PRD: el enemigo interior
Columna JFM

PRD: el enemigo interior

No se puede contrarrestar con gritos de “unidad” a las provocaciones y mentadas de madre. Si el perredismo no reacciona contra sus enemigos internos podrá perder casi todo lo que ha construido a lo largo de dos décadas. Lo sucedido en el Auditorio Nacional el domingo durante la toma de protesta de sus candidatos para los próximos comicios federales y estatales resultó vergonzoso para el partido pero, además, una abierta provocación, un desafío para la dirigencia partidaria. Más preocupante aún: es el preámbulo de lo que sucederá en el PRD durante la campaña y después.

No se puede contrarrestar con gritos de “unidad” a las provocaciones y mentadas de madre. Si el perredismo no reacciona contra sus enemigos internos podrá perder casi todo lo que ha construido a lo largo de dos décadas. Lo sucedido en el Auditorio Nacional el domingo durante la toma de protesta de sus candidatos para los próximos comicios federales y estatales resultó vergonzoso para el partido pero, además, una abierta provocación, un desafío para la dirigencia partidaria. Más preocupante aún: es el preámbulo de lo que sucederá en el PRD durante la campaña y después.

El domingo las corrientes bejaranistas encabezadas por Dolores Padierna y Alejandro Sánchez, sólo le permitieron hablar a una oradora de ese mismo grupo Alaida Alaves, que dio fe, desde el inicio, de su disciplina lopezobradorista, y agredieron verbalmente a todos los demás, particularmente a Jesús Ortega, e incluso a Alejandro Encinas pese a que fue el candidato a presidente del partido de López Obrador y de que despilfarró buena parte del capital político que había acumulado en años de militancia, siendo jefe de gobierno del DF, durante el tristemente célebre plantón del 2006. Ahora ha visto como López Obrador lo dejó de lado porque ya no le sirve.

Lo que está ocurriendo en el PRD es claro: el partido está roto, y las corrientes afines a López Obrador están decididas, como no pudieron quedarse con él, a reventarlo. El propio ex candidato presidencial ha dicho que sólo hará campaña por el PRD en el DF y en Tabasco, donde controla la mayoría de las candidaturas. En el resto del país respaldará a los candidatos de Convergencia y el PT en contra del PRD. La estrategia es obvia: pasada la elección integrará un grupo parlamentario propio con los diputados que surjan de esos dos partidos más los perredistas que responden a su línea. En esa lógica, la tesis es que el perredismo pierda cada vez mayor protagonismo para que esa nueva corriente, que responde sólo al caudillo tradicional, pueda convertirse en hegemónica.

No asombra que López Obrador y muchos de sus seguidores caigan una y otra vez en el ridículo (¿puede haberlo mayor que el desplegado que hizo publicar presentándose como el “legítimo” presidente de México cuando la visita de Obama? el mandatario estadounidense debe haber pensado que era digno de Marx, pero de Groucho no de Carlos; por cierto ¿por qué el IFE no lo toca ni con el pétalo de una rosa?) pero sus adversarios han terminado como rehenes del ex candidato presidencial. Así Marcelo Ebrard decidió, siguiendo a López, publicar él también un desplegado, “explicándole” al mandatario estadounidense su obra de gobierno, pero decidió no ir a la cena a la que estaba invitado porque no quería correr el peligro de que le tomaran una foto con el presidente Calderón y se enojara su antecesor en el GDF. Tampoco, y por las mismas razones, fue a esa cena Jesús Ortega, presidente del partido, pese a que allí estaban no sólo los líderes de las otras fuerzas políticas sino también varios de sus compañeros de partido: la gobernadora de Zacatecas, Amalia García, el gobernador de Michoacán, Leonel Godoy y uno de sus hombres de confianza, Carlos Navarrete, que en representación, dijo, de la “izquierda parlamentaria” en México le ofreció, en un gesto que fue muy bien recibido, establecer una “relación formal” al gobierno estadounidense con su partido. ¿Por qué Ebrard que quiere ser candidato presidencial perdió esa oportunidad, por qué Ortega que encabeza el partido tuvo que delegar en Navarrete el envío de ese mensaje?

Se podrá alegar que las cosas estarán más claras después del 5 de julio y que si el PRD obtiene una votación aceptable y como la mayoría de los plurinominales serán de la corriente de Nueva Izquierda, Ortega y sus aliados podrán tomar con mayor firmeza el mando del partido y entonces sí, comenzar a deslindarse de otros grupos y dirigentes ya con la mira puesta en el 2012. Algo similar podrá decir la gente de Marcelo, con el agravante, en su caso, de que la mayoría de la Asamblea Legislativa futura estará en manos del bejaranismo. Pero el punto es que, si no comienzan un deslinde desde ahora ocurrirá lo que quiere López Obrador: un derrumbe del PRD que afectará tanto a la actual dirigencia como a Ebrard en sus aspiraciones. Porque López Obrador no está apostando al juego parlamentario, no está buscando una presencia mayor en el congreso: la necesita para que le sigan financiando su movimiento y su vida personal, pero lo que quiere es el poder, y para ello debe seguir al pie de la letra su proclama de “al diablo con las instituciones”. Y un partido político, con todo, es parte de esa institucionalidad democrática a la que no se quiere atar López Obrador.

La divergencia es de fondo: no se trata simplemente de distintas opciones tácticas entre las diferentes corrientes del perredismo como pudo haber ocurrido en el pasado. La división está en apostar por una izquierda democrática y parlamentaria o por un movimiento que aspire, como sea, a quedarse con el poder vulnerando precisamente esas instituciones democráticas que no reconoce. En medio habrá algunos grises, pero en este caso se trata de una polarización de blancos y negros.

El país y el propio PRD necesitan de más posiciones como las que exhibió Navarrete en la cena con Obama y menos escándalos como los protagonizados por los lopezobradoristas el domingo en contra del que supuestamente es su propio partido. Y si los hombres importantes de esas corrientes que dicen querer ser parte de la izquierda democrática, como Ebrard y Ortega, no comienzan a mostrar mayor firmeza en poner de manifiesto sus propias convicciones, no sólo perderán votos y posiciones, perderán la confianza de la gente que observa, sin comprender demasiado bien lo que sucede, cómo están intentando destruir a su partido sin que ellos ni siquiera metan las manos.

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