectuales respetables con José María Pérez Gay, pero que además de una carrera administrativa, realizaron toda su trayectoria académica y política comprometidos con otros principios, distintos a los que ahora enarbolan. O de políticos como Manuel Bartlett que ahora han descubierto que su destino, si estuviera en sus manos, podría ligarse al del jefe de gobierno y el partido al que se opusieron durante buena parte de su historia política reciente. Se podrá argumentar que se trata del liso y llano pragmatismo del poder, de los recursos o expectativas que de él devienen, pero tiene que haber más detrás de estos movimientos.

En el caso de Ernesto Zedillo obviamente se encuentra su enfrentamiento con su antecesor Carlos Salinas y la búsqueda recíproca de espacios políticos de cara al futuro, en un contexto de creciente presencia salinista en el PRI y en la política nacional. Una divergencia que viene de sus historias, sus personalidades, de lo que ellos consideran sus traiciones mutuas, sus fobias recíprocas, pero que se basaron, incluso más de lo que ellos quisieran, en una suerte de visión común del mundo que pasaba por la globalización, la disciplina económica, el libre mercado. Eso no les alcanzó para no romper y convertirse en enemigos. Lo puedo entender, pero ¿apoyar lo que a lo largo de toda una trayectoria se criticó y descalificó; apoyar a los estilos y programas que llevaron a la peor crisis de nuestra historia (la del 82, cuyas consecuencias aún seguimos arrastrando y de la cual todas las demás han terminado siendo consecuencias directas o indirectas) y oponiéndose a los cuales muchos de estos protagonistas construyeron sus carreras? Me resulta incomprensible.

Sí entiendo porque López Obrador acepta y busca estos apoyos, aunque sean de sus enemigos declarados durante tantos años: necesita ampliar su base de poder y sabe que con lo que tiene el PRD no le alcanza y entonces cuanto más amplio sea el espectro mayores son sus posibilidades. En todo caso, parece que la mayoría de nuestros actores políticos, siguen el consejo de Groucho Marx, cuando proclamaba: “estos son mis principios, si a usted no le gustan tengo otros”.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *