La crisis de los extremos que se tocan
Columna JFM

La crisis de los extremos que se tocan

La crisis de 1929 tuvo tres momentos protagónicos: el jueves negro, el 24 de octubre de ese año, fue cuando comenzó oficialmente aquella histórica crisis, pero ni el gobierno del presidente Hoover, ni las grandes empresas financieras supieron dar una respuesta al mercado: el gobierno no quiso arriesgar fondos federales para mantener el precio de las acciones y como ya desde septiembre un grupo importantes de inversionistas encabezados por la familia Rockefeller habían tomado diversas medidas para invertir dinero en el sistema y evitar su caída y habían fracasado una y otra vez, cuando ocurrió el jueves negro ni el gobierno ni los empresarios tenían una idea clara sobre qué hacer. Y no hicieron nada. El verdadero crack bursátil se produjo cuatro días después, entre el lunes y el martes negro, el 28 y 29 de octubre: sería hasta finales de los años 60 que Wall Street recuperaría los valores con los que el mercado había abierto aquellos días.

La crisis de 1929 tuvo tres momentos protagónicos: el jueves negro, el 24 de octubre de ese año, fue cuando comenzó oficialmente aquella histórica crisis, pero ni el gobierno del presidente Hoover, ni las grandes empresas financieras supieron dar una respuesta al mercado: el gobierno no quiso arriesgar fondos federales para mantener el precio de las acciones y como ya desde septiembre un grupo importantes de inversionistas encabezados por la familia Rockefeller habían tomado diversas medidas para invertir dinero en el sistema y evitar su caída y habían fracasado una y otra vez, cuando ocurrió el jueves negro ni el gobierno ni los empresarios tenían una idea clara sobre qué hacer. Y no hicieron nada. El verdadero crack bursátil se produjo cuatro días después, entre el lunes y el martes negro, el 28 y 29 de octubre: sería hasta finales de los años 60 que Wall Street recuperaría los valores con los que el mercado había abierto aquellos días.

Es verdad que en los casi 90 años que han transcurrido desde entonces las cosas han cambiado demasiado, en todos los sentidos. Pero no deja de ser significativo que, por lo menos, algunas tendencias continúen siendo las mismas. Si en el 29 la crisis se catalizó porque no pudieron o quisieron ponerse de acuerdo aquellos que rechazaban un gobierno intervencionista y los que no querían intervenir para “salvar a los ricos”, demandando que fueran ellos los que financiaran el rescate, ahora, con variantes ha ocurrido algo similar.

El domingo pasado, parecía existir un amplio consenso para avalar el plan de rescate ideado por el secretario de Tesoro, Paul Poulson, para, con 700 mil millones de dólares, desprender a los bancos de los activos y créditos basura (que posiblemente superan con mucho esa cantidad inverosímil) y permitir que volviera a fluir el crédito interbancario, prácticamente detenido desde hace dos semanas. Apoyaban el plan la Casa Blanca y los dos candidatos presidenciales Barack Obama y John Mc Cain. Pero entre la noche del domingo y el lunes todo, incluyendo la bolsa, se derrumbó: un grupo mayoritario de legisladores republicanos, del ala de extrema derecha, decidieron no apoyar la propuesta porque la consideraron demasiado intervencionista y dijeron que el gobierno no tenía que actuar sobre el mercado. Ante ello otro grupo de demócratas del ala izquierda de ese partido reforzaron su tesis de que el Estado no tenía porqué salvar a los que habían provocado la crisis y abusado de la confianza pública. Y los votos de las dos alas duras del congreso se unieron para bloquear el rescate y dejar en ascuas a la mayor economía del mundo y a la población se resguardo alguno.

Ya harán los verdaderos especialistas la autopsia de un sistema financiero que evidentemente, y fuera del rescate que se pueda o no establecer, ha dejado de existir para dar paso a algo nuevo que aún ni siquiera comienza a tomar forma porque no está, todavía, ni siquiera en la cabeza de los principales asesores políticos de Obama y Mc Cain, hoy mucho más ocupados en salir del brete y tratar de ganar las elecciones del 4 de noviembre. Para colmo, como se vio en la votación del lunes, buena parte de los legisladores también están apostando mucho más a tratar de reelegirse en sus puestos el próximo primer martes de noviembre que en sacar al país de la crisis. Y en ese sentido un mes, lo que falta para las elecciones, puede ser al mismo tiempo un periodo de tiempo larguísimo o un suspiro que no alcance para nada, sobre todo cuando nadie sabe con exactitud sobre qué están cimentadas hoy las grandes empresas financieras estadounidenses y del mundo, ni los proyectos a futuro, en ese ámbito, de los dos candidatos presidenciales.

En realidad es imposible decir hoy si esta crisis será peor o no que la del 29. Como siempre ha habido agoreros que ya han declarado a la misma como el enésimo fin del sistema capitalista, pero lo cierto es que existen bases sólidas y extendidas para que éste se sostenga y vuelva a regenerar su sistema financiero en mejores condiciones que en el pasado.

Lo que sí resulta mucho más difícil de asumir es porqué toda esta crisis no tendrá secuelas, como dicen muchos funcionarios, comenzando por el presidente Calderón, en nuestra economía. Es verdad que hemos tenido nuestra propia crisis en el 94-95, que obligó a una reestructuración (y antes a un rescate) del sistema financiero y que los controles han sido más estrictos que en la Unión Americana de la época Bush (“un nuevo fracaso que se añade a la lista inacabable de esta presidencia desenfrenada”, dice el comentarista español Lluis Bassets). Pero si no se restablece el crédito interbancario todas las empresas e inversiones van a sufrir, primero las estadounidenses y luego todas las demás. La afectación en ese sentido es inevitable.

El empresario Carlos Slim habló el lunes de los límites del blindaje económico y aunque confió en él, insistió, en otras palabras, en que para paliar las consecuencias de la crisis México debe invertir en sí mismo. Ya el propio presidente Calderón desde su época de mandatario electo, había abordado el tema, pues lo nubarrones ya estaban algo más acá que en el horizonte, y en el gobierno se han planteado enormes programas de infraestructura, con inversiones de hasta 50 mil millones de dólares, pero algo sucede, quizás porque al gobierno lo ha atrapado la crisis de la seguridad o la grilla política legislativa de corto plazo, que eso no se ve como un proyecto articulado con la política del país y no se termina de comprender que allí, en esa apuesta a la reactivación de la inversión interna, estará la diferencia entre aprovechar la crisis pese a todas las limitaciones que ésta impone o se arrastrados por ella. Porque si de crisis se trata, hay que hacerle caso a Slim, que construyó su fortuna trabajando a contracorriente de las mismas.

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