Un peligro llamado Ruth
Columna JFM

Un peligro llamado Ruth

¿Qué es lo que les molesta tanto de Ruth Zavaleta a muchos perredistas, incluyendo, en ocasiones, a sus propios compañeros de Nueva Izquierda?. La única respuesta posible es su independencia y capacidad de asumir posiciones públicas autónomas.
Ruth comenzó a molestar cuando empezó a ser más que una cuota. El resultado sorprendió a la mayoría del mundo político y, paradójicamente, desató la furia de algunos de sus supuestos compañeros de partido y la desconfianza de otros.

¿Qué es lo que les molesta tanto de Ruth Zavaleta a muchos perredistas, incluyendo, en ocasiones, a sus propios compañeros de Nueva Izquierda? La única respuesta posible es su independencia y capacidad de asumir posiciones públicas autónomas. Pero eso no les molestó Zavaleta cuando fue dirigente vecinal, realmente popular; cuando estuvo relacionada con sectores muy radicales de la política mexicana; cuando debió ser apoyada por mujeres de su colonia que, sin llamarse adelitas, acabaron con un acoso real a su persona; cuando hacía trabajo de base o cuando, embarazada, participaba en todas las movilizaciones que fueran necesarias. Tampoco les molestó cuando fue una buena delegada en el DF o cuando ganó su diputación con el mayor número de votos del PRD en la capital. Cubría una cuota de género.

Ruth comenzó a molestar cuando empezó a ser más que una cuota. El resultado sorprendió a la mayoría del mundo político y, paradójicamente, desató la furia de algunos de sus supuestos compañeros de partido y la desconfianza de otros.

¿Qué hizo Ruth Zavaleta? Simplemente actuar con base en la ley y el respeto a los demás y las instituciones que le tocaba, en este caso, presidir sin abandonar sus convicciones. Sin duda debe haber cometido errores como presidenta de la mesa directiva de la cámara de diputados, pero nadie puede cuestionarle la verticalidad y el respeto para todos con que ejerció ese cargo. Y eso la hace peligrosa para una corriente que está apostando exactamente a lo contrario: a radicalizar, a romper, a recurrir al insulto y la agresión como forma de debate. Una corriente que gira en torno a un líder que no acepta un no como respuesta y que cree que “el movimiento soy yo”. Ello ha provocado, lo hemos dicho muchas veces, el secuestro del perredismo: son muchas las voces en ese partido que están literalmente hartas de esa situación (lo escuchamos con toda claridad en la discusión entre Carlos Navarrete y López Obrador en días pasados) pero no se atreven a expresarlo públicamente. No se trata ni siquiera de debatir si se está o no de acuerdo con López Obrador: lo que sucede es que éste no admite ese debate, y sus seguidores más fieles son incondicionales que, como ha ocurrido con otros caudillo, sobre todo en la historia de la izquierda, son aquellos que no tienen una carrera propia. Stalin tuvo de deshacerse de Bujarin, Trostky y tantos otros para reemplazarlos por Beria y la KGB. Fidel terminó alejando al Ché y a muchos de los que lo acompañaron en la revolución. Aún hoy tuvo que separarse completamente del poder para que Raúl pudiera comenzar un proceso estrecho, limitado, de reformas que hace apenas unos meses Ricardo Alarcón había calificado de contrarrevolucionarias. El principal opositor de Chávez es el general Raúl Baduel, quien fue su amigo desde los 17 años, el que lo rescató en el golpe de Estado del 2002 y quien era su secretario de Defensa: fue despedido cuando disintió de Chávez porque éste se proponía terminar de romper las débiles estructuras democráticas que quedaban en su país. Los ejemplos podrían repetirse a lo largo de la historia pero allí están: cuando la izquierda no es democrática (y por lo tanto socialdemócrata, en cualquiera de sus variantes) se convierte necesariamente en autoritaria. Y lo peor que existe para un régimen, una corriente o un líder autoritario es un disidente interno. Alguien que diga que no está de acuerdo y lo haga con la suficiente autoridad moral como para respaldar sus dichos.

Ese es el verdadero pecado de Ruth Zavaleta: ejerció sus funciones e hizo política de acuerdo con sus convicciones, que son las que están en la letra de los documentos básicos de su partido pero no en el espíritu que anima al líder.

El fenómeno es demasiado singular, además, como para pasar desapercibido. Alejandro Encinas ha tirado por la borda una larga carrera política para convertirse en un fiel seguidor de las instrucciones de su líder, primero en el GDF, y ahora como candidato a la presidencia del partido. El propio Jesús Ortega, como otros dirigentes de Nueva Izquierda, no terminan de reafirmar en el terreno público sus convicciones cada vez menos privadas. Una gobernadora como Amalia García departe amablemente con el presidente Calderón en su gira por Zacatecas, mientras sus más cercanos colaboradores toman tribunas y llaman a la desobediencia civil para ajustar cuentas internas y quedar bien con el líder. Un hombre como Federico Arreola, con quien se puede o no estar de acuerdo pero que ha defendido a capa y espada causas para muchos perdidas (en su momento el gobierno de Aznar o la intervención en Irak) no quiere demostrar públicamente ni un asomo de rebeldía interna. Y lo mismo sucede con hombres y mujeres con una larga historia política personal que han decidido enterrar esas convicciones en pos de la disciplina.

En el caso de Ruth Zavaleta no sólo se han puesto de manifiesto posiciones encontradas sino que se han presentado de forma transparente: ejerciendo con pluralidad y responsabilidad sus propios espacios de poder. Su ejemplo es tan peligroso porque demuestra lo que se puede hacer desde la izquierda, desde las instituciones, manteniendo la civilidad y las convicciones. ¿Acaso no es un peligro que hoy el grado de aceptación del perredismo en general y de López Obrador en particular apenas si supera el 15 por ciento y el grado de aceptación de Zavaleta es de los más altos de todo el Congreso? Lo que demostró Ruth es que otra vía es posible, es viable y es políticamente redituable para la izquierda. Por eso las amenazas, las agresiones y, al mismo tiempo, el alto reconocimiento que ha obtenido de la sociedad. Acabó el periodo ordinario pero Ruth seguirá hasta el primero de septiembre fungiendo como presidenta de la mesa directiva. Ha construido un espacio político original y entonces tendrá que decidir que hace con ese capital.

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