Llega la administración Calderón a su tercer año con muchas definiciones por tomar. Se solía decir que el cuarto año de gobierno de gobierno era el de la mayor fortaleza presidencial. Cuando el poder presidencial estaba en su cenit. Era así en el pasado: cuando el presidente en funciones durante su cuarto año se aprestaba a designar, al año siguiente, a su sucesor y todos los instrumentos del poder estaban en sus manos, incluyendo la obvia lealtad, aunque fuera formal, de cualquiera que aspirará a sucederlo.
Joaquín Vargas Gómez no sólo fue un pionero de la radio y la televisión en México. Fue, por sobre todas las cosas, un hombre íntegro, honesto y que contagiaba vitalidad, inteligencia y entusiasmo. Le gustaba todo de la vida y sólo la salud, que no suele tener palabra, logró doblegarlo luego de una larga lucha. Aprendí y disfruté trabajando con él y con sus hijos, sobre todo con Joaquín. Hoy que don Joaquín se ha ido, es preciso recordar, atesorar en la memoria y colocar a los buenos en su justa dimensión. Un abrazo solidario para Joaquín y toda la familia Vargas Guajardo.
Llega la administración Calderón a su tercer año con muchas definiciones por tomar. Se solía decir que el cuarto año de gobierno de gobierno era el de la mayor fortaleza presidencial. Cuando el poder presidencial estaba en su cenit. Era así en el pasado: cuando el presidente en funciones durante su cuarto año se aprestaba a designar, al año siguiente, a su sucesor y todos los instrumentos del poder estaban en sus manos, incluyendo la obvia lealtad, aunque fuera formal, de cualquiera que aspirará a sucederlo.
Hoy es muy diferente y en los hechos se podría decir que el presidente Calderón llega a ese cuarto año, con mayor debilidad que, por ejemplo, en su primero o segundo año de mandato. Las elecciones de julio pasado no favorecieron a su partido y el poder del Congreso y del propio poder Judicial, de los gobernadores y de los poderes fácticos parecen arrinconar en muchas ocasiones al ejecutivo. Desde Los Pinos ya no existen los mismos espacios y atribuciones que