Fue un accidente
Columna JFM

Fue un accidente

Lo que ocasionó la muerte de Juan Camilo Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos, a varios colaboradores de la Secretaría de Gobernación y a una decena más de personas, la tarde del martes 4 de noviembre, fue un accidente. Con la información que se ha proporcionado: audios, videos, transcripciones, se puede conformar una opinión sustentable y sólida sobre lo que sucedió ese día cuando el Learjet 45 se precipitó a tierra. La oportunidad y la transparencia con que esa información ha sido proporcionada no podrá evitar la especulación sobre las teorías de la conspiración, ello será inevitable, pero permite, para quien lo quiera, tener una información lo suficientemente firme, sustentada en hechos, de lo sucedido.

Lo que ocasionó la muerte de Juan Camilo Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos, varios colaboradores de la secretaría de Gobernación y una decena más de personas la tarde del martes 4 de noviembre, fue un accidente. Con la información que se ha proporcionado: audios, videos, transcripciones, se puede conformar una opinión sustentable y sólida sobre lo que sucedió ese día cuando el LearJet 45 se precipitó a tierra. La oportunidad y la transparencia con que esa información ha sido proporcionada no podrá evitar la especulación sobre las teorías de la conspiración, ello será inevitable, pero permite, para quien lo quiera, tener una información lo suficientemente firme, sustentada en hechos, de lo sucedido.

Queda claro que el avión no sufrió ningún ataque, que no estalló en el aire, que ninguna de sus partes se desprendió cuando estaba cayendo, que no hubo un incendio dentro o alguna situación anormal más allá de los errores cometidos por los pilotos y las malas o nulas instrucciones que se recibieron desde la torre de control. Lo sucedido el martes 4 de noviembre fue un accidente, provocado por una suma de errores (que en otras circunstancias hubieran sido menores o salvables) que se combinaron con distintos factores que, en conjunto, llevaron a la pérdida de control del aparato por los pilotos y su precipitación, a casi 500 kilómetros por hora, contra la calle de Ferrocarril de Cuernavaca.

¿Qué sucedió?. Básicamente, hubo problemas de falta de atención y preparación desde el inicio, incluso en la torre de control de San Luis Potosí el avión había sido identificado como un Lear Jet 25 y no 45, y así siguió siendo identificado el resto del viaje. Sucedió que el avión había volado muy rápido durante todo su trayecto, por encima de su velocidad de crucero y siguió volando mucho más rápido de lo adecuado al entrar al espacio aéreo del DF, preparándose para aterrizar. Por las pláticas de los pilotos, con experiencia y horas de vuelo (el que iba en ese momento como copiloto mucho más que el que conducía como piloto), pero no en ese tipo de avión, se podría especular que, por su propia decisión o porque así se les había solicitado, querían llegar antes de la hora de mayor tráfico aéreo. No fue así, luego de estar confundidos sobre si estaban sobrevolando Morelia o Querétaro y confirmar que obviamente era esta última ciudad (venían de San Luis Potosí), observan y comentan la larga fila de aviones que están esperando su turno para aterrizar. No debieron tener que esperar demasiado porque ese tipo de aviones oficiales reciben prioridad, pero como en el aeropuerto capitalino se utilizan cada vez más aviones de alta capacidad, cuando aterrizan este tipo de aviones ejecutivos se deben extremar precauciones sobre distancia, tiempo y velocidad. No ocurrió así, el Lear Jet venía demasiado rápido, más rápido aún (casi el doble) que el pesado Boeing que lo precedía y que arribaba de Buenos Aires. Estaba, además, demasiado cerca de éste y podía ser afectado por la turbulencia. El avión de Click de Mexicana que venía detrás del Lear Jet fue advertido de que debía reducir su velocidad de entrada, y también, poco antes, el propio avión privado había sido advertido de lo mismo, pero no hay pruebas de que lo haya realizado. En ese momento quedó atrapado en la turbulencia del Boeing, lo que hizo que el piloto perdiera el control del avión, trató de retomarlo quien actuaba en ese momento como copiloto, que tenía mayor experiencia, pero ya no pudo hacerlo, apenas pudo elevar el avión, que caía ya en un ángulo de 46 grados a apenas 42 antes de estrellarse. ¿Qué sucedió?. No es la analogía correcta, pero sucedió como cuando se toma una curva cerrada en un automóvil a demasiada velocidad, encerrado en un carril y para evitar chocar o perder el control instintivamente se frena: lo más probable es que el automóvil salga despedido dando varias vueltas porque se perderá todo control. Salvando todas las diferencias del caso, eso es lo que ocurrió: cuando se perdía el control por la turbulencia y el exceso de velocidad, se trató literalmente de frenar pero en ese sentido el Lear Jet es un avión rápido, seguro pero inestable (es muy ligero), se perdió el control, se dio vuelta y eso derrumbó el avión casi en línea recta.

La suma de la turbulencia, la falta de experiencia en el aparato y sus reacciones, la velocidad con que se viajaba y la velocidad en que ocurrieron las cosas (en realidad, como se puede apreciar en el video, no pasan más de diez segundos en todo el proceso), es lo que se combinó para tener el resultado fatal. Fallas humanas, destino, mala suerte, eso es lo que constituye un accidente. Incluso, como apunto hace días Pablo Hiriart, lo sucedido puede atribuirse a las condiciones límites en las que opera el aeropuerto capitalino: un aeropuerto de esa envergadura no puede estar en medio de una de las mayores ciudades del mundo. Si hoy hubiera estado operando el aeropuerto de Texcoco (y para estas fechas ya tendría que estar operando con normalidad) quizás esos hombres y mujeres estarían todavía vivos. Sólo queda preguntarse cuánto más seguiremos jugando con el destino, la suerte y las fallas humanas en la capital del país, para evitar que se molesten un grupo de oportunistas.

De todas formas, el tener la convicción de que fue un accidente, el contar con pruebas testimoniales que permiten confirmarlo, el haberlo mostrado a la sociedad para que pueda confrontar sus propias opiniones, ha sido un acierto del gobierno federal pero, por sobre todas las cosas, era una exigencia de la propia administración para consigo misma, para evaluar su desempeño futuro y para saber qué decisiones tomar. Eso no desaparecerá las especulaciones, aún las más insólitas, pero cuando éstas se confrontan con pruebas duras, quedan, es inevitable, sólo como espacios del imaginario colectivo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *