El síndrome de China y la oportunidad
Columna JFM

El síndrome de China y la oportunidad

Si hace 20 años alguien hubiera dicho que un caída en la bolsa de Shangai iba a provocar un derrumbe bursátil internacional, hubiera sido tomado por un escritor de ficción: para empezar ni siquiera existía un sistema bursátil en China, y no estaba en su moneda, sino en el potencial militar del enorme país asiático.

Si hace 20 años alguien hubiera dicho que un caída en la bolsa de Shangai iba a provocar un derrumbe bursátil internacional, hubiera sido tomado por un escritor de ficción: para empezar ni siquiera existía un sistema bursátil en China, y no estaba en su moneda, sino en el potencial militar del enorme país asiático.

El martes, China demostró varias cosas: primero, que su lugar en el mundo económico es indiscutible. Un resfriado en Shangai provoca gripe en la economía mundial. Y eso es un síntoma de su potencia real: la tasa de crecimiento del país, de casi 28 por ciento anual en el 2006, lo confirma. Pero también, en segundo lugar, demuestra que es una potencia en construcción, que sus bases estructurales aún no están tan sólidas como algunos creían. No es tan fácil pasar de una economía absolutamente cerrada, de un sistema totalitario de economía planificada a una economía abierta en algunos capítulos, todavía cerrada en otros, con un sistema hipercapitalista en ciertos aspectos y férreamente comunista en algunos más. Y mucho menos hacerlo con una población de mil 300 millones de habitantes, de los cuales varios cientos de millones viven en condiciones muy precarias, lejos del vertiginoso crecimiento que se da en toda la costa del Pacífico. China está en el camino correcto, pero todavía está a mitad del camino y tardará aún un tiempo en terminar de recorrerlo. Ningún inversionista dejará de colocar su dinero, si el negocio es atractivo, en China, pero se tomarán, luego del susto del martes, más precauciones. Ese es otro de los mensajes: China está ahí y no se puede decir, ni mucho menos, que tiene pies de barro, pero sí que le cuesta mantenerse erguido constantemente.

La crisis, dicen los propios chinos, es sinónimo, también de oportunidad. La confusión que existe en China en estos días, aunada a las dificultades que se presentan en Estados Unidos (el derrumbe de la bolsa fue causado por el efecto Shangai pero también por el atentado que sufrió el vicepresidente Dick Cheney en Afganistán) e incluso la situación peculiar, inédita, que ha generado el gobierno de Venezuela al establecer una alianza con Irán (y al haber acercado al mandatario iraní con varios gobiernos sudamericanos), abre una oportunidad muy especial para México. Si como país nos apresuramos a establecer políticas públicas agresivas, si realizamos con rapidez algunas de las reformas pendientes en diversos ámbitos, podemos absorber muchos de los capitales que tomarán mayores precauciones en China, que desconfían de lo que puede suceder en algunas naciones sudamericanas con sus nuevas (viejas en realidad) políticas económicas y que están buscando economías en desarrollo, con una base social y estructural más sólida, más confiables, en donde invertir su dinero. México, tomando unas pocas decisiones, está en una posición ideal para explotar esa oportunidad.

¿Qué es necesario para ello?. En primer lugar habría que decir que las ineludibles reformas estructurales. En estos días, senadores y diputados están muy interesados en la reforma del Estado, en los métodos para su implementación y todo ello es muy saludable. Pero no son los temas urgentes en la agenda nacional. Lo son en todo caso para los partidos y pueden serlo para el futuro del sistema político. Pero mientras avanzan en ello, el congreso sigue manteniendo estancadas reformas claves, que en este momento particular podrían ser determinantes para atraer recursos, inversiones y generar empleos, y que permitirían que la reforma del Estado se pudiera discutir, analizar, procesar con menos presiones. Estoy pensando, por ejemplo, en la reforma energética (que por supuesto no pasa por la venta de PEMEX o la CFE, un mito que nadie ha planteado jamás) y la de pensiones (que pasa, sobre todo, por una reforma en el sistema de pensiones del ISSSTE), y en una reforma fiscal puntual, que no necesariamente vaya al fondo del tema pero que permita dejarlo encaminado hacia el futuro. Con esos tres capítulos estaríamos, como país, enviando una señal poderosa, que daría tiempo y espacio para procesar todo lo demás, sin tantas presiones, de todo tipo, como las actuales. No me queda claro si el congreso lo comprende de esa manera: hoy esos temas no parecen estar en su agenda inmediata. Hace dos meses que comenzó el año, y los coordinadores de los diputados se habían comprometido, formalmente, a que el dos de enero se pondrían a trabajar en una reforma hacendaria que, en febrero, nos dijeron que mejor la dejaban para agosto. Los “tiempos legislativos” se parecen, en demasiadas ocasiones, a aquellos “tiempos indígenas” de los que hablaban Marcos y Samuel Ruiz y que constituían una coartada, cuando era necesario, para justificar las dilaciones de cualquier tipo.

Lo peor que podría hacer el ejecutivo en este contexto es quedarse esperando a que el Congreso maneje sus “tiempos”. Uno de los muchos errores de la administración Fox fue quejarse, de que las famosas reformas estructurales no salían y esperar, sin adoptar las políticas públicas que pudieran haber servido en muchos casos como una suerte de sucedáneo de las reformas esperadas. En todo caso, lo que los inversionistas reclaman es seguridad (pública y jurídica) como lo dejaron en claro los miembros de la American Chambers ante el presidente Calderón y ambas las puede proveer el ejecutivo: si las demás iniciativas pasan y se consolidan vía el congreso, qué bueno, si no es así, el país no puede ni debe paralizarse, debe encontrar mecanismos, vía decretos, acuerdos y políticas públicas, para avanzar y dejar que el congreso termine de procesar sus temas. En un mundo pletórico de acechanzas se abre una ventana de oportunidad: se requiere responsabilidad, pero también un grado de imaginación y audacia para hacerlo. Y si el Congreso no tiene tiempo para atender el problema, el ejecutivo, mientras tanto, debería seguir adelante.

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