El futuro del PRD, en el DF
Columna JFM

El futuro del PRD, en el DF

La elección del domingo en el DF para designar al candidato de ese partido a la jefatura de gobierno capitalina no sólo trasciende políticamente los límites de la capital del país, sino que también será, en los quince años de historia del partido del sol azteca, la decisión más importante para definir su futuro. Ese partido no será el mismo de acuerdo con la opción que tome: Marcelo Ebrard o Jesús Ortega.

La elección del domingo en el DF para designar al candidato de ese partido a la jefatura de gobierno capitalina no sólo trasciende políticamente los límites de la capital del país, sino que también será, en los quince años de historia del partido del sol azteca, la decisión más importante para definir su futuro. Ese partido no será el mismo de acuerdo con la opción que tome: Marcelo Ebrard o Jesús Ortega.

El punto es clave porque la capital del país es el más importante proveedor de votos para el PRD y desde aquí se estableció el poder de Andrés Manuel López Obrador sobre su partido, un partido que en los planes políticos del candidato presidencial, no está en el centro de su estrategia. Para el 2006 la opción era fortalecer un PRD que tiene presencia real en unos diez estados del país (en los demás es un partido marginal) o apostar a generar un movimiento muy amplio, bastante alejado de la izquierda y basado, particularmente, en desprendimientos del priismo. Ambas cosas se hubieran podido hacer como parte de una estrategia integral, pero la pregunta es en qué se iba a poner el acento, sobre qué giraría la campaña de López Obrador. Sin duda el ex jefe de gobierno ha optado por lo segundo: son más importantes las redes ciudadanas de apoyo, los grupos de notables, que la estructura partidaria. Es más, en los hechos, al presionar para que Jesús Ortega se retirara de la búsqueda de la presidencia del partido y le dejara el camino abierto para ello a Leonel Cota Montaño, lo que se hizo fue poner al frente del partido a un hombre de López Obrador con un perfil más cercano al de las propias redes ciudadanas que a los perredistas. Se podrá debatir sobre la eficacia o no de Leonel, pero pocos pondrían en duda con quién y con qué está su compromiso político.

En este sentido, y sobre todo cuando las encuestas muestran lo obvio, lo previsible, o sea que la campaña electoral se está cerrando y que nadie tiene asegurado nada para el 2006, el DF es clave para el PRD. Primero por el número de votos, segundo por el perfil de gobierno. Andrés Manuel López Obrador rompió su propia promesa al apoyar abiertamente a Marcelo Ebrard para esa posición en una entrevista ampliamente publicitada en La Jornada, el viernes pasado. Ya como jefe de gobierno, López Obrador había destapado a Ebrard y lo había protegido de las acusaciones derivadas del caso Tláhuac, ascendiéndolo, incluso, al cargo de secretario de desarrollo social. Antes había quitado a Ortega de la contienda por la presidencia del partido. Lo había hecho con la promesa de que le permitiría competir libremente en la búsqueda de la candidatura en el DF y públicamente, López Obrador, al dejar el cargo en la capital, se comprometió a que no apoyaría a ninguno de los candidatos. La semana pasada rompió la promesa y lo hizo luego de volver a exigirle a Ortega que renunciara, ahora a la candidatura capitalina, a lo que el dirigente de Nueva Izquierda se rehusó.

En el entorno de López Obrador se asegura que la insistencia en Ebrard parte de la necesidad de lograr la mayor cantidad de votos posibles y que el ex secretario de seguridad pública, está mejor posicionado entre la población abierta que Ortega. Puede ser, pero las propias encuestas demuestran que la diferencia es mínima entre ambos, como para que un partido, con la estructura que tiene el perredismo en la capital, no lo pueda remontar sin problemas. El sentido real de ese apoyo es otro y va mucho más hacia el proyecto estratégico de López Obrador: crear un nuevo movimiento en torno suyo en el cual el perredismo sería sólo un apéndice más, por lo menos hasta que no se tenga el control de la estructura partidaria, hoy en poder, sobre todo, de Nueva Izquierda y de las corrientes cardenistas.

