La iglesia, tanto poder, tanta debilidad
Columna JFM

La iglesia, tanto poder, tanta debilidad

La iglesia católica es, sin duda, de las instituciones más poderosas a nivel internacional y nacional. En estos días no es casualidad que los temas de mayor debate sean el descubrimiento de un evangelio según Judas, ampliamente divulgado por Nacional Geographyc y que modificaría el papel, según la corriente agnóstica de los primeros católicos; o el debate que la propia iglesia ha iniciado en torno al libro y sobre todo ahora a la película El código Da Vinci de Dan Brown.

La iglesia católica es, sin duda, de las instituciones más poderosas a nivel internacional y nacional. Es también de las organizaciones más refractarias al cambio y de las más conservadoras. En estos días no es casualidad que los temas de mayor debate sean el descubrimiento de un evangelio según Judas, ampliamente divulgado por National Geographic y que modificaría el papel que, según la corriente agnóstica de los primeros católicos, se debe otorgar a ese apóstol; o el debate que la propia iglesia ha iniciado en torno al libro y sobre todo ahora a la película El código Da Vinci, de Dan Brown, una novela (en términos literarios bastante mala) que se basa en el supuesto ocultamiento del papel de María Magdalena en el origen del catolicismo (sin comprender que esa insistencia en condenar el libro o la película lo único que hace es despertar interés en ella y hacer suponer que la misma realmente esconde alguna verdad que fue oculta a lo largo de los siglos).

Y no es casualidad porque al tornarse la iglesia católica en una institución cada vez más cerrada en torno a sus principios y menos abierta a la sociedad, está pagando un costo muy alto en término de fieles: una encuesta realizada apenas la semana pasada en España revela que el número de jóvenes creyentes ha caído a niveles del 40 por ciento en menos de dos décadas.

El papado de Benedicto XVI no se caracterizará, además, por una mayor apertura, como en ese sentido tampoco se caracterizó el de Juan Pablo II. Al contrario, Benedicto es un teólogo que luego de tener una activa participación en la renovación de la iglesia en los primeros años 60, retornó a las visiones más ortodoxas de la misma.

El hecho es que para la iglesia católica en estos momentos no parece haber lucha más importante para su consolidación que su penetración y permanencia en América. Europa, a pesar de 20 siglos de tradición, parece estar cada vez más lejos del Vaticano. Asia y Africa han tomado otros caminos y particularmente la lucha de los integristas musulmanes contra Occidente, la deja en una situación muy difícil, porque mientras es parte inseparable del segundo, sus condenas al mundo materialista contemporáneo puede, para sus propios integristas, tornarse en una base común de enfrentamiento con la sociedad que le dio origen.

Por eso América es clave para su futuro. No sólo porque el mayor número de católicos practicantes, como porcentaje de la población, viven en este continente, particularmente en Brasil y México, sino también porque la creciente inmigración latina a Estados Unidos ha creado una base social importantísima en la principal potencia mundial que permitiría la consolidación de una iglesia católica tradicionalista allí, donde los escándalos la han golpeado en forma constante. Desde hace por lo menos dos décadas, Juan Pablo II observó esa posibilidad y desde entonces se ha trabajado sobre ella. No hablamos sólo de lo espiritual: de la misma manera que la iglesia estadounidense es una de las principales fuentes de financiamiento del Vaticano, también es verdad que sin el papel jugado por la Iglesia sería difícil de explicar la trascendencia y magnitud de los movimientos pro migración que se han generado en los últimos meses en la Unión Americana.

La contradicción, en México o en Estados Unidos, no está en las barreras que pudieran imponerle otras religiones, sino en su propia decisión de no transformarse para colocarse a la altura de los tiempos y de las sociedades que se plantea conservar o conquistar. Es una lucha compleja y marcada por sus propias contradicciones, por un deseo de conservar que la lleva al inmovilismo e indirectamente a la decadencia mientras que sus espacios de poder, en nuestros países, han crecido. Europa le debería haber demostrado que no se puede hacer las dos cosas al mismo tiempo.

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