AMLO bombardea al IFE
Columna JFM

AMLO bombardea al IFE

Para la noche de hoy, Andrés Manuel López Obrador más que un grito, quería dar un buen golpe publicitario. En realidad no estaba invitado por el nuevo alcalde de Los Angeles, Antonio Villaraigosa a ser personaje central en la celebración del grito de la independencia en la bella ciudad californiana, pero sin duda, al estar allí lograría, en el consumo interno, una nota atractiva, que le serviría para tocar dos puntos que son, quizás, los más débiles de su figura y estrategia electoral: la relación con sectores de poder empresarial, de dinero, y el absoluto desconocimiento que tiene López Obrador ya no de la política internacional, sino incluso del mundo, lo que ha generado una profunda desconfianza hacia su candidatura en Estados Unidos. Porque, además, esta salida a Los Angeles hubiera sido la primera del país para López Obrador, si exceptuamos una larga estadía en Cuba, cuando era aún miembro del PRI. Un viaje, por cierto, del que llegó fascinado por una de las instituciones más útiles para mantener el control de la dictadura de Castro: los comités de defensa de la revolución.

Para la noche de hoy, Andrés Manuel López Obrador más que un grito, quería dar un buen golpe publicitario. En realidad no estaba invitado por el nuevo alcalde de Los Angeles, Antonio Villaraigosa a ser personaje central en la celebración del grito de la independencia en la bella ciudad californiana, pero sin duda, al estar allí lograría, en el consumo interno, una nota atractiva, que le serviría para tocar dos puntos que son, quizás, los más débiles de su figura y estrategia electoral: la relación con sectores de poder empresarial, de dinero, y el absoluto desconocimiento que tiene López Obrador ya no de la política internacional, sino incluso del mundo, lo que ha generado una profunda desconfianza hacia su candidatura en Estados Unidos. Porque, además, esta salida a Los Angeles hubiera sido la primera del país para López Obrador, si exceptuamos una larga estadía en Cuba, cuando era aún miembro del PRI. Un viaje, por cierto, del que llegó fascinado por una de las instituciones más útiles para mantener el control de la dictadura de Castro: los comités de defensa de la revolución.

La estrategia se frustró porque alguien, con sensatez, le dijo que antes de emprender ese viaje tenía que consultar con el IFE para ver si no estaba violando la ley al hacer proselitismo fuera del país. Se hizo la consulta y el IFE le contestó al PRD que efectivamente sí, que en su interpretación si emprendía ese viaje estaría violando la ley electoral y ello podría tener consecuencias graves, desde multas muy altas hasta la posible cancelación del registro. Y que eso se aplicaba por igual a López Obrador y al PRD que a cualquiera de los otros partidos contendientes y sus precandidatos.

Para el verdadero coordinador de la campaña de López Obrador, el ex regente Manuel Camacho (que ahora acaba de descubrirnos en un artículo publicado en El Universal que él “rompió” con el salinismo nada más y nada menos que desde 1988 cuando todos pensábamos que era el más cercano de sus colaboradores, lo cual, para decirlo suavemente, es una mentira del tamaño del Taj Mahal) la respuesta del IFE a la consulta que le hiciera el PRD constituyó una “amenaza” a ese partido y su candidato. ¿Por qué una amenaza, de dónde sacó eso Camacho? Pues de las declaraciones del consejero Virgilio Andrade, que entrevistado sobre el tema dijo lo mismo que había resuelto el IFE: que ningún precandidato podía hacer proselitismo en el extranjero y que si lo hacía el IFE lo sancionaría. Y eso lo sabía, o sabía que existía esa posibilidad, el equipo de López Obrador porque sino no hubiera hecho la consulta.

El punto, en realidad, es otro: el lopezobradorismo (y lo llamamos así porque hay sectores del PRD que no comparten esa estrategia) ha decidido, no de ahora, sino de tiempo atrás, irse contra las instituciones, entre ellas las electorales: durante la gestión de López Obrador en el DF, se fue, una y otra vez contra la Suprema Corte de Justicia, contra la presidencia de la república y sobre el Congreso (¿recuerda usted cuando Martí Batres desde la dirección de gobierno capitalina ordenó la toma de la tribuna en San Lázaro para evitar que se discutiera la descentralización de la educación en la capital?). Acentuó esos ataques durante los videoescándalos y el proceso de desafuero en el que acuñó la estrategia del “compló”, involucrando en ella ya no sólo a todas las principales instituciones del país sino también a sectores tan disímiles como las televisoras (con las que vía presupuesto del GDF rápidamente se contentó), Carlos Salinas, los departamentos de Estado y del Tesoro de los Estados Unidos y Diego Fernández de Cevallos, entre otros. Nunca pudo ni remotamente demostrar que hubiera tal complot en su contra, pero para presionar y confundir servía y tanto le fue útil, que el gobierno federal decidió echar para atrás el desafuero.

