El factor Lázaro Cárdenas
Columna JFM

El factor Lázaro Cárdenas

Hoy, cuando entregue el gobierno a su sucesor, Leonel Godoy, concluirá la administración de Lázaro Cárdenas Batel en Michoacán. El hecho se dará casi exactamente un mes antes de que se defina un capítulo que será clave en el futuro del propio Lázaro Cárdenas: la elección interna del PRD.

Hoy, cuando entregue el gobierno a su sucesor, Leonel Godoy, concluirá la administración de Lázaro Cárdenas Batel en Michoacán,. El hecho se dará casi exactamente un mes antes de que se defina un capítulo que será clave en el futuro del propio Lázaro Cárdenas: la elección interna del PRD.

Si desde hace por lo menos tres años la polarización entre las posiciones de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador han sido evidentes (la ruptura entre ellos, en realidad, se dio apenas comenzó el gobierno de López Obrador en diciembre del 2000 cuando éste rompió los acuerdos con Cárdenas y con su antecesora, Rosario Robles, que eran quienes lo habían llevado a esa posición), en ese panorama habrá que apuntar cada vez más a Lázaro Cárdenas Batel, quien deja el gobierno de Michoacán luego de seis años en los que no pudo, como él mismo ha reconocido, cumplir con todas sus expectativas, aunque ha tenido logros importantes en áreas sociales y de seguridad, y en los que se ha ganado un reconocimiento por dos cualidades que son difíciles de encontrar en la política mexicana: por una parte la tolerancia y la moderación a la hora de gobernar, independientemente de sus posiciones políticas. Por la otra, un carácter templado en las confrontaciones con el crimen organizado que sufrió en los últimos años la entidad, agresiones ante las cuales Cárdenas Batel ha sido uno de los gobernadores (mucho más que cualquier otro) que decidió enfrentar en forma directa, en colaboración con las autoridades federales. Y no fue sin costos personales y políticos mismos que Cárdenas asumió sin escándalos ni victimizaciones.

La diferencia puede ser de carácter y templanza pero es también de formación, respecto a otros políticos, en particular perredistas: Cárdenas Batel es un hombre de Estado, sabe cómo funciona el Estado mexicano, para qué son y para qué no las instituciones y cómo pueden utilizarse en el ejercicio del poder en beneficio, por supuesto, de sus propios objetivos pero sin vulnerar los derechos básicos de los demás. Cárdenas, al igual que su padre, ha estado alejado del estercolero de algunas voces de su propio partido, que consideran a quienes disienten como enemigos mortales, y si son de su mismo partido,  enemigos a los que deben destruir, política o moralmente. Esta lejos, como otros, de ese perredismo achilangado que ha ocupado muchos de los espacios del partido en la capital con los discípulos de René Bejarano y lo han convertido en la caricatura de un partido de izquierda (¿qué mejor muestra de ello que la peregrinación, con todos los gastos pagados, de Gerardo Fernández Noroña por España para buscar “los papeles” de la familia Mouriño sin encontrar absolutamente nada que tenga algún valor político o legal, o que la campaña de López Obrador contra una privatización de PEMEX que nadie ha planteado?). Con los Cárdenas, con Cuauhtémoc y con Lázaro, se puede debatir, estar de acuerdo o disentir, pero nunca nos encontraremos con agresiones, insultos, comentarios misóginos o sexistas. En otras palabras: no nos tropezaremos con la ignorancia que es el distintivo de otros políticos.

Por eso, si las circunstancias lo acompañan, Lázaro Cárdenas Batel puede y debería ser uno de los hombres claves de la política futura de la izquierda en México. Ello dependerá, decíamos, en buena medida de las elecciones internas de su partido, el próximo 16 de marzo: no veo a Lázaro colaborando estrechamente con un Alejandro Encinas que, lamentablemente, se ha convertido en incondicional de López Obrador. Sí me lo imagino echando a andar, como lo ha planteado ya en alguna oportunidad Cuauhtémoc, una suerte de gran movimiento en el cual su partido sea una parte medular, pero que no esté carcomido por el sectarismo y la descalificación de los otros. Ya hubo, lo decíamos hace meses, cuando la elección en Michoacán que llevó al gobierno a Leonel Godoy, una base de acuerdo entre el cardenismo y la corriente de Nueva Izquierda, que encabeza Jesús Ortega. No son lo mismo, pero tienen una base de acuerdo que es real politik pura: Nueva Izquierda tiene una gran estructura nacional que posiblemente llevará a Ortega a ganar la presidencia del partido, tiene posiciones claves de poder pero no tiene figuras públicas. Los cardenistas no son hoy mayoría en el partido, pero mantienen una fuerte presencia y mientras Cuauhtémoc es una figura emblemática, con todo el peso que le da haber fundado y creado ese partido (y haber logrado en el 97 en la ciudad de México el mayor triunfo electoral real de la historia del perredismo), Lázaro Cárdenas Batel, por edad (nació en abril del 64), por experiencia, por carácter y hasta por el peso histórico de su nombre y apellido, puede ser una de las mejores cartas que pueden presentar en el futuro el perredismo y la izquierda, si se quiere dejar de ser una fuerza testimonial y convertirse, como lo tratan de hacer hoy en el congreso, en un actor real en el juego del poder.

Sin duda el perredsimo, unido o dividido en el futuro, tiene más cartas: desde López Obrador hasta Marcelo Ebrard, pasando por Amalia García o incluso Ruth Zavaleta. Pero si el 16 de marzo Ortega se convierte en el presidente del PRD, el espacio de Lázaro Cárdenas, seguramente con escala previa en la cámara de diputados en el 2009, se podrá ampliar dramáticamente. Por supuesto, aquello de que podría ir a PEMEX o a un cargo en el gobierno federal es una tontería o lo que es lo mismo, pensar que un político joven con tanto futuro por delante aceptaría hipotecarlo por un puesto, por más importante que éste sea, en una administración de un partido diferente al suyo, es ilógico. Lo cierto es una cosa: a partir de hoy el factor Cárdenas en el PRD tendrá, con claridad dos componentes: uno histórico, Cuauhtémoc, y otro enfocado al futuro, Lázaro. No es poca cosa. 

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