La corrupción es consecuencia del subdesarrollo
Columna JFM

La corrupción es consecuencia del subdesarrollo

Se dio a conocer esta semana el índice de percepción de corrupción mundial que realiza Transparencia Internacional. Las cifras en nuestro caso son brutales: nuestro puntaje apenas si alcanza el 3.5, ocupamos, junto con naciones como Marruecos, Surinam, China, Perú e India, la lejanísima posición 72, nos hemos alejado de naciones latinoamericanas, sobre todo de Chile que esta ubicada en un envidiable lugar 20, junto con países como Estados Unidos, con percepciones superiores a los siete puntos.

Se dio a conocer esta semana el índice de percepción de corrupción mundial que realiza Transparencia Internacional. Las cifras, en nuestro caso son brutales: en un índice de uno a diez, nuestro puntaje apenas si alcanza al 3.5, apenas dos décimas por encima del año pasado, y ocupamos, junto con naciones como Marruecos, Surinam, China, Perú e India, la lejanísima posición 72 en esa suerte de ranking mundial de la corrupción. En otras palabras, no sólo estamos lejos de los niveles de aprobación mínimos, sino que, además, nos hemos alejado de otras naciones latinoamericanas, sobre todo Chile que está ubicada en un envidiable lugar 20, junto con países como Estados Unidos, con percepciones superiores a los siete puntos.

Que Chile pueda estar en esa posición, o que otras naciones como Costa Rica estén mucho mejor calificadas en transparencia y lucha contra la corrupción que México, demuestra que no se trata de culturas o destinos manifiestos: el índice lo encabeza este año Nueva Zelanda, un país que hace un par de décadas era una suerte de patito feo en Oceanía en comparación con Australia y con reformas acertadas y políticas de integración plena al mundo globalizado hoy tiene un inmejorable nivel de vida y ha sorprendido al ser considerado el país menos corrupto del mundo. Inmediatamente después están los países escandinavos, que en las inicios del siglo XX, por lo menos en los casos de Suecia y Noruega, eran de las naciones más pobres de Europa. Y hasta hace 30 años su vecino Finalandia era, con mucho, el más pobre y más corrupto de Escandinavia, casi una extensión de la Unión Soviética: hoy está por encima de sus vecinos y su desarrollo ha sido notable. El caso de Irlanda es paradigmático: hace menos de 20 años era el país más rezagado de Europa Occidental, hoy está considerado el lugar con mejor calidad de vida del mundo y de los que menores índices de corrupción tienen.

No se trata de que no existan escándalos de corrupción en cualquiera de esos países, pero lo que se ha roto es el sistema de corrupción en sí. Y para ello se debe romper primero el esquema de desigualdad y falta de desarrollo. Cuanto mayor es la desigualdad, cuanto más complejo es el sistema, cuanto menos sectores están comprometidos con el desarrollo, incluyendo las contribuciones fiscales y el pago de servicios, la corrupción crece. En la medida en que se simplifican los procedimientos de todo tipo, desde los judiciales hasta los burocráticos, en la medida en que se facilitan las inversiones, en la misma medida en que el Estado se dedica realmente a lo importante: mejorar la educación, la seguridad y la infraestructura, mientras se creen las condiciones para el desarrollo, éste es el que va limitando los espacios de corrupción. Se ha dicho muchas veces pero siempre recorremos el camino inverso: las naciones que logran progresar tienen sistemas flexibles que se aplican de forma rígida. Los nuestros establecen sistemas rígidos que se aplican de forma flexible. Las recientes reformas fiscal y electoral, con sus pocos beneficios y muchas insuficiencias son una demostración de ello: en términos electorales ya se comprobará que lo incorporado absurdamente a la constitución (ni siquiera a leyes secundarias) no será, lisa y llanamente, funcional en muchos sentidos; en lo fiscal, hemos logrado mayores ingresos a costa de hacer más complejo el sistema y recargándolo nuevamente en los contribuyentes cautivos. Todas las naciones que están en los más altos niveles de desarrollo y de menos corrupción tienen un sistema fiscal simplificado y que gira en torno al IVA, incluido Chile. Nuestros políticos ni quieren oír hablar del tema. Quizás se podrá ganar en algunos aspectos de gobernabilidad o se tendrán más recursos. Pero ninguna de las dos reformas alcanzará para tener un país más viable, más confiable y atractivo para las inversiones de largo plazo.

Por eso no hay una verdadera lucha contra la corrupción, ni en el gobierno federal, ni en los estados ni tampoco en los poderes legislativo o judicial. Seguimos confundiendo la persecución real o ficticia de alguno de los síntomas de la corrupción, pero no se ataca ninguna de sus causas profundas. El caso Fox es paradigmático en ese sentido: se busca formar una nueva comisión en el congreso (tienen más de 20 de características similares que sólo han servido para contratar personal e incrementar el costo de los viáticos) para “investigar” el patrimonio del ex presidente. Pueden hacerlo, no estamos defendiendo a Fox, como lo hicieron ayer con Raúl Salinas, o lo harán mañana con Montiel o el personaje que usted prefiera colocar en ese lugar. Pero ninguna de esas persecuciones rompe el círculo de la corrupción: el mismo se rompe con la eficiencia, la transparencia, la simplificación, la seguridad jurídica, con inversiones y desarrollo, con partidos, legisladores y gobiernos dedicados a aplicar un programa de desarrollo claro y ligado no a las “singularidades” nacionales y locales sino a los estándares globales, internacionales. Nuestro congreso está preocupado por el rancho de Fox, pero no busca simplificar el pago de impuestos y generalizarlo, facilitar trámites, agilizar inversiones, abrir los mercados, para que todos paguen por servicios públicos con equidad, en establecer un marco legal, en todos los sentidos, flexible que se aplique con toda la rigidez necesaria para que las reglas queden claras para todos. Pero ¿cómo podemos pedirle eso a nuestros políticos si ni siquiera están cumpliendo con las reglas del juego mínimo que ellos mismos acordaron para la competencia partidaria y para avanzar en el ámbito legislativo?

Estamos retrocediendo. ¿Cómo podríamos explicarnos, sino fuera así, que mientras la economía está entre las diez o quince primeras del mundo por su producto interno, estemos en la segunda mitad de la tabla mundial en corrupción, competitividad o calidad de vida?

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