El PRI real no quiere cambiar
Columna JFM

El PRI real no quiere cambiar

Este que vimos el fin de semana en su asamblea extraordinaria, es el PRI real, no el que quisiéramos, tampoco el que algunos idealizan como una opción futura ni siquiera el que otros denigran como una rémora del pasado. Es un partido que, en sus bases, piensa más en conservar espacios de poder que en la transformación, que quiere regresar al gobierno pero que no sabe como hacerlo, que a casi ochenta años de su creación está buscando su identidad, perdida junto con el poder en el año 2000.

Este que vimos el fin de semana en su asamblea extraordinaria, es el PRI real, no el que quisiéramos, tampoco el que algunos idealizan como una opción futura ni siquiera el que otros denigran como una rémora del pasado. Es un partido que, en sus bases, piensa más en conservar espacios de poder que en la transformación, que quiere regresar al gobierno pero que no sabe como hacerlo, que a casi ochenta años de su creación está buscando su identidad, perdida junto con el poder en el año 2000. No es extraño entonces que el mayor punto de interés de la Asamblea que concluyó el domingo haya sido si el PRI se autodenomina partido de “izquierda” o no, una definición que no quiere decir absolutamente nada. ¿Qué mejor demostración que el documento aprobado el sábado que estipula, en uno de sus artículos transitorios, que la dirigencia nacional integrará “una comisión con atribuciones específicas para que en un plazo de seis meses presente un estudio en el cual se precisen los contenidos y alcance, sobre la vinculación que existe con la Internacional Socialista y su significado para el Partido Revolucionario Institucional, tendiendo en su ideario un origen que reivindica los principios de la Revolución Mexicana, y haciéndose necesario definir la ubicación del PRI en el amplio espectro de la izquierda”. Esto, agrega, "para efecto de presentar una propuesta hacia la Asamblea Nacional" que se celebrará en noviembre próximo. ¿Alguien puede traducir el texto?

A nadie puede importarle, ni a los propios priistas, si se definen de izquierda o no, o si buscan durante seis meses analizar cómo se relacionan con la Internacional Socialista, para compatibilizar los principios de esa organización con los de la revolución mexicana. Lo importante es qué posiciones asume ese partido respecto a los distintos capítulos de la agenda nacional: qué apoya y que no, en lo económico, en lo social, en lo político. De eso poco y nada vimos en la asamblea nacional. Habrá que quedarse en todo caso con lo aprobado en torno a temas electorales, que acercan más al PRI a una contrarreforma que a una transformación de cara al futuro. No deja de llamar profundamente la atención que mientras, por ejemplo, Manlio Fabio Beltrones esté impulsando una reforma del Estado, el partido decidió, entre otros puntos, no aceptar candidaturas ciudadanas (en un partido que dice que quiere abrirse a la gente…pero que no quiere aceptar que la gente impulse candidaturas que no surjan del propio partido), que no acepte homologar las fechas de las elecciones estatales y federales, que no acepte la reelección de legisladores y presidentes municipales, que haga una cuestión de principios el reemplazo de los consejeros del IFE que ellos mismos eligieron. La lista del desconcierto podría continuar pero ya sería algo así como una violencia innecesaria. Fueron demasiados los despropósitos aprobados en apenas dos días de deliberaciones.

Me queda claro que Beatriz Paredes quiere cambiar a su partido sin perderlo, pero si el propio partido no hace el más mínimo esfuerzo por presentarse como una opción aunque sea con visos de modernidad, ello será imposible. El único tema de los priistas sigue siendo ponerse candados, oponerse a cada vez más cosas, dentro y fuera del partido, sin proponer nada nuevo: la principal discusión se dio respecto a si el CEN podía o no impulsar candidaturas locales, en relación a las atribuciones del Consejo Político Nacional; en cuestiones que buscan conservar espacios de poder específicos en estados y municipios en manos de algunos dirigentes que, en muchos de los casos, no pasarían jamás la prueba de la evaluación popular.

Ahí está el PRI real, el que no quiere cambios sino fortalecer los mecanismos para frenarlos, ni siquiera para que todo siga como hasta ahora, sino para regresar al pasado. Es una lástima porque con la lógica que exhibió este fin de semana el priismo no parece estar en condiciones ya no hablemos de regresar al poder sino de aprovechar el enorme espacio político que las condiciones del país le han abierto. El desafío de Beatriz Paredes es enorme: tendrá que tratar de transformar a un partido que no quiere hacerlo, que no entiende que la línea que reafirmó en esta asamblea es la misma que lo llevó a tener poco más del 20 por ciento de los votos, la que lo hizo retroceder una y otra vez en los últimos años. Debemos insistir en un punto: ha sido esta visión de refugiarse en el priismo del pasado, la misma que reivindicó el madracismo, la que ha llevado al PRI a los peores resultados electorales de su historia. Para restauradores que buscan regresar al pasado, son más coherentes en el lopezobradorismo.

Habrá que desearle mucha suerte a Beatriz. La necesitará porque buena parte de su partido ha decido encerrarse en sí mismo y conservar sus cada vez más pequeños espacios de poder, en lugar de mirar hacia el futuro.

El regreso de las carreteras

Estar en desacuerdo con la reconcesión de las carreteras es absurdo. ¿Desde cuando la labor del gobierno es administrar carreteras de cuota?. Concesionarlas a empresas privadas es necesario y puede ser un buen instrumento para allegarse recursos. Pero debe haber claridad en un punto: no puede ni debe haber rescate si alguna empresa no hace el negocio que esperaba con las carreteras. El rescate anterior se debió hacer por las condiciones peculiares en las que se habían entregado esos contratos, pero el error no puede volver a ocurrir: la empresa que no pueda hacer rentable la carretera que le toque administrar deberá asumir esa carga, cumplir con las condiciones del contrato de concesión y deberá regresarla al Estado sin recibir un peso de éste. Debemos apostar a una economía abierta y al mercado, pero entonces las reglas deben ser las mismas para todos.

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