López Obrador y la lógica golpista
Columna JFM

López Obrador y la lógica golpista

Hoy comenzará el recuento de unas once mil casillas, ordenado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, casillas en las cuales el propio tribunal estimó que pudiera existir alguna irregularidad o error en el cómputo. Se ha dicho que el IFE podría haber ordenado, en el conteo distrital del miércoles 5 de julio, abrir esas casillas: podría ser, pero también podría haber ocurrido que si se accedía al argumento de abrir todas las casillas, la llamada alianza por el bien de todos, obtuviera con ello su principal objetivo: anular las elecciones. No era algo nuevo, ya lo habían puesto en práctica, con éxito, en Tabasco en el 2000. Por eso era importante que el Tribunal fuera el que decidiera para no volver a caer en la misma trampa que entonces.

Hoy comenzará el recuento de unas once mil casillas, ordenado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, casillas en las cuales el propio tribunal estimó que pudiera existir alguna irregularidad o error en el cómputo. Se ha dicho que el IFE podría haber ordenado, en el conteo distrital del miércoles 5 de julio, abrir esas casillas: podría ser, pero también podría haber ocurrido que si se accedía al argumento de abrir todas las casillas, o un número muy considerable de éstas, la llamada alianza por el bien de todos, obtuviera con ello su principal objetivo: anular las elecciones. No era algo nuevo, ya lo habían puesto en práctica, con éxito, en Tabasco en el 2000. Por eso era importante que el Tribunal fuera el que decidiera para no volver a caer en la misma trampa que entonces.

El Trife ya decidió y todos los sectores políticos han aceptado la resolución menos, obviamente, López Obrador. El ex candidato cada día oculta menos sus verdaderas intenciones y ahora anunció que el famoso “voto por voto” ya no es suficiente. Lo que quiere, dijo en el mitin realizado en las puertas del propio Trife, es “cambiar inmediatamente todas las instituciones”, de “cualquier forma”. Si alguien tenía dudas de que López Obrador en realidad lo que quiere es el poder, a como dé lugar, para instalar un sistema político creado a su imagen y semejanza, podría despejarla con estas declaraciones. ¿Qué instituciones quiere López Obrador? Después de veinte años de trabajo, con costos muy altos, sociales y económicos, los mexicanos hemos construido un sistema político y por ende también electoral, que podrá tener muchas fallas pero que indudablemente está basado en instituciones democráticas sólidas: el IFE, el Trife, los distintos poderes de la Unión autónomos, el respeto a la autonomía municipal y estatales respecto a la federal, la limitación del poder presidencial a sus atribuciones constitucionales, el control de la fuerza pública a los poderes civiles, las elecciones donde los votos son los que determinan los gobernantes, un congreso plural donde desde hace nueve años el partido del presidente no tiene mayoría propia, un sistema donde existe plena libertad de prensa, de asociación, de reunión, son todos elementos que se han convertido en parte de la cotidianidad democrática de nuestro país. Así lo entienden la sociedad, los partidos, los sindicatos, los medios. Entonces ¿qué instituciones quiere cambiar “inmediatamente” y “como sea” López Obrador y hacia dónde quiere orientar esas “nuevas instituciones”?

El ejemplo del tabasqueño es claro: allí está Hugo Chávez y su “revolución bolivariana” con sus “nuevas instituciones”. Por eso los videos con los discursos del mandatario venezolano son los más vistos en los desangelados plantones del perredismo capitalino. Se podrá o no estar de acuerdo con Chávez, pero que en esta ocasión tampoco nadie se llame a engaño: las instituciones “bolivarianas” del chavismo no tienen nada que ver con un sistema democrático, con la división de poderes, con la pluralidad, con la libertad de prensa, de asociación y de reunión. Y es un sistema que políticamente los mexicanos hemos rechazado una y otra vez: los esfuerzos políticos y sociales de dos décadas se han concentrado en crear un sistema democrático relativamente eficiente. Falta, sin duda, mucho por hacer, pero sería trágico que ahora, simplemente por un capricho totalitario, se intentara cambiar ese rumbo.

Pero para ser como Chávez a López Obrador le falta sólo una cosa: militares golpistas. Debe estar muy satisfecho su asesor jurídico Javier Quijano con el curso de los acontecimientos: Quijano fue el que inventó aquello de que si procedía el desafuero, se estaría realizando una suerte de “golpe de Estado” en contra de López Obrador. Ahora, paradójicamente, el que intenta el “golpe de Estado” es el propio ex candidato. Alguien dirá que es una afirmación exagerada, pero ¿qué se pretende cuando se desconocen las reglas del juego democrático, cuando se apuesta a la desestabilización y se amenaza con la violencia, cuando las autoridades capitalinas, controladas por López Obrador ponen los recursos públicos y las fuerzas de seguridad locales no al servicio de la ciudadanía sino de una causa partidaria, cuando se dice que se deben cambiar las instituciones inmediatamente y de “cualquier forma”? En los hechos, lo que se pretende, como dijimos en su momento, es reconstruir el sistema de partido “prácticamente único”, sólo que entronizado ahora en torno al nuevo caudillo. Es, como hemos dicho muchas veces, una visión conservadora, restauradora del viejo sistema, que nada tiene que ver con la izquierda moderna y la construcción de un sistema más democrático y tolerante.

Pero las fuerzas armadas mexicanas no son las venezolanas y en nuestro ejército no hay golpistas. Y cuando la causa que se impulsa no tiene respaldo social masivo y representa a una minoría aunque sea numerosa, como ocurre con López Obrador, la única forma de imponer ese “cambio de sistema” es mediante la fuerza. Sin ésta, los intentos autoritarios no tienen futuro. Por eso, López Obrador se está quedando cada día más solo y, al tiempo que ello ocurre, se está radicalizando cada vez más.

Pero no deja de ser positivo que el verdadero rostro de Andrés Manuel se muestre sin máscaras. En realidad ya lo había mostrado antes: dijo en San Lázaro que no respetaba al poder ejecutivo, ni al legislativo ni al judicial, que no aceptaba las leyes vigentes porque en su concepto eran injustas ni las reglas del juego democrático, porque eran parte del “complot” urdido en su contra. Nadie tendría que asombrarse ahora, salvo aquellos de sus aliados y adversarios que pensaron que todo era una puesta en escena y que se atemperaría con el paso del tiempo. No es así, López Obrador siempre fue un restaurador autoritario, sólo que ahora lo muestra sin tapujos.

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