Jesús y Marcelo, más que una candidatura
Columna JFM

Jesús y Marcelo, más que una candidatura

El proceso de selección de candidato para el gobierno del DF en el PRD comienza a confirmar que los hombres o mujeres que tienen control partidario, son los que terminan imponiéndose en estas competencias internas que se han caracterizado por el desinterés de una ciudadanía que sigue viendo muy lejanos a los partidos y a sus dirigentes.

El proceso de selección de candidato para el gobierno del DF en el PRD comienza a confirmar, una vez más, que los hombres o mujeres que tienen control partidario, son los que terminan imponiéndose en estas competencias internas que se han caracterizado, en todos los casos, por el desinterés de una ciudadanía que sigue viendo muy lejanos a los partidos y sus dirigentes.

El caso se ha repetido en el PRD, donde con el control de la estructura, Andrés Manuel López Obrador ni siquiera le dio espacio de participación a cualquier otro contendiente, comenzando por Cuauhtémoc Cárdenas, con el que se negó siquiera a debatir; en el PAN, donde evidentemente Felipe Calderón resultó el candidato del panismo, por encima de todas las demás consideraciones; en el PRI, donde Roberto Madrazo controla la estructura partidaria y desde allí impone su candidatura presidencial. En el DF es donde, paradójicamente, la ciudadanía está más lejana de los partidos y por eso pueden emerger candidaturas como la de Beatriz Paredes en el PRI y la de Demetrio Sodi en el PAN, ambos buscando un amplio frente en torno suyo que los cobije y los aleje del sello partidario que no desean. Los dos son excelentes candidatos que no tienen, en ninguno de los casos, una estructura partidaria sólida detrás: quizás en ninguna parte del país el PRI es tan débil como en la capital y en el DF el PAN siempre ha tenido electores pero nunca ha podido construir un partido sólido, su debilidad en ese sentido, en la capital, es casi alarmante.

En el PRD es diferente, y guarda mucha similitud con lo que sucedía en el pasado en el priismo. En el partido gobernante en la capital, nadie parece dudar que ganarán la capital independientemente de quien sea su candidato e incluso fuera de lo que termine sucediendo en la elección presidencial. Podrá ser mejor o peor candidato, pero piensan que al que coloquen en la boleta electoral será en el que ganará. En buena medida tienen razón porque el perredismo se ha quedado con todas las estructuras clientelares que en el pasado fueron del priismo, al tiempo que ha creado otras, propias, que le permiten asegurar un flujo de recursos y de votos duros que podrían permitirle ganar la ciudad sin mayores dificultades.

Con todo, eso no deja de ser una simplificación, porque el electorado capitalino suele ser muy volátil: en el 94 el PRI ganó casi todo en el DF; tres años después en el 97, Cuauhtémoc Cárdenas arrasó en una ciudad en la que tres años antes apenas si había figurado electoralmente y Carlos Castillo Peraza, que comenzó como favorito, sufrió la mayor derrota política de su carrera; en el 2000 si la campaña hubiera durado un par de semanas más, todos los analistas aceptan que Santiago Creel le hubiera ganado a López Obrador la jefatura de gobierno. No fue así y el PRD se consolidó, aunque en el 2003, lo hizo en el contexto de un enorme abstencionismo ante el cual el voto duro fue determinante. Nadie debería confiarse, entonces, en que en el 2006 no hubiera nuevamente sorpresas.

De todas formas, independientemente del obvio interés de ganar la capital, tanto Beatriz Paredes como Demetrio Sodi, saben que la clave de su futuro político está, además, si no ganan, en construir una base política propia que podría darles una gran proyección local y nacional, porque si algo ayudó a AMLO en su administración capitalina es que nunca tuvo una oposición, siquiera simbólica, en la ciudad. Pero, también, porque sus partidos saben que el voto perredista está muy localizado y si le quitan suficientes electores en el DF a López Obrador, aunque no ganen la capital, esos votos pueden hacer la diferencia en los comicios federales.

En ese contexto es en el que se da la contienda entre Marcelo Ebrard y Jesús Ortega. El senador con licencia ha alcanzado ya en las encuestas al ex secretario de seguridad pública pese al abierto apoyo que éste recibe de las estructuras de López Obrador. Las razones para el crecimiento de Ortega, que el viernes recibió el respaldo público de Cárdenas, es sencillo: el PRD apoyará sin dudarlo a López Obrador para la presidencia porque es su única opción. Pero no les gusta en lo más mínimo que la campaña la manejen desde unas redes donde no tienen participación y en la que casi todos sus integrantes son ex priistas y salvo uno, ninguno perredista.

El PRD, en los hechos, no figura en la campaña de López Obrador y eso pueden, aunque sea a regañadientes, aceptarlo. Pero entonces, la mayoría de los sectores del perredismo quieren por lo menos la candidatura del GDF. Lo que consideran es que si Ebrard, que en términos estrictos nunca ha sido perredista, no hablemos ya de un hombre de izquierda, se convierte en su candidato en la capital el que desaparecerá como tal es el propio PRD: ¿qué posiciones le quedarán entonces a la izquierda? Ya se anunció que la mitad de las senadurías será para candidatos externos y lo mismo parece que ocurrirá con las diputaciones. Nadie le garantiza que si López Obrador es presidente tengan demasiadas posiciones en el gabinete. Y si no gana, las cámaras estarán controladas por hombres y mujeres sin compromiso con el partido. Por eso, consideran que si no conservan la candidatura del DF, el destino de la izquierda será diluirse en un movimiento lopezobradorista, donde habrá pocas posibilidades siquiera de decirle no a un hombre que, él tampoco, puede presumir de fuertes convicciones izquierdistas.

Porque López Obrador podrá ser considerado nacionalista, opositor, populista o popular, pero es, en muchos aspectos, también profundamente conservador (y eso no lo entienden, o lo entienden muy bien, los que sistemáticamente atacan a Alternativa Sosicaldemócrata por no seguir el tren del lopezobradorismo o a Cárdenas por poner distancia con el candidato perredista). Por eso la izquierda perredista necesita, como contrapeso, la capital. Y por eso López Obrador no quiere que la tenga, porque no quiere contrapeso alguno.

Pero Jesús Ortega está creciendo, el apoyo que le brindó Cárdenas el viernes (Jesús y Cárdenas tuvieron diferencias en el pasado que han sido dejadas de lado en esta ocasión) puede ser clave en este sentido Y también por eso Marcelo puede vivir un efecto similar al que sufrió Santiago Creel en la interna panista: el ser el candidato oficial en lugar de ser un respaldo resulta un lastre, pero, además, ello se ha acrecentado porque Marcelo apostó a su relación con López Obrador como el seguro que le daría la candidatura. En el plano partidario, sin relación con los otros grupos internos, quedó en las manos del bejaranismo, el grupo más desprestigiado del PRD y al que el propio Cárdenas, el viernes en el acto de apoyo a Ortega, calificó como no representativo de los intereses de su partido. Y no es que Ebrard fuera un mal candidato: conoce la capital y en los hechos ya la ha gobernado. El problema es que López Obrador quiere todo el control y su partido no está, todavía, dispuesto a suicidarse por su candidato. El ejemplo del PT brasileño y lo ocurrido en la administración de Lula da Silva es un ejemplo demasiado cercano de lo que no se debería hacer en la relación candidato-partido. Claro, si se quiere gobernar después de ganar las elecciones. O para qué ir hasta Brasil: ¿qué sucedió entre Vicente Fox y el PAN?

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