Yucatán: la deslealtad
Columna JFM

Yucatán: la deslealtad

Los resultados electorales en Yucatán han catalizado muchas de las tensiones políticas que existen entre el gobierno federal y la actual dirigencia de su partido. Por lo pronto ha comenzado la búsqueda de culpables y, una vez más, Manuel Espino, el presidente nacional del PAN, sostuvo que la responsabilidad de la derrota era del gobierno federal, responsabilizó al principal operador en Los Pinos del presidente, Juan Camilo Mouriño de la derrota, lo que además, se constituye de inmediato en una denuncia de un posible delito electoral que se debe perseguir de oficio por la Fepade.

Los resultados electorales en Yucatán han catalizado muchas de las tensiones políticas que existen entre el gobierno federal y la actual dirigencia de su partido. Por lo pronto ha comenzado la búsqueda de culpables y, una vez más, Manuel Espino, el presidente nacional del PAN, en una actitud que de vergonzosa pasa a rayar con la deslealtad al presidente, sostuvo que la responsabilidad de la derrota era del gobierno federal, le pidió que no metiera más las manos en la contienda y terminó responsabilizando al principal operador en Los Pinos del presidente, Juan Camilo Mouriño, prácticamente de la derrota, lo que además, se constituye, de inmediato en una denuncia de un posible delito electoral que se debe perseguir de oficio por la Fepade. Son demasiados errores para atribuirlos sólo a la confusión mental de Espino: existe mala fe y, a partir de estas  expresiones, el gobierno debe contemplar al presidente de su partido no como un correligionario con el que mantienen diferencias, sino como un adversario político inescrupuloso.

Lo hemos dicho ya en muchas oportunidades y se debe insistir en ello: con Espino en la presidencia del PAN, el gobierno federal no puede estructurar una política clara, se le dificulta construir alianzas, establecer políticas, no encuentra lealtades. No tiene partido. Imaginemos, por ejemplo, que en 1989, Luis Donaldo Colosio hubiera declarado que el PRI había perdido Baja California porque el gobierno de Salinas había intentado intervenir en el estado y se hubiera acusado a Manuel Camacho o José Córdoba de ello. El sonorense no hubiera durado ni un día en su cargo, pero ello no hubiera ocurrido porque Colosio era un hombre de lealtades, lo cual ya resulta mucho pedir para un Espino cuya lealtad parece estar solo consigo mismo.

La derrota panista en Yucatán debe entenderse con distintas aproximaciones. Existe una responsabilidad clara de la dirigencia del partido. Por una parte, el CEN boicoteó el proceso interno desde un inicio, intentando imponer a Ana Rosa Payán, una de las más cercanas colaboradoras del propio Espino. Ana Rosa fue quien presentó a Espino en la reunión de Consejo Nacional en la que fue electo presidente y respondía en forma directa a éste. Cuando no fue candidata y buscó serlo por el PRD, Espino no sólo no la desalentó en ningún momento sino que incluso terminó reconociendo su valor civil, aunque finalmente agregó que se había equivocado en su decisión. Pero no la tocó ni con el pétalo de una rosa y ahora hizo suyos los mismos argumentos que había esgrimido la ex alcaldesa de Mérida para justificar la derrota.

Si se quiere establecer grados de responsabilidad se puede hacer la comparación entre la forma en que actuaron Espino y Payán, y la forma en que el priismo, sobre todo Beatriz Paredes (y antes Mariano Palacios) convencieron a Dulce María Sauri a la que el PRD le había ofrecido la candidatura de no romper. Y Sauri se sentía con tanto derecho a la candidatura priista como Payán de la panista.

Se podrá argumentar que el gobierno federal intervino en el proceso de selección de candidato y que obviamente existía una buena relación entre Abreu y el presidente Calderón, pero una vez iniciada la campaña, el propio Calderón se comprometió con el PRI y otros partidos, entre ellos Alternativa y Convergencia a no intervenir en el proceso y cumplió su compromiso. La responsabilidad quedaba en manos del panismo estatal y el federal: jamás lograron ponerse de acuerdo y los dos cometieron errores, sobre todo porque nunca se deslindaron responsabilidades y finalmente el CEN se limitó a abandonar la campaña. En el camino se perdió una ventaja de 15 puntos y quedaron abajo por siete: 22 puntos perdidos en unos meses llevaron a la derrota del PAN.

También hay responsabilidad de Patricio Patrón Laviada. El gobernador realizó una gestión mala. Impulsó la confrontación social, dividió y no generó consensos: un ejemplo paradigmático de ello fue su burda intervención en el caso Medina Millet que hizo suyo desde la campaña de senador y que lo llevó a confrontarse con un amplio sector de la sociedad yucateca y con el poder legislativo y judicial. Incluso llevó el caso hasta la Suprema Corte y lo perdió y e incluso así, le otorgó la libertad adelantada a un asesino cuyo único mérito era la amistad con el gobernador y su familia. Esos caprichos, esa intervención familiar, en asuntos de gobierno y negocios, fueron muy costosas para Patrón Laviada y simplemente el panismo pagó los costos. No se puede gobernar tan mal durante seis años y no pagar un costo.

En este caso se debe regresar al tema, a las similitudes de Baja California 1989, y Yucatán 2007. Los tiempos son otros y también las circunstancias. Pero entonces también se dijo que el estado había sido entregado por Salinas al panismo (como Madrazo dice ahora que desde el 94 estaba arreglada la entrega del poder al PAN en el 2000) para consolidar los acuerdos políticos con ese partido. No es verdad: lo que entonces sí hizo Salinas fue colocar a una buena candidata, Margarita Ortega, le dio todo el apoyo a su partido pero no metió las manos y dejó que cada voto contara y se contara. El panista Ernesto Ruffo era mejor candidato que Margarita, pero además, era casi imposible en una elección limpia que el PRI ganara después de los gobiernos de Bob Delamadrid y Xicontencatl Leyva, dos perfectos desastres, que arrastraban públicas y largas historias de corrupción. En Yucatán pasó lo mismo, era demasiado exigir el triunfo con un gobernador mal valuado, una traición en el partido y una dirignecia nacional que la alentaba. Lo que hizo Calderón fue garantizar que la elección se diera con limpieza. Ni el panismo de Espino ni el yucateco, supieron ganar en esas condiciones. Y Espino en tres oportunidades proclamó ganador a Abreu cuando sabía que había perdido. ¿Esperaba que el presidente metiera las manos para revertir el resultado?

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