La alianza en Oaxaca
Columna JFM

La alianza en Oaxaca

Dos queridos amigos, Diódoro Carrasco y Joaquín López Dóriga, se han enfrascado en un debate periodístico sobre la anunciada alianza entre el PRD y el PAN (que lógicamente debería encabezar otro buen amigo, el senador Gabino Cué) para las elecciones del año próximo en Oaxaca.

Dos queridos amigos, Diódoro Carrasco y Joaquín López Dóriga, se han enfrascado en un debate periodístico sobre la anunciada alianza entre el PRD y el PAN (que lógicamente debería encabezar otro buen amigo, el senador Gabino Cué) para las elecciones del año próximo en Oaxaca.

No me asustan y creo en las alianzas incluso entre partidos con diferencias ideológicas importantes cuando están sustentadas en políticas y programas muy definidos. También, en un sistema como el nuestro, cuando existe una clara definición sobre qué peso y qué fuerza real tiene cada uno de los contendientes. Pero creo que la anunciada alianza para Oaxaca tiene, en ese mismo sentido, deficiencias que no pueden ocultarse. La primera de todas su propia concepción. Joaquín tiene razón al decir que no pueden aliarse sin mayores problemas el partido en el gobierno con el partido que no le reconoce legitimidad a ese gobierno y que ni siquiera se digna tratar al presidente de la república con ese título. Me resulta difícil comprender que mientras López Obrador está recorriendo (se ha hecho cliente frecuente del estado) un día y otro sí Oaxaca llamando a levantarse contra el gobierno federal, el partido que encabeza ese gobierno se alíe con quien plantea desestabilizarlo.

Se dirá que hace seis años pasó lo mismo y sin embargo se concretó la alianza y estuvo a poco de ganar el gobierno estatal. Es verdad, pero también es verdad que las condiciones de hace seis años eran diferentes. Primero, gobernaba, es un decir, el estado un sátrapa como José Murat que había agraviado a todas las fuerzas de oposición. La relación entre el jefe de gobierno López Obrador y el presidente Fox era mala, pero todavía existía una distancia entre el PRD y el PAN que no terminaba de ser insalvable, por la sencilla razón de que ninguno de esos partidos tenía aún candidatos. E incluso, la alianza tenía como referencia nacional la oposición a la candidatura de Roberto Madrazo, que con razón o sin ella, concitaba en esos momentos fuertes rechazos en la opinión pública. Cuando se dio aquella alianza, se acaba de dar el vergonzoso autoatentado de Murat y no teníamos entonces ni el desafuero ni la candidatura de López Obrador ni había ocurrido el levantamiento de la APPO ni tampoco se había dado la elección presidencial y el desconocimiento de los resultados electorales por parte de López y del PRD. El México del 2004 era, en términos políticos, incluso en Oaxaca, muy diferente al del 2009.

Comparto en esta ocasión mucho más la opinión de Joaquín que la de mi muy querido amigo Diódoro: creo, además, que el anuncio de esa alianza estuvo viciado de origen. Hubiera sido muy diferente si, por ejemplo, Gabino hubiera puesto distancia de todos los partidos, incluido Convergencia, hubiera anunciado su candidatura apoyado en un comité ciudadano respetable y con un programa claro con relación al estado y respecto al gobierno federal y a partir de allí se hubiera pedido la adhesión de los partidos a un movimiento que no sería suyo y en el que podrían establecer las diferencias que quisieran entre ellos. La distancia que existe entre un movimiento ciudadano independiente que puede o no contar con la adhesión de los partidos respecto a una alianza partidaria es muy amplia.

Se ha utilizado en estos días el viejo, pero válido, ejemplo de la candidatura en San Luis Potosí de don Salvador Nava, que tuvo apoyo del PAN y del PRD. Se olvidan dos cosas: en aquel momento PAN y PRD eran oposición a nivel estatal y federal, pero además se sumaron al movimiento del doctor Nava que estaba por encima de los partidos. Esa fue la clave de aquel movimiento.

La gente desconfía, con razón de las alianzas partidarias poco claras y tiene la impresión de que los partidos lo único que quieren son espacios de poder sin importarle posiciones e ideologías. El ejemplo bochornoso de lo ocurrido en Iztapalapa con todo el sainete de Juanito y sus actores secundarios, alcanzaría para confirmarlo. Y me llama profundamente la atención que, para la construcción de esa hipotética alianza en lugar de apostar por un formato ciudadano se haya decidido ir por un acuerdo partidario previo que, además, se realiza entre las fuerzas que están en las antípodas del espectro político nacional.

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