Pero otra institución que atacó desde aquellos días, en forma sistemática López Obrador, fue al IFE. Y hoy lo siguen atacando sus principales colaboradores. Las declaraciones de mi amigo Federico Arreola sobre el IFE, en relación con la prohibición al financiamiento partidario vía el llamado redondeo, son injustificables y sin sustento alguno. Claro que días después, cuando se autorizó la utilización de los teléfonos 01 800 y 01 900, Arreola las suavizó, pero nunca se retractó de haber calificado al IFE como un árbitro vendido. Sin embargo el IFE tenía razón y aquí lo escribimos hace ya muchas semanas: el redondeo viola la ley electoral y es un mecanismo imposible de controlar por las autoridades. Nadie puede saber cómo y de qué manera se está aportando, y sobre todo quién es el que aporta. Con los números telefónicos, ese proceso es viable aunque será muy difícil de controlar, tanto por los partidos como por las autoridades electorales.

Pero en cuanto el IFE, horas después, informó que si viajaba a hacer proselitismo a Los Angeles, López Obrador estaría violando la ley electoral, fue Camacho el que salió a la palestra para decir que el Instituto “amenazaba” a su candidato. La estrategia es clara y el equipo de López Obrador la mantendrá toda la campaña: buscan presionar, algunos dirán amedrentar, a las autoridades electorales, entre otras razones porque Andrés Manuel, como activista, como gobernante del DF y ahora como candidato siempre se ha manejado en el filo de la ley y traspasado ese límite si ello va con sus intereses. Y casi siempre le ha salido bien: terminaba negociando, obteniendo recursos y posiciones, perdones implícitos o explícitos. Así logró ser candidato del PRD en el DF cuando evidentemente no cumplía con los requisitos de residencia mínimos como para hacerlo, así superó los videoescándalos y el desafuero.

En este caso, además, si no gana las elecciones del 2006, si pierde por un margen estrecho, menor a los 10 puntos, no reconocerá (como jamás lo reconoció en todas las elecciones en las que participó como candidato o como dirigente del PRD) esos resultados. Y para ello hay que ir preparando a la opinión pública con la idea de que las autoridades electorales están vendidas o que están amenazando a López Obrador. No está, tampoco, descubriendo el hilo negro: algo similar hizo Vicente Fox como candidato.

Pero a López Obrador también le interesaba ir a Los Angeles porque debe alguien que pretende ser presidente de un país como México no puede desconocer de tal manera el mundo en el que tendrá que gobernar. No se trata, decíamos, sólo de que López Obrador sea un neófito en temas internacionales: desconcierta que un político que ha sido candidato a gobernar un estado, presidente de un partido político, gobernante de la ciudad más grande del mundo durante cinco años y que ahora aspira, con posibilidades, a la presidencia de la república, nunca haya salido de México. López Obrador hasta hace unos días no tenía pasaporte, consiguió la visa estadounidense para la frustrada visita a Los Angeles en tiempo récord porque, obviamente, tampoco contaba con ella. Su mayor defecto en esto no es que no hable inglés (Lula da Silva, el presidente de Brasil, Néstor Kichner, el de Argentina, José María Aznar, el ex mandatario español, tampoco lo hablaban o lo hacían muy mal, pero eso no es un problema porque sobre todo en el caso del primero, se trataba de una figura que había recorrido el mundo por décadas, que conoce y es conocido por la mayoría de los dirigentes políticos mundiales), sino el desconocimiento de un mundo que, como decía algún tango, para el candidato perredista resulta ser “ancho y ajeno”, y que muestra una faceta sencillamente preocupante para quien desea dirigir un país: ¿cómo, teniendo todas las posibilidades de hacerlo, un hombre de 50 años jamás se interesó en conocer otros lugares, otras culturas? Y ahora, con esta decisión del IFE ya no podrá, antes de julio del año próximo, revertir esa ignorancia.

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