El país que recibe Felipe Calderón
Columna JFM

El país que recibe Felipe Calderón

No merecía Vicente Fox acabar su sexenio con bajas calificaciones y en medio de una crisis política. Pero hizo todo para que las cosas concluyeran de esta manera. ¿Qué sucedió para que un presidente que llegó a Los Pinos con un apoyo popular inédito y con la indulgencia de casi todos sus adversarios, terminara golpeado en casi todos sus frentes? Mi respuesta está en el mismo primero de diciembre en que tomó posesión del cargo.

No merecía Vicente Fox acabar su sexenio con bajas calificaciones y en medio de una crisis política. Pero hizo todo para que las cosas concluyeran de esta manera. “¿Cuándo se jodió el Perú?”, se pregunta Mario Vargas Llosa en la primera línea de una de sus mejores novelas, ¿cuándo se jodió la presidencia de Fox? podríamos preguntarnos nosotros. ¿Qué sucedió para que un presidente que llegó a Los Pinos con un apoyo popular inédito y con la indulgencia de casi todos sus adversarios, terminara golpeado en casi todos sus frentes? Y mi respuesta está en el mismo primero de diciembre en que tomó posesión del cargo.

El presidente Fox había perdido el periodo de transición y llegó a la toma de posesión con un mal diagnóstico y con una idea poco clara de la magnitud del reto al que se enfrentaba. No era un político profesional y quiso hacer de eso una virtud, cuando, a la hora de gobernar, ello se transforma en una carencia. En la propia ceremonia en el congreso comenzó a rebajar su propia investidura, saludando, como si fuera un acto escolar, primero a sus hijos y luego a los legisladores. A la gente de la calle el gesto le cayó bien, pero el congreso comprendió que las formas habían quedado atrás y se lo cobraron cotidianamente. Ese día, cuando nadie se lo hubiera podido impedir, podía haber presentado, de una vez, las propuestas de reformas fiscal y energética que el país, aún hoy, exige. Ni las nombró y envió un mensaje: no tenía claridad de sus prioridades y buscaría gobernar con base en encuestas de popularidad. Optó por ofrecerle al EZLN una paz que honraba aquello de alcanzarla en Chiapas en 15 minutos, pero regresó así, al tope de la agenda nacional, un tema que había desaparecido de ella tiempo atrás. Retiró al ejército de las posiciones que ocupaba en Chiapas desde 1995 y con ello envió, también, otro mensaje: el Estado renunciaba al uso legítimo de la fuerza a cambio de consideraciones políticas, aunque así se debilitara.

Esa combinación de mensajes: abandono de las formas, falta de prioridades y renuncio al uso legítimo de la fuerza, fueron las tres variables que, acomodándose de distinta manera, fueron socavando el sexenio y la administración Fox, y se pusieron de manifiesto cada vez que había que tomar una decisión clave. Podemos hacer un recorrido por todas las carencias que presentó la administración saliente pero siempre nos vamos a encontrar, en el fondo, con las mismas tres variables: abandono de las formas y por ende degradación de la institución presidencial, ausencia de un cuadro claro de prioridades y por ende una total desorganización y dispersión a la hora de tomar decisiones, y la negativa a la utilización de la fuerza legítima del Estado, aunque con ello perdieran el estado de derecho y la gobernabilidad del país.

Si esas fueron las principales debilidades de la administración Fox deberán ser, necesariamente, los capítulos en los que tendrá que hacerse fuerte Felipe Calderón. Por eso hoy irá al Congreso a rendir protesta: porque sabe que las formas son definitivas para fortalecer la imagen de una presidencia de la república debilitada como institución. Por eso la centralización en la toma de decisiones.
Por eso también el gabinete de seguridad que designó ayer. Es un equipo operativo, cercano y que dependerá en línea directa del propio presidente de la república. Incluso en las designaciones de los secretarios de la defensa y de la Marina, prefirió optar por hombres que no estaban incluidos entre los más nombrados para ese cargo garantizando así, por sobre todas las cosas, la lealtad a quien es, desde la medianoche de hoy, su comandante en jefe.

Por eso también, porque permite y fomenta la centralización y la toma estratégica de decisiones, el eje del esquema de seguridad propuesto transitará por la reingeniería de los cuerpos policiales de todo el país pero, sobre todo, por la información y la inteligencia. Genaro García Luna, primero en el CISEN y la naciente PFP y luego con la labor desarrollada en la AFI, estará enfocado, sin duda, en fortalecer ese objetivo. Eduardo Medina Mora trabajó, y muy bien, en el CISEN, reencauzó la secretaría de seguridad pública y es otro funcionario que está convencido de que son la información y la inteligencia los que deben marcar la pauta de operación de las fuerzas de seguridad.

Es difícil imaginar que ambos funcionarios vayan a trabajar por caminos separados. Sólo podrán hacerse fuertes si logran coordinar sus esfuerzos y potenciar sus respectivas fortalezas. El área de seguridad sólo funcionará, como se dijo ayer, si la coordinación con la propia secretaría de gobernación, con la defensa y la marina, entre García Luna y Medina Mora, se convierte, más allá de una instrucción presidencial, en una realidad. Y habrá que ver, además, quiénes son los operadores que estarán debajo de ambos funcionarios: Miguel Angel Yunes fue un excelente operador para Medina Mora pero todo indica que irá al ISSSTE. En la PGR, nadie sabe más y mejor cómo combatir al crimen organizado que José Luis Santiago Vasconcelos (¿por qué no crear una figura equivalente al zar antidrogas de los Estados Unidos?). En el ejército, pocos conocen de inteligencia y operación mejor que el general Moisés García Ochoa, quien fuera secretario particular del general Vega García. La pregunta obvia es si vale la pena formar cuadros destacados en un área para luego enviarlos a otra, o dejar que se nutra de ellos la iniciativa privada.

Regreso a las formas y la fortaleza institucional, a las prioridades, al estado de derecho, serán los objetivos de la nueva administración. Si el presidente Calderón no se aparta de ellos, tendrá, en buena medida, garantizada la gobernabilidad. Y con ella, el requisito indispensable para cumplir con todos sus otros objetivos en los próximos seis años.

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