Crisis, neoliberalismo, populismo: el libro de CSG
Columna JFM

Crisis, neoliberalismo, populismo: el libro de CSG

Me parece absurda la posición de quienes consideran que los ex presidentes, o los ex funcionarios públicos de alto nivel, deben quedarse necesariamente en la oscuridad. No expresar sus opiniones, no contar su versión de los hechos, no proponer el debate sobre un pasado reciente que siempre termina siendo reescrito por los vencedores coyunturales. Ese silencio forzado, esa oscuridad, es la que recrea los mitos, las historias falsas, las percepciones tantas veces equivocadas de la sociedad. Es verdad también que ese silencio, esa oscuridad, es la que en muchas ocasiones permitió que se pudieran mantener en la impunidad actos deleznables.

Me parece absurda la posición de quienes consideran que los ex presidentes, o los ex funcionarios públicos de alto nivel, deben quedarse necesariamente en la oscuridad. No expresar sus opiniones, no contar su versión de los hechos, no proponer el debate sobre un pasado reciente que siempre termina siendo reescrito por los vencedores coyunturales. Ese silencio forzado, esa oscuridad, es la que recrea los mitos, las historias falsas, las percepciones tantas veces equivocadas de la sociedad. Es verdad también que ese silencio, esa oscuridad, es la que en muchas ocasiones permitió que se pudieran mantener en la impunidad actos deleznables.

Proponer esa reflexión no implica, necesariamente, intervenir en los asuntos internos del gobierno en turno. Existe una delicada línea entre la intervención y la propia revisión del pasado y de la propia gestión o la de sus sucesores por parte de un presidente que ha dejado el poder. Si en el pasado, el silencio era un requisito imprescindible para la estabilidad del sistema, hoy ello parece, simplemente, un anacronismo más. Es verdad que para ello debe mediar, como para todo, un espacio de tiempo y de prudencia, pero fuera de ello, nadie debería temerle a la opinión, compartible o no de un ex mandatario.

En este sentido, se han comenzado a divulgar partes importantes del nuevo libro de Carlos Salinas de Gortari que deben ser tomadas en cuenta, con sus coincidencias y divergencias, porque constituyen un planteamiento bastante abierto de cómo observó una década en la que se convirtió, en muchos sentidos, en el objetivo político a destruir de sus adversarios. La tesis central del libro es atrayente: en un país como el nuestro no son viables ni un neoliberalismo puro que deja al mercado la labor de equiparar las oportunidades ni un populismo de viejo cuño que en realidad es demagógico y antidemocrático, una suerte de regreso a las más viejas tradiciones del priismo. Se podrá argumentar, por supuesto qué se hizo o se dejó de hacer durante el salinismo para combatir ambos fenómenos e incluso si la propia acción de gobierno no fue lo que terminó de catalizarlos, de volver a colocarlos en una agenda nacional en el cual parecían marginados.

En parte fue así: soy de los que considera que Carlos Salinas hizo un buen gobierno pero que en su último año cometió muchos errores de apreciación, particularmente subestimando las fuerzas con las que se enfrentaba y sus propias deficiencias internas. La confianza que siguió brindándole, por ejemplo, el ex presidente a Manuel Camacho después del destape de Luis Donaldo Colosio el 28 de noviembre del 93 y todos los sucesos que llevaron a no detectar a tiempo el levantamiento en Chiapas, la designación de Camacho como comisionado de paz, la llamada campaña contra la campaña, los secuestros de Alfredo Harp y Angel Lozada y finalmente el asesinato de Colosio, son parte de una cadena de errores y malas evaluaciones, paradójicamente en torno a lo que mejor siempre se había movido Salinas, que era la construcción de escenarios. Pero no dudo tampoco de la existencia de un proceso desestabilizador que probablemente no tuvo un centro único de operación pero sí objetivos comunes de factores distintos y hasta encontrados de poder. Y la consecuencia de ello, y de la derrota del salinismo, generó la consolidación de las dos líneas extremas que se habían conjugado para ese proceso desestabilizador: el neoliberalismo extremo y el populismo de viejo cuño.

El detonante se dio en dos momentos: primero, en septiembre del 94 con el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, que acabo con la posibilidad de mantener engarces entre el gobierno saliente y el entrante, y sobre todo, con la crisis económica de diciembre del 94. Sobre el primer caso se construyó una de las investigaciones más vergonzosas en la historia del país: el papel jugado por Pablo Chapa Bezanilla no sólo contaminó todo el ambiente político, destruyó carreras y personas sino que, además, terminó destrozando la credibilidad en las instituciones. Destrucción que se vio acrecentada de otra manera, con otras intenciones pero con los mismos resultados, durante la administración Fox,  y fue fundamental para que surgiera el populismo de viejo cuño: en otra coyuntura, políticos como López Obrador no habrían podido pasar del ámbito local. Fue el debilitamiento institucional el que le abrió un camino político que parecía históricamente cerrado.

Con la crisis financiera fue más grave. La reunión que se realizó entre el 19 y el 20 de noviembre del 93 entre el presidente entrante y el saliente generó versiones encontradas e incompatibles, como las consecuencias que se derivaron de ella. En lo personal y habiendo conocido ambas versiones de primera mano, creo que si bien se esperó demasiado para aumentar el deslizamiento del peso en el 94, la situación política hacia también muy difícil ese proceso sin que ocurriera lo que sucedió semanas después: una devaluación que arrastró a toda la economía. Creo también que, independientemente del sentido de la medida, la mala operación política derivada de ésta y la falta de experiencia del nuevo equipo de Hacienda, catalizaron los daños. Lo cierto es que la devaluación cambió todo, golpeó al gobierno, lo llevó a la ruptura abierta con su antecesor, incluso acabando con sus programas más exitosos, como Solidaridad, pero también le permitió al presidente Zedillo una tarea de reconstrucción con base en su propia visión, que brindó estabilidad económica durante el resto de la década. Pero ha sido, también, una estabilidad sin cambio, con deterioro institucional, que en muchos terrenos (PEMEX es uno de ellos) nos terminó llevando a un rezago importante en la competitividad del país.

No hay verdades absolutas y éstas difícilmente se presentan en blanco y negro, ni le dan forma a la realidad héroes inmaculados o los villanos favoritos.

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