La última oportunidad
Columna JFM

La última oportunidad

De aquí a fin de marzo, cuando se reúnan los presidentes Vicente Fox y George Bush en Cancún, viviremos la última posibilidad en este sexenio de poder restablecer la relación con Estados Unidos sobre parámetros diferentes a los actuales, que han deteriorado en forma tan notable la relación. En apenas tres semanas se darán, en forma simultánea, la discusión en un senado estadounidense absolutamente polarizado, de las reformas migratorias que aprobó el año pasado la cámara de representantes de ese país y que incluye la ya famosa, por controvertida, construcción del muro fronterizo.

De aquí a fin de marzo, cuando se reúnan los presidentes Vicente Fox y George Bush en Cancún (posiblemente acompañados por el nuevo primer ministro de Canadá, Stephen Harper), viviremos la última posibilidad en este sexenio (y quizás la última de los siguientes años) de poder restablecer la relación con Estados Unidos sobre parámetros diferentes a los actuales, que han deteriorado en forma tan notable la relación.

En apenas tres semanas se darán, en forma simultánea, la discusión en un senado estadounidense absolutamente polarizado, de las reformas migratorias que aprobó el año pasado la cámara de representantes de ese país y que incluye la ya famosa, por controvertida, construcción del muro fronterizo: una discusión que estará permeada por la búsqueda de reposicionamiento de muchos legisladores de cara a las elecciones de medio término de noviembre próximo en su país. Se realizó el viernes la reunión entre Michael Chertoff, secretario de seguridad interna de los EU, y Carlos Abascal con un único tema real: la seguridad fronteriza. Al mismo tiempo se reunió la interparlamentaria en Valle de Bravo y está convocada la reunión binacional en Washington, donde participan miembros de ambos gabinetes. El corolario de todo ello será el encuentro Fox-Bush en Cancún, el 25 y 26 de marzo.

La pregunta es cómo llegarán a ese encuentro los mandatarios: para esa fecha debería haber ya una decisión en el senado estadounidense que se debate entre varias, encontradas, diferentes propuestas migratorias. Bush apuesta a que en ese mar de confusión sobre el tema migratorio, su propuesta de los trabajadores temporales pueda abrirse paso. El debate, sin embargo, pasaría entonces por otro aspecto: como se sabe lo que propone Bush es que los trabajadores puedan obtener una visa de trabajo por tres o cuatro años que pudiera ser renovable por otro periodo similar pero que no le otorgaría a esos trabajadores posibilidades de utilizar esa estadía para buscar su residencia definitiva. Según fuentes estadounidenses, el debate real en el senado está, en estos momentos, girando en torno a tres cosas: primero, el periodo de esas visas de trabajo; segundo, si pueden ser renovables o no y por uno o más periodos.

Tercero y fundamental: ¿dónde se obtendrían esas visas?: no es una diferencia menor: ¿los trabajadores que están indocumentados en Estados Unidos tendrían que regresar con su familias a México para obtener (o no) ese documento o podrían negociarlo directamente, con el apoyo de sus patrones, en los Estados Unidos? La Casa Blanca, aparentemente, es partidaria de que se pudiera hacer la renovación dentro del país para aumentar beneficios políticos pero también porque es conciente de que los mismos se reducirían en forma notable si los trabajadores tuvieran que regresar a México, además de que sería una operación muy difícil de implementar (en el debate del senado se dijo que repatriar a todos los indocumentados que viven actualmente en Estados Unidos costaría unos 40 mil millones de dólares). Los sectores duros de Washington y del Congreso alegan que si se les permite obtener esa nueva visa dentro del país, entonces se estaría premiando la ilegalidad y que sería una forma de amnistía disfrazada (que aparentemente es exactamente lo que quiere Bush) y presionan para que se obligue a los trabajadores temporales a obtener su visa en su país de origen. Entre esos dos puntos gira el debate real. Según algunas fuentes bien informadas sobre el tema, para la administración Bush, debilitada por los hechos en Irak y la demostración de que sabía de lo que ocurriría en New Orleáns con el huracán Katrina y sin embargo, no tomó medidas de preocupación mínimas, cualquiera de las opciones podría ser manejable: prefieren que la obtención de papeles se dé en la propia Unión Americana pero si no pueden sacarlo así, prefieren que se apruebe el programa de trabajadores temporales a que no salga nada. Argumentan que, en última instancia, aunque sería un problema regresar a los trabajadores que ya están del otro lado de la frontera, también, políticamente, se abriría una ventana de oportunidad importante con la expedición de visas en los países de origen de los trabajadores: en otras palabras, que cambiarían unos por otros y los costos generales no serían tan altos.

Porque hay un punto central. Como casi siempre, el presidente Fox lo dijo muy mal el jueves ante la BBC, pero lo cierto es que esos millones de trabajadores son necesarios para la economía de México y para la de Estados Unidos. El tema es cómo regularizar esa situación cuando el mayor temor político del otro lado de la frontera es la seguridad nacional de un país que está en guerra contra un enemigo tan inaprensible como lo es el terrorismo.

El tema que se está discutiendo públicamente es la migración, pero en realidad lo que se está analizando, lo que está en el debate real, es la seguridad fronteriza. El tema migratorio mejorará sustancialmente en la medida en que México pueda adoptar medidas de seguridad en la frontera mucho más efectivas que ahora. Por eso, un punto clave de la serie de reuniones que hubo y habrá en estos días es la que mantuvieron Chertoff y Abascal en Brownsville. Si allí se llegó a acuerdos reales que puedan ser percibidos por la sociedad y la clase política estadounidense, el tema migratorio se flexibilizará. Cuando se le pregunta a los estadounidenses qué quisieran ver en la frontera mexicana responden sin dudas que quisieran ver al ejército mexicano desplegado en ella, haciendo un control mucho más eficiente de seguridad. Eso es imposible, pero se pueden hacer otras cosas. Ponen como ejemplo que en el camino de Sonora a Arizona van las camionetas de los polleros repletas de migrantes y el único control es un par de miembros de los grupos Beta que les dan consejos sobre qué hacer en caso de ser detenidos o de perderse en el desierto. Lo que preguntan es porqué, asumiendo que el gobierno no puede coartar la libertad de tránsito, no se ponen trabas reales a los polleros y, además no se hace una revisión exhaustiva de quienes están a punto de internarse en territorio estadounidense, pensando más que en los futuros indocumentados en terroristas o narcotraficantes peligrosos que pudieran encontrarse entre ellos. En otras palabras quieren “ver” una cooperación mucho más estrecha que la actual, asumiendo que nada de ello impedirá la inmigración ilegal pero que generará una sensación de mayor seguridad en su ciudadanía.

Esto va de la mano, obviamente, con la recuperación de la seguridad en las ciudades fronterizas que la han perdido: Matamoros, Nuevo Laredo, Reynosa, Juárez, Tijuana, la franja fronteriza Sonora-Arizona-Nuevo México. La ecuación es relativamente sencilla: si mejora la seguridad fronteriza y ése es un dato perceptible para la sociedad estadounidense, crecerán las posibilidades de un acuerdo migratorio benéfico para México. Esa es la operación política, clave en muchos sentidos, a la que se tiene que abocar la administración Fox en las siguientes tres semanas. Cuando a fines de marzo los presidentes Fox y Bush se reúnan en Cancún sabremos si tendrán algo que festejar o, simplemente, será la despedida de ambos luego de seis años de muchas expectativas y pocos éxitos en la relación bilateral.

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