Partidos y sin claridad
Columna JFM

Partidos y sin claridad

Tanto el presidente Calderón como los propios legisladores, se congratularon de haber aprobado por unanimidad la ley de ingresos, enviando una buena señal política que se espera que en estas horas se reafirmada por la aprobación de un presupuesto de egresos coherente. Queda por ver si el senado ratifica la decisión de los diputados. Pero el gesto político ahí está. Aunque convendría aclarar que no ha sido gratuito.

Para Leandro y Carlos Marín, con un abrazo solidario

Tanto el presidente Calderón como los propios legisladores, se congratularon de haber aprobado por unanimidad la ley de ingresos, enviando una buena señal política que se espera que en estas horas se reafirmada por la aprobación de un presupuesto de egresos coherente. Queda por ver si el senado ratifica la decisión de los diputados. Pero el gesto político ahí está. Aunque convendría aclarar que no ha sido gratuito.

Los legisladores y los partidos se han visto sometidos en las últimas semanas a un escrutinio público en buena medida inédito y su evaluación ha sido inversamente proporcional a la que ha obtenido el nuevo ejecutivo. Mientras Calderón se ha consolidado con un buen trabajo, disciplinado, apuntalando percepciones y perspectivas, el congreso apenas si pudo sobrepasar el ridículo del primero de diciembre y su falta de iniciativa (que en realidad se arrastra por lo menos a 1997 o sea a la última década) ya no se pudo ocultar tras el rostro de una presidencia quizás bien intencionada pero sin rumbo claro, como ocurría con el foxismo. Recordemos que en el 2000, en los primeros días de la administración Fox, también el presupuesto fue aprobado sin dificultades y también se habló, como ahora, de iniciar un proceso de reforma fiscal integral. La administración federal fue perdiendo demasiado rápido el camino y ya para marzo del 2001 los legisladores le habían tomado la medida y se habían instalado en una dinámica de la que nunca salieron. Ahora, las cosas parecen ser diferentes y también por ello son los propios partidos (y el congreso) los que se están moviendo de forma distinta, asumiendo que si no cambian sus tácticas y su forma de operación corren el peligro de ser dejados atrás.

Ello se refleja en las tres grandes fuerzas políticas y es lo que permite explicar que partidos nuevos y pequeños como Alternativa los pueda colocar a la defensiva con iniciativas tan sencillas como demandar la reducción del financiamiento partidario. Todos se han visto afectados, en mayor o menor medida, por esta situación, pero el único que está viviendo una verdadera crisis interna, es el perredismo. No sólo por la inocultable lucha entre sus corrientes internas, sino también, y sobre todo, por el derrumbe del lopezobradorismo. Mientras el PRD ha regresado en todas las encuestas en sus expectativas de voto a apenas un 19 por ciento, hoy López Obrador es el político con la imagen más negativa del país, muy por encima de cualquier otro. El mejor signo de ello es la soledad que lo rodea en la llamada presidencia legítima y en sus desangeladas giras por los estados, a un nivel tal que mejor él y sus colaboradores han decidido tomarse unas largas vacaciones hasta bien entrado enero.

Pero el problema para el PRD va más allá de López Obrador: apostó todo a un liderazgo que poco tenía que ver con la historia y la trayectoria del partido y ahora deberá, necesariamente, redefinirse. La línea que ha asumido es insostenible y la mejor demostración es que primero los gobernadores, luego los alcaldes y ahora también la mayoría de los legisladores del partido, con o sin el respaldo de López Obrador, han comenzado a tomar otros caminos, de acercamiento y diálogo con el gobierno federal. En este 2007 el PRD tendrá que tomar definiciones de fondo, incluyendo la renovación de una dirigencia nacional que no representa en absoluto, comenzando por Leonel Cota Montaño y terminando por Gerardo Fernández Noroña, a ese partido. Y la posibilidad de ruptura, por el rechazo del lopezobradorismo a aceptar disidencias internas, es cada día mayor.

En el PRI ya está en proceso la elección de su nueva dirigencia y se definirá entre Enrique Jackson y Beatriz Paredes. Ambos han sido personajes cercanos durante muchos años pero no son ni significan lo mismo en términos políticos. No deja de ser significativo la facilidad con que el PRI terminó perdiendo de vista a Roberto Madrazo, y aunque el ex candidato sigue teniendo algunos de los hilos del partido, éstos son cada vez menos y han sido retomados por la mayoría de los gobernadores y por un grupo importante de legisladores. Pero ello no implica que el PRI tenga claridad hacia dónde dirigirse. Una estrategia partidaria tiene que ir mucho más allá de decir que se buscará el centro, el equilibrio o ser el fiel de la balanza en el proceso legislativo. El PRI ha presentado iniciativas, como la de reforma del Estado, de Manlio Fabio Beltrones, pero no dejan de ser propuestas que no se sabe qué peso tienen en el resto de la estructura. El priismo, durante los últimos seis años, pudo navegar, incluso con cierto éxito, porque el foxismo le dejó unos espacios muy amplios, muy cómodos, donde su ausencia de propuestas y su división interna fue compensada con el espíritu de cuerpo y la fortaleza del aparato partidario, aún muy eficiente en varios estados. Pero en la medida en que exista un ejecutivo con mayor presencia de ánimo y capacidad política, al priismo se le aproximan los mejores y los peores tiempos: tiene grandes posibilidades de participar en grandes parcelas de poder y renacer, y corre el riesgo de perderlo casi todo si sigue en la indefinición política. Todo debería indicar que sea Jackson o Beatriz quien encabece al partido, podrán establecer líneas mucho más estables y menos reactivas que las actuales. Pero tampoco será sencillo.

Del PAN se ha hablado menos, pero no deja de ser significativo que su presidente, Manuel Espino siga siendo uno de los principales opositores a la iniciativas del ejecutivo, aunque quiera disfrazarlo al hablar a “título personal”. Espino es otro que siempre ha subestimado a Felipe Calderón (o se ha sobrestimado demasiado a sí mismo). Habrá que ver cuánto lo terminará respaldando su partido ante un presidente relativamente exitoso.

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