La terca memoria de Julio Scherer
Columna JFM

La terca memoria de Julio Scherer

No creo en los personajes transformados por sus apologistas en estatuas de bronce, menos aún en vida. No creo, por lo tanto en los próceres de la política, la cultura, los espectáculos. Obviamente tampoco en los del periodismo, a pesar de que en ocasiones parece ser la moda encender incienso en torno a ellos, alabando el héroe con sus virtudes siempre inmaculadas. Creo en el trabajo, en el profesionalismo, en el intento, por lo menos en esta profesión, de hacer el mayor esfuerzo por la verosimilitud, la coherencia, la explicación del porqué de las cosas, creo más en los sustantivos que en los adjetivos, en los datos duros más que en las famas prestadas, en el ejercicio de los géneros que en amarillismo, en una página bien escrita que en una exclusiva prestada. Precisamente por eso Julio Scherer García es más que la historia creada a su alrededor; es más periodista, con todos sus claroscuros, que el hombre al que se quiere colocar en un pedestal, y que no se baje de allí.

Más vale que no tengas que elegir entre el olvido y la memoria
Joaquín Sabina

No creo en los personajes transformado por sus apologistas en estatuas de bronce, menos aún  en vida. No creo, por lo tanto en los próceres de la política, la cultura, los espectáculos. Obviamente tampoco en los del periodismo, a pesar de que en ocasiones parece ser la moda encender incienso en torno a ellos, alabando el héroe con sus virtudes siempre inmaculadas. Creo en el trabajo, en el profesionalismo, en el intento, por lo menos en esta profesión, de hacer el mayor esfuerzo por la verosimilitud, la coherencia, la explicación del porqué de las cosas, creo más en los sustantivos que en los adjetivos, en los datos duros más que en las famas prestadas, en el ejercicio de los géneros que en amarillismo, en una página bien escrita que en una exclusiva prestada. Precisamente por eso Julio Scherer García es más que la historia creada a su alrededor; es más periodista, con todos sus claroscuros, que el hombre al que se quiere colocar en un pedestal, y que no se baje de allí.

Todo esto viene a cuento porque acabo de leer La terca memoria, el libro más reciente de don Julio y me pareció un documento imprescindible para comprender mucho de lo que ha sucedido en la vida de quien es, sin duda, el periodista más representativo de una generación tan brillante como contradictoria, que cimentó las bases del periodismo actual. La terca memoria es quizás el mejor de los libros de Julio Scherer en mucho tiempo, lo es más porque resulta tan auténtico como indudablemente suyo. Otros textos, como los que ha escrito con Carlos Monsiváis, no pueden desprenderse del tono inconfundible, de la prosa inigualable de éste. En cambio en La terca memoria , Scherer es él, casi sin disimulos: es un libro personalísimo con el que se puede o no estar de acuerdo en sus muchos juicios de valor pero ante el que no se puede permanecer indiferente. Y eso es buen periodismo.

Paradójicamente, las contradicciones presentes en La terca memoria son las que le dan coherencia a su autor: la amistad, el rencor, el respeto, el desprecio son explícitos. Para Scherer, como para muchos de los periodistas de su generación, aquella frase de Borges que decía que “yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”, sencillamente no se aplica. Y don Julio es paradigmático de esa generación (donde por historia, por cercanía, por biografía, prefiero a un Manuel Becerra Acosta, que extrañamente no merece más que una línea en el libro, o a ese personaje extraordinario que es Huberto Batis): es, en el mejor y más explicito sentido, soberbio (también lo era Manuel, lo es Huberto) y sus juicios lapidarios. Es soberbio por formación: dice en el libro que en parte fue para combatir su timidez innata pero también porque era, es, el recurso para estar entre los mejores, para exhibir su personalidad ante el poder y ante los demás.

A la coherencia personal no hay que pedirle coherencia estricta en los juicios de valor. Así don Julio no puede esconder, junto con el desprecio, la admiración profesional por Carlos Denegri o el ultraje de la traición, magnificado por el reconocimiento de la inteligencia, de Gastón García Cantú. Es injusto, excesivo, con Héctor Aguilar Camín pero generoso con Juan Sánchez Navarro. Acepta una vieja amistad rota con Carlos Hank González pero desprecia su enriquecimiento, pero es más indulgente con Miguel Alemán. No tiene atenuantes contra Jorge Hank Rhon (su retrato es lo mejor del libro) ni ante Adolfo López Mateos, pero no desliza una crítica siquiera similar contra Manuel Bartlett. Ese es el auténtico Scherer, el que se muestra casi sin tapujos en el libro, con sus grises, su luminosidad y su oscuridad, con su magnífica (y por lo tanto contradictoria) historia a cuestas.

Hay tres o cuatro frases fantástica. Su crítica a quienes hacen periódicos “indiferentes a la noticia, ajenos al reportaje y a la crónica” que “se acomodan con su poder, hacen negocios y se vanaglorian como centinelas de la libertad de expresión y el equilibrio entre los poderes”, es una radiografía de buena parte del periodismo actual. Recuerda a uno de los personajes más significativos del exilio sudamericano, el periodista Carlos Quijano, fundador del semanario Marcha, en su natal Montevideo, y lo cita recordando a su vez a Unamuno, cuando dijo que “no me preocupaba la dictadura, me preocupa la república”. Dice que Quijano sostenía que “le preocupaba la dictadura pero me preocupa más la izquierda”. La reflexión es válida para el propio don Julio: ¿cómo comprender el explícito cariño para doña Amalia Solórzano de Cárdenas aunado a la incomprensible (si no fuera por el compromiso, respetable, de los últimos años con López Obrador) ausencia de Cuauhtémoc Cárdenas en el recuento histórico?

La frase más acertada del texto, también está relacionada con la historia de Carlos Quijano. Dice Scherer que le escuchó decir “que la verdad, la verdad incontrovertible es tema de Dios y la verosimilitud asunto de los hombres. Es verdad, agrega, y si alguien cree poseerla, sólo se encierra en una cárcel que construye con sus propias manos”. ¿Quién podría negarlo?¿quién podría olvidar que en demasiadas ocasiones cuando se convierte el periodismo en púlpito, así sea con las mejores intenciones, quien lo hace “sólo se encierra en una cárcel que construye con sus propias manos”?.

Si la historia es la lucha de la memoria contra el olvido, es una enorme contribución que don Julio nos la cuente como la recuerda, como la vivió, como la sintió, como la juzga. No es La terca memoria, no debería serlo, un libro para estar o no de acuerdo con sus juicios: es un libro para recordar, para reflexionar, para saber, aunque no haya sorpresas, como se ve la historia desde la perspectiva de un periodista paradigmático, contradictorio, imprescindible.

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