Las cifras son determinantes en ese sentido: luego de que meses atrás se les había ofrecido un 2 por ciento de votos y cuatro diputados como máximo, tanto al PT como a Convergencia, esta semana se estableció con ellos un acuerdo que para el PRD es de costo muy alto y con un regreso de votos muy inseguro: cada partido recibirá, según versiones que ellos mismos han divulgado, entre 14 y 17 disputados federales y entre 3 y cinco senadores. Es más, se habla de un compromiso de alrededor de 5 por ciento de los votos para cada uno. Estamos hablando de que, si López Obrador no cae más en las encuestas, estaría entregando unos 30 diputados y diez senadores a sus dos aliados, y cerca del 10 por ciento de su votación total. Para esos partidos, sobre todo para el PT, es un negocio extraordinario: difícilmente el PT podría obtener participando solo el dos por ciento para conservar su registro y ahora tendrá una bancada considerable en el congreso sin ningún compromiso que vaya más allá de la elección del 2 de julio. Pero para el PRD es muy costoso: el equivalente a un tercio de su actual bancada estaría ya comprometida con otros partidos, mientras que desde las redes ciudadanas les informan que de las candidaturas restantes, hasta el 70 por ciento podrían corresponder a candidaturas ciudadanas. Ya en todos los últimos casos, con la excepción de Lázaro Cárdenas en Michoacán y Amalia García en Zacatecas, todos los candidatos a gobernador que ha designado el perredismo, con el respaldo de AMLO, son candidatos extrapartidarios, incluyendo algunos con un pasado tan cuestionable como Juan Ignacio García Zalvidea, un personaje impresentable pero que, en busca de votos en Quintana Roo, Leonel Cota visita en la cárcel.

¿Qué le queda al PRD, a los militantes perredistas? La promesa es que si se ganan las elecciones habrá posiciones en el gobierno. Parece ser difícil, por lo menos si nos basamos en las experiencias previas y en los compromisos asumidos con tantos sectores extrapartidarios. Además, si en los hechos, el partido, o por lo menos sus principales corrientes, no tendrán ya la mayoría en las cámaras ni en los estados supuestamente gobernados por ellos: ¿por qué habría que darles mayores posiciones? Su destino sería, inevitablemente, la marginación, mientras el PRD se va convirtiendo en una suerte de PRI aggiornatado .

Por eso, lo que suceda en la capital será determinante para el futuro del perredismo. Ebrard no es un mal candidato, al contrario, pero está lejos, en lo político y lo ideológico, de las posiciones que dieron origen al PRD. Es, para todos los efectos prácticos, un candidato independiente, cuya relación política es la que ha establecido con López Obrador, desde las épocas en que era recibido y respaldado por el entonces regente Manuel Camacho y por Marcelo. La relación, por lo tanto, con López Obrador, es fuerte y añeja, aunque, por sí solo, Ebrard, como lo demostró en su momento Camacho en la elección del 2000, no signifique electoralmente demasiado en la capital. En el DF lo importante es la estructura que ha logrado crear el perredismo y por eso, Ebrard y el propio López Obrador, se han tenido que apoyar en la corriente más desprestigiada de su partido, la encabezada por René Bejarano y Dolores Padierna (¿recuerda usted en que calle fue abandonada la camioneta con los cinco ajusticiados michoacanos en Tlalpan?: la calle se llama Héroes de Padierna y seguramente fue una casualidad ¿o no?), pero que tiene el control de buena parte del voto clientelar en la capital. Un triunfo de Ebrard les garantizaría a ellos, también, posiciones como para tratar de desplazar a Nueva Izquirda y a las corrientes cardenistas. Por el contrario, si Ortega gana esa elección interna, el perredismo, independientemente de lo que suceda con López Obrador en la elección federal, tendría un espacio político privilegiado donde presentar e impulsar sus propios proyectos que no necesariamente son los de su candidato presidencial. La opción de los perredistas el domingo es disciplinarse y aceptar la línea del candidato, o tratar de preservar espacios para los principios (y la continuidad) de su partido.

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