Tejero, López Obrador: los golpistas se parecen
Columna JFM

Tejero, López Obrador: los golpistas se parecen

El perredismo, que aún tenía posibilidades de rescatar algo de ese naufragio llamado López Obrador, decidió quemar sus naves y cometió el mayor error político de su historia. Al tomar el primero de septiembre la tribuna de la cámara de diputados, al impedirle a los demás legisladores continuar con la sesión y al presidente Fox dirigir su sexto informe de gobierno sellaron la derrota del dos de julio.

El perredismo, que aún tenía posibilidades de rescatar algo de ese naufragio llamado López Obrador, decidió quemar sus naves y cometió el mayor error político de su historia. Al tomar el primero de septiembre la tribuna de la cámara de diputados, al impedirle a los demás legisladores continuar con la sesión y al presidente Fox dirigir su sexto informe de gobierno sellaron la derrota del dos de julio.

La toma de la tribuna en San Lázaro sólo admite una comparación histórica: aquella de las Cortes españolas, también cuando estaba en ciernes un cambio de gobierno en la entonces todavía frágil democracia española, por el teniente coronel Antonio Tejero. Aquel 23 de febrero del 81, casi a la misma hora en que Carlos Navarrete daba la orden para tomar la tribuna, Tejero llegó con sus hombres, ocupó el congreso español y argumentando que las instituciones democráticas se habían pervertido anunció que llegaría una autoridad “de mayor grado” para hacerse cargo del poder: crearían su propio gobierno. Quienes esperaban una reacción violenta de los legisladores vieron como éstos no caían en la provocación y Tejero, junto con su jefe el general Jaime Millán de Bosch, un día después estaban detenidos. Aquel disparo de Tejero al techo de la Corte española, fue reemplazado en nuestro caso por el grito de López Obrador enviando “al diablo sus instituciones” y su amenaza, la misma del coronel Tejero, de que va “a crear su propio gobierno”. Un golpista, se diga de derecha o de izquierda, siempre es igual a otro golpista.

Lo del viernes en la cámara fue similar a aquel golpe del 23 de febrero en España y sus resultados también deberían ser los mismos. El perredismo, una vez más, tomó la tribuna para exigir sus derechos, tratar de imponer su visión de las cosas y lo hizo conculcando el derecho de los demás y la propia legalidad. Argumentó una suspensión de garantías individuales inexistente, olvidando, incluso, que desde hace un mes, un puñado de sus militantes han conculcado las garantías de buena parte de la poblaci&oacna impidiendo, incluso, el tránsito a las zonas de Paseo de la Reforma y del Zócalo donde nadie puede entrar sin una acreditación lopezobradorista. Pero más grave que eso, su actitud golpista demostró su propia vulnerabilidad, la debilidad argumental de sus posiciones y dirigentes, la incapacidad de ejercer una crítica fundamentada al poder político. Incluso demostró la falta de comprensión respecto a su propia realidad: ni el PRD representa a la mayoría de los legisladores del congreso (su fuerza legislativa equivale a dos quintas partes del congreso) ni mucho menos de los mexicanos: votaron por López Obrador 14 millones de ciudadanos y alcanzó cerca del 34 por ciento de la votación, pero olvidan que el otro 66 por ciento de los electores votó por otros partidos y candidatos, y que todos ellos reconocen que las elecciones fueron legítimas. ¿Con base en qué, además de la fuerza, pueden sustentar la legitimidad de sus demandas?

Pero además, la del viernes fue la peor estrategia política, típica de lo que Lenin llamada el infantilismo de izquierda, que podría haber adoptado ese partido. La imagen de intolerancia de los perredistas tomando la tribuna fue lo único que quedó en la enorme mayoría de la población. Al mismo te;n. Al mismo tiempo, se vio a un Vicente Fox tranquilo, que simplemente entregó su informe destacando que no podía hablar porque un grupo de diputados se lo impedía, mientras que dentro del recinto legislativo todos los legisladores de todas las demás fracciones parlamentarias, incluyendo los de Convergencia, simplemente observaban cómo los perredistas se suicidaban políticamente.

La acción no sólo les restó credibilidad y legitimidad, sino que incluso no impidió que el presidente Fox, pronunciara en cadena nacional y dirigiéndose directamente a la ciudadanía, el que probablemente haya sido el mejor discurso que ha dicho, con motivo del informe, en estos seis años. Corto, conceptual, tolerante, contraponiendo esa actitud con la que habíamos visto horas antes y logrando un triunfo político indiscutible. Porque además, el lopezobradorismo sigue sin saber leer las encuestas: el índice de aceptación presidencial está en el 70 por ciento, el de López Obrador en menos del 25 por ciento. La provocación orquestada en la cámara y la respuesta presidencial posterior, seguramente ha modificado esas cifras en contra del propio López Obrador.

El único logro de éste, si se lo puede llamar así, es haber obligado al PRD a distanciarse de cualquier vía legal e institucional que le permitiera utilizar en su beneficio el capital político que su ex candidato sigue dilapidando. El viernes, el PRD decidió regresar de los umbrales del poder a la sombra de la marginalidad.

Pero lo ocurrido, como aquel 23 de febrero del 81 en España, exige de los actores políticos (y también de los medios) una definición: se está con las instituciones democráticas, con los procesos pacíficos de lucha por el poder, por la construcción de acuerdos y agendas comunes buscando un mismo proyecto de país o se está por la ruptura, por la destrucción (“purificación” diría López Obrador) de las instituciones, por el golpismo que significa crear un gobierno a la medida de un político que rechaza la democracia. En el espléndido ensayo de Michelangelo Bovero que publicó Excélsior el viernes, el gran teórico italiano dice que la llamada democracia directa que pregona López Obrador no es tal, que las plazas con activistas que levantan la mano aprobando cualquier ocurrencia del caudillo populista lo llena de recuerdos del pasado, los de las épocas totalitarias de Mussolini, Hitler, Stalin, Castro, Chávez, agreguemos nosotros.

El 23-F de Tejero, catalizó la transición democrática española y reafirmó a partidos y medios en las convicciones democráticas. Es la misma reacción que en nosotros debería generar el golpismo lopezobradorista puesto de manifiesto el viernes pasado.

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