La crisis post debate del lopezobradorismo
Columna JFM

La crisis post debate del lopezobradorismo

La posibilidad de la victoria es un factor de cohesión, en cualquier fuerza política, tan poderoso como la perspectiva de la derrota la debilita en forma extraordinaria. Durante muchos meses las tensiones que se acumularon en el equipo de López Obrador, se diluían por la perspectiva del triunfo el dos de julio. Ello galvanizaba alianza internas y externas, hacía mal tolerable el estilo poco tolerante del candidato y permitía los consensos entre personajes históricamente enfrentados. Eso es lo que, desde hace un mes, se ha ido perdiendo y el proceso se agudizó durante la última semana.

La posibilidad de la victoria es un factor de cohesión, en cualquier fuerza política, tan poderoso como la perspectiva de la derrota la debilita en forma extraordinaria. Durante muchos meses las tensiones que se acumularon en el equipo de López Obrador (derivadas de su personal estilo de asumir el control total de las decisiones, donde hay sólo un estratega, él mismo, desechando la experiencia política de los demás miembros), se diluían por la perspectiva del triunfo el dos de julio. Ello galvanizaba alianza internas y externas, hacía mal tolerable el estilo poco tolerante del candidato y permitía los consensos entre personajes históricamente enfrentados. Eso es lo que, desde hace un mes, se ha ido perdiendo y el proceso se agudizó durante la última semana.

Las señales son muchas y ahí están: López Obrador se ha quedado sin discurso. La insistencia del candidato perredista sobre la conspiración en su contra sólo le llega a sus incondicionales; su decisión de descalificar de un plumazo todas las encuestas es, por lo menos, irresponsable (¿cómo puede Leonel Cota decir que las encuestas son telefónicas y que como el CISEN controla todo el sistema telefónico del país, ello permite que desde allí se respondan las llamadas de los encuestadores?¿nos cree idiotas?); las propuestas programáticas que antes eran escasas han desaparecido del discurso; el próximo debate del 6 de junio que parecía una aduana fácil de sortear, visto lo sucedido el martes pasado y el reciente desempeño de AMLO, se transforma en un peligro difícil de evaluar para el futuro de la campaña.

Todo ello ha detonado una crisis interna que se pone de manifiesto en la vana explicación que tratan de dar el propio López Obrador y sus principales colaboradores sobre las encuestas y el debate: el candidato dice que sus adversarios dieron en el debate una demostración de “continuismo” y, al mismo tiempo, dice que “le copiaron las propuestas”: si lo pensara comprobaría que una cosa es, sencillamente, incompatible con la otra, salvo que asuma que la suya es una propuesta continuista; el mismo AMLO dice que las encuestas de Exélsior y Reforma ni siquiera se levantaron, que fueron hechas en Los Pinos, que tiene pruebas pero que no las puede exhibir; Cota, como dijimos, prefiere otra tesis: los del Cisen contestan miles de llamadas telefónicas simultáneamente; Camacho reconoce que su candidato sí ha caído en las encuestas, “sólo dos puntos”; Arreola también juega a la policía china y dice que tiene una encuesta que los coloca diez puntos arriba pero que no la puede mostrar ni decir, siquiera, quien la ha levantado.

El hecho es que en el equipo de AMLO, Camacho, que había propuesto semanas atrás sí participar en el debate, está por lo menos molesto con el curso que ha tomado la campaña y el poco eco de sus propuestas para retomar el ritmo; Jesús Ortega es ignorado; Leonel Cota decidió la semana pasada que él se ocupará de la zona noroeste del país y no se involucrará en el resto de las decisiones. Entre los aliados externos existe profunda desconcierto: en Convergencia se quejan de que no los escuchan y que López Obrador ni siquiera los toma en cuenta, incluso en los estados donde son claramente más poderosos que el PRD; ya están pensando en cómo actuarán, gane o pierda AMLO, después del 2 de julio. Las cosas con el cardenismo han llegado al límite: la única explicación lógica para haberle negado la candidatura en Chiapas a Emilio Zebadúa, pese a que desde hace meses estaba arriba en las encuestas, internas y externas del perredismo, y de haberlo reemplazado por el priista Juan Sabines (que estaba abajo en las encuestas en su propio partido) no estriba sólo en las negociaciones con el gobernador Pablo Salazar. Lo determinante es que Emilio nunca quiso romper con el ingeniero y el cardenismo. Eso López Obrador no lo perdona y le cobraron, de una forma infame, la factura.

Las cosas en el equipo de López Obrador están mal y estarán peor cuando aparezcan las próximas encuestas post debate.

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