PRI: refundación o balcanización
Columna JFM

PRI: refundación o balcanización

Mientras se terminan de contar las actas en los consejos distritales para confirmar los resultados del pasado domingo, de algo no queda duda: el dos de julio fue una jornada de pesadilla para el priismo. No es sólo que la dirigencia de ese partido estimara como su piso electoral los once millones de votos y apenas haya superado los 8 millones, no se trata solamente de que esperaran un 30 por ciento de electores y tuvieron, en la elección presidencial poco más de 21 por ciento o que se hayan ido en la mayor parte del país a un lejano tercer lugar, incluyendo el derrumbe en los dos estados paradigmáticos del madracismo: Oaxaca y Tabasco. El problema es más grave porque, entre los muchos errores cometidos, se le otorgó al Partido Verde, que se comprobó una vez más que como aliado no sirvió para nada, un 7 por ciento del porcentaje electoral: eso dejará al tricolor con, aproximadamente, un 15 por ciento de sus prerrogativas, la mitad de lo que tiene actualmente. Pero ello determina también, con mayor certidumbre que nunca, que el futuro del tricolor está en las manos de sus gobernadores y, a partir de éstos, de la operación legislativa que pueda desarrollar como partido bisagra en el nuevo escenario político.

Mientras se terminan de contar las actas en los consejos distritales para confirmar los resultados del pasado domingo, de algo no queda duda: el dos de julio fue una jornada de pesadilla para el priismo. No es sólo que la dirigencia de ese partido estimara como su piso electoral los once millones de votos y apenas haya superado los 8 millones, no se trata solamente de que esperaran un 30 por ciento de electores y tuvieron, en la elección presidencial poco más de 21 por ciento o que se hayan ido en la mayor parte del país a un lejano tercer lugar, incluyendo el derrumbe en los dos estados paradigmáticos del madracismo: Oaxaca y Tabasco. El problema es más grave porque, entre los muchos errores cometidos, se le otorgó al Partido Verde, que se comprobó una vez más que como aliado no sirvió para nada, un 7 por ciento del porcentaje electoral: eso dejará al tricolor con, aproximadamente, un 15 por ciento de sus prerrogativas, la mitad de lo que tiene actualmente. Pero ello determina también, con mayor certidumbre que nunca, que el futuro del tricolor está en las manos de sus gobernadores y, a partir de éstos, de la operación legislativa que pueda desarrollar como partido bisagra en el nuevo escenario político.

En este sentido, el priismo no tiene opción: se refunda asumiendo su nueva realidad y desde allí se propone crecer como una fuerza política diferente (un escenario similar al que vivió el partido laborista en Gran Bretaña que con sus viejos dirigentes llegó a irse a un tercer lugar, detrás de conservadores y liberales, y tuvo que llegar la corriente renovadora, el llamado “nuevo laborismo”, de la mano de Tony Blair para llevarlo de regreso al poder), o simplemente cierra el ciclo de su existencia balcanizándose, convirtiéndose en la suma (si es que puede permanecer unido) de una serie de fuerzas políticas regionales.

Roberto Madrazo y su equipo cometieron muchos errores, pero éstos no tuvieron tanto que ver con la publicidad o la imagen, como insisten algunos: el suyo fue un error de fondo, conceptual. Apostaron a la restauración y olvidaron que ya en el 2000 la gente había votado por sacar al PRI de Los Pinos. Creció y se consolidó en distintos estados, pero lo hizo, donde tuvo éxito, jugando a la renovación: Natividad González Parás, Humberto Moreira, Eduardo Bours, Enrique Peña Nieto, entre otros, mostraron una cara diferente, otras opciones. Nada de eso mostró el priismo en la elección federal: al contrario, apostó a las cartas más añejas y su discurso se limitó a proponer un regreso al pasado que, en todo caso, vendía mejor López Obrador porque lo envolvía en un ropaje diferente aunque en el fondo fuera lo mismo.

El pecado original del priismo fue no apoyar las reformas estructurales. No tenía porqué respaldar acríticamente las propuestas del ejecutivo, pero tenía capacidad como para avanzar sobre ellas e incluso mejorarlas: ése fue su compromiso y lo vulneró. Haciendo eco a los duros que lo acompañaban, Madrazo decidió no apoyar la reforma fiscal, rechazó la energética, no avanzó en la de pensiones, no impulsó las reformas al sistema de seguridad pública, detuvo las judiciales. ¿Qué futuro podía ofrecer un partido que se supone debía mostrar una nueva cara después de detentar el poder durante 70 años, si todo lo que fuera reforma era detenido y los dirigentes del mismo eran aquellos que repetían exactamente lo mismo que los electores habían rechazado en el pasado?.

En realidad, los números electorales demostraron que tenían razón, tanto Elba Esther Gordillo y como los dirignetes que despectivamente llamaron tecnócratas: sin apostar por el cambio y las reformas el PRI no tenía destino. La restauración era López Obrador, el futuro Calderón, ¿qué ofrecía Madrazo?. Así fue como los madracistas minimizaron la salida de Elba Esther Gordillo y dijeron que no tenía peso ni votos, pero Nueva Alianza obtuvo 5 por ciento en las elecciones legislativas; dijeron que Genaro Borrego o Diódoro Carrasco, y ese grupo en el que participan Jesús Reyes Heroles, Carlos Ruiz Sacristán, Luis Téllez, no significaba nada y con ellos perdieron no sólo votos, sino legitimidad y personajes que podrían haber mostrado un rostro reformador en el partido: nadie en el staff madracista pudo cumplir con ese papel, y los que hubieran podido jugarlo fueron desplazados u opacados por la candidatura de Madrazo. ¿Y qué futuro podía ofrecer la candidatura de un Madrazo que, con o sin razón justificada, acumulaba la mayor parte de los negativos electorales?.

El PRI, en los dos últimos años dilapidó su capital político porque no se abrió ni a sus corrientes internas ni a la sociedad; porque se deshizo de buena parte de sus mejores cuadros; porque no apoyó ninguna de las reformas que lo hubieran legitimado ante la sociedad; porque no se mostró como reformador (lo que hubiera implicado que había entendido el voto del 2000) sino como restaurador (que implica decirle a la sociedad que la que se había equivocado era ella no el partido); no hizo labor de renovación alguna y optó por la depuración, por una suerte de regreso al lopezportillismo que se reflejó además, en la desastrosa estrategia adoptada a partir de abril, de hablar de una elección de Estado y aliarse virtualmente con López Obrador sin comprender que lo único que lograban era darle oxígeno a éste y perderlo ellos.

Hoy, después de la derrota, el priismo deberá tomar decisiones. La primera, adoptada por Madrazo o presionada por los gobernadores fue acertada: deslindarse de aquel discurso de la elección de Estado y aceptar los resultados, buscando convertirse en un partido bisagra de cara al futuro. La segunda será renovar a su dirección: sus opciones reales son pocas, pero mejores a las actuales: Enrique Jackson (que tendría que haber sido su candidato presidencial), Beatriz Paredes, Manlio Fabio Beltrones o Juan Millán. Los Murat, los Ulises y otros dinosaurios deben asumir su derrota y dejar de obstruir el camino a los reformistas que son los únicos que pueden salvar al PRI.

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