Acteal, Aguilar Camín y la verdad inapelable
Columna JFM

Acteal, Aguilar Camín y la verdad inapelable

Este sábado 22 se cumplirán diez años de la masacre de Acteal. Recuerdo que en ese entonces, estaba comenzando mis vacaciones, y recibí, ya fuera de la ciudad una llamada de Liébana Saénz, secretario del presidente Zedillo, para informarme lo que había sucedido en ese rincón de Chiapas. Como lo cuenta ahora Héctor Aguilar Camín en la serie de reportajes que ha publicado en Nexos, los enfrentamientos estaban a la orden del día y la disputa entre las autoridades nominales de las comunidades intentaban imponer son y sin hegemonía, los zapatista generaban innumerables actos de violencia.

Este sábado 22 se cumplirán diez años de la masacre de Acteal. Recuerdo que hace entocnes, el día 23, staba comenzando mis vacaciones y recibí, ya fuera de la ciudad, una llamada de Liébano Sáenz, secretario del presidente Zedillo, para informarme lo que había sucedido en ese rincón de Chiapas. No era, lamentablemente, una sorpresa: unos días antes había estado en Chiapas, había recorrido, con un equipo de la televisora en la que entonces trabajaba, MVS, la zona de Chenaló y el norte del estado, y había llegado con un reportaje que mostraba claramente el grado de polarización que se estaba generando, el conflicto intracomunitario, donde la división y el armamento había marcado a sus habitantes. No estuve en Acteal en aquella oportunidad, pero sí en la misma zona, y como lo cuenta ahora Héctor Aguilar Camín en la serie de reportajes que ha publicado en Nexos, los enfrentamientos estaban a la orden del día y la disputa entre las autoridades nominales de las comunidades y las que intentaban imponer con y sin hegemonía, los zapatistas, generaban innumerables actos de violencia. Cuando llegué de aquel viaje, el reportaje se trasmitió y tuve oportunidad de platicarlo con Liébano antes de irme de vacaciones. Su llamada era para confirmarme que lo peor había sucedido.

Todo esto viene a cuento porque el trabajo que ha realizado Aguilar Camín sobre Acteal y que le ha valido un caudal inadmisible de descalificaciones de los simpatizantes del zapatismo, ha tenido el enorme mérito de colocar el debate donde debe estar: nadie sabe exactamente qué sucedió en Acteal. Evidentemente hubo una matanza, pero también hubo un combate. Hubo asesinos y asesinados, pero la reconstrucción de los hechos no coincide con los datos duros que se han recopilado a lo largo de los años. Hay personas encarceladas y condenadas, mientras que otros que aparentemente sí tienen responsabilidades definidas están en libertad.

No tiene sentido (la recomendación es que se lea el trabajo de Aguilar Camín en las tres últimas ediciones de Nexos y se saquen al respecto las propias conclusiones sobre el tema), debatir cada uno de los puntos, las preguntas que se hace en su reportaje Héctor. La gran mayoría son precisas y no admiten una respuesta a modo y estandarizada como las que se le han querido proporcionar. Pero lo más importante es que en estos reportajes Aguilar Camín coloca el dedo en una llaga que es cada día más evidente y dolorosa: la politización de la justicia y la construcción de un andamiaje de buenos y malos que tiene poco que ver con la realidad.

Hubo en Acteal una matanza, eso nadie lo niega, pero la versión de que simplemente se reunieron decenas de “paramilitares” para rodear el pueblo, masacrar a sus habitantes y darles un escarmiento, así sin más, utilizando sólo el argumento ideológico (o teológico) de los malos atacando a los buenos no se sostiene, ni en la forma ni en el fondo, tampoco con los datos duros de la realidad. En el conflicto chiapaneco, es difícil delimitar, aún con el paso de los años, a los buenos de los malos. Claro que se puede trabajar sobre las premisas elementales y recordar las barbaridades cometidas por grandes propietarios de tierras o políticos de peso contra las comunidades indígenas. Pero es más difícil recordar los crímenes cometidos por algunas comunidades contra sus propios integrantes o sus enemigos, o la violencia utilizada por los zapatistas contra quienes no respondían a sus órdenes, antes y después de iniciado el conflicto, o la forma en que se relacionaba esa violencia con los conflictos religiosos.

Lo importante de revisar Acteal después de una década, no es ejercer un revisionismo a modo, sino romper con las versiones políticamente correctas que buscaron darle una salida política (y utilizarla para diversos fines) a un conflicto que trascendía a esa comunidad. El mayor daño que generó el levantamiento zapatista con todas sus repercusiones subsecuentes, un daño del que apenas ahora comienza a recuperarse la sociedad chiapaneca, fue el enfrentamiento fraticida entre los miembros de las distintas comunidades, el grado de división, de odio, de rencor que se generó, el número de víctimas que nunca aparecía en toda su dimensión en el periodismo de los malos contra lo buenos. Esa violencia y esa división en ocasiones estaba motivada por causas muy profundas, pero en otras, era consecuencia de ambiciones muy concretas, de agravios recientes o lejanos que se buscaban cobrar asumiendo formas ideológicas que no eran tales. Y lo más grave es que, como sucedió con Acteal, a la hora de hacer justicia se actuó siguiendo la misma lógica de lo políticamente correcto, que nada tenía que ver con una realidad mucho más cruda, más contradictoria y mucho más marcada por la violencia de todos los bandos.

Hubo en Acteal una matanza, pero no hubo mujeres con vientres abiertos y fetos enlazados en machetes; hubo víctimas pero no todas murieron en el mismo enfrentamiento ni a la misma hora ni en las mismas condiciones; hubo un grupo armado que atacó la comunidad pero todo indica que no eran más que siete u ocho hombres, no toda una comunidad con más de 70 detenidos para castigar 43 muertes. Hubo instigadores, pero algunos están muertos y otros en libertad. Se mintió en la investigación federal, en la estatal, entre los agresores y entre los agredidos. Esa es la verdad que muestra la investigación de Aguilar Camín.

En todo caso, lo más perturbador, por encima de precisiones, de compartir o no la visión global de lo sucedido, es que Aguilar Camín haya puesto en duda algunas de las verdades eternas de algunos de sus portadores. Romper ese paradigma, abandonar las verdades inmutables, hacer las preguntas que no se debían hacer, es el mayor mérito del reportaje de Aguilar Camín a diez años de Acteal. La verdad no puede ser una víctima más de esa matanza.

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