Los enemigos son los empresarios
Columna JFM

Los enemigos son los empresarios

Quizás en términos electorales le pueda funcionar, pero no deja de sorprenderme, la estrategia que ha adoptado López Obrador en las tres últimas semanas. Ha realizado su apuesta más arriesgada, probablemente porque no se siente confiado en el resultado electoral. En lugar de moderar su discurso, en vez de presentarse con un proyecto incluyente, se ha radicalizado, ha decidido apostar a la división, a la confrontación entre ?ricos y pobres?, al mesianismo en su máxima expresión. Y ha elegido como enemigos principales a los empresarios.

Quizás en términos electorales le pueda funcionar, pero no deja de sorprenderme, la estrategia que ha adoptado López Obrador en las tres últimas semanas. Ha realizado su apuesta más arriesgada, probablemente porque no se siente confiado en el resultado electoral y quiere recurrir a las emociones más que al raciocinio, pero también porque ha resuelto mostrarse tal cual es. En lugar de moderar su discurso, en vez de presentarse con un proyecto incluyente, integrador para la nación y la sociedad, se ha radicalizado, ha decidido apostar a la división, a la confrontación entre “ricos y pobres”, al mesianismo en su máxima expresión. Y ha elegido como enemigos principales a los empresarios.

En los últimos días, desde la gira previa al debate por Jalisco, López Obrador se ha empeñado en demostrarle a aquellos que pensaban que el candidato de la alianza por el bien de todos, actuaría como Luis Inácio da Silva Lula, que por tanto se movería hacia el centro y respetaría tanto a la iniciativa privada, el ambiente de negocios, como los parámetros macroeconómicos, que no será así, que están equivocados. En apenas unos días, López Obrador ha dicho que respetará la autonomía del Banco de México (algo que, por otra parte debe hacer, porque es una obligación constitucional) pero agregó que no aceptará las políticas de éste que favorecen a “los ricos y especuladores”. En otras palabras, no lo respetará. Ha dicho que respetará las políticas macroeconómicas pero siempre y cuando no sean “ortodoxas” (o sea que tampoco las respetará) y como ejemplo dijo que utilizará las reservas del país para impulsar programas sociales, quizás pensando, o queriéndole hacer creer al electorado, que existe alguna bóveda en la que se guardan esos miles de millones de dólares, que en realidad son el resultado de movimientos contables, financieros y que para “utilizar” esas reservas, en realidad lo que hará será soltar el gasto público y con él la inflación y el nivel de endeudamiento. Confirmó que no abrirá el sector energético a la inversión privada. Dijo, además, que renegociará la deuda externa (un problema superado hace años) y el TLC, dos decisiones que sólo pueden traer conflictos financieros internacionales, sin ningún beneficio para la economía del país.

Pero eso no es lo más grave. Para López Obrador los empresarios no generan riqueza ni empleos, al contrario: son parásitos, no pagan impuestos, especulan. Será el Estado, o sea él mismo, quien lo hará en lugar de ellos. En los últimos días, además de parásitos, especuladores y evasores fiscales, dijo que su lucha es contra los de “cuello blanco” (sé que es una exageración, pero la expresión, dicha en el debate del 6 de junio, me recordó cuando Pol Pot en Camboya, decidió que todos los que utilizan anteojos eran “intelectuales pequeños burgueses” y por ende enemigos de la revolución). Siguió ejemplificando con otro tema cerrado, el Fobaproa, pero no sólo ha hablado de Roberto Hernández, al que injustamente sigue acusando de haber realizado una operación ilegítima en la venta de Banamex, sino que, además, en reuniones con otros empresarios ha dicho que dividirá Telmex en cuatro (quizás también por ello la virulencia en los ataques, también absolutamente injustificados, mentirosos, contra Diego Zavala, porque éste, en realidad, en la empresa Blitz, es socio minoritario nada más y nada menos que del grupo Carso, que encabeza Carlos Slim y del que depende Telmex); ha dicho, a otros empresarios que tomará control de la industria del cemento porque considera que existe un monopolio en ella que controla los precios (no importa que existan una decena de empresas en el sector, la advertencia es para otro gran empresario, Lorenzo Zambrano). Ha hablado, a pesar de la indulgencia de la que se ha hecho acreedor en ese ámbito, de romper con el control de las grandes empresas de comunicación, que dice “manipulan la opinión pública”. Ha dicho que acabará con el sector financiero “especulador”.

La lista podría continuar pero lo más claro fue lo que dijo en Tapachula y que motivó una queja formal del Consejo Coordinador Empresarial: que los empresarios no pagan impuestos y viven a costa de los impuestos de los más pobres. En realidad ocurre exactamente al contrario: uno de los graves problemas estructurales que sufrimos es que la enorme mayoría de la población no participa del esfuerzo fiscal y que la política adoptada por personajes como López Obrador, impulsando y protegiendo el comercio informal, los giros piratas, aleja a cada vez más sectores de la formalidad y del pago de impuestos. Hoy, lo que tenemos son unos pocos millones de contribuyentes que soportan toda la carga fiscal del país, la que se nos hace cada vez más onerosa y al mismo tiempo el candidato nos dice que no contribuimos lo suficiente. No ha hablado en un solo discurso de campaña de ampliar la base de contribuyentes, tampoco de generalizar algún impuesto, sino que los reducirá, que exentará a todo aquel que gane menos de nueve mil pesos mensuales del pago de ISR y lo aumentará aún más para los demás, con lo que terminaremos con uno de los sistemas fiscales más injustos del mundo.

Pero la lucha, lo ha dicho López Obrador, es entre “los ricos y los pobres” e incluso ha colocado el límite entre unos y otros: los que ganan menos de nueve mil pesos contra todos los demás.

Poco importan en este sentido los datos duros, comprobar que la iniciativa privada (que va desde el changarro de la colonia hasta las grandes empresas) contribuye con el 68 por ciento del esfuerzo fiscal del país o que no habrá creación de empleos sustentable sin apoyar la creación de empresas privadas, sin impulsar su desarrollo e integrarlas plenamente al desarrollo. López Obrador, al igual que Chávez, sigue pensando que será el Estado el que sustentará la economía, el que “dará”, exprimiendo a las clases medias urbanas y a los empresarios, a los “pobres”. Hay que reconocer que lo ha dicho con claridad: si llega a la presidencia nadie se debería llamar a engaño.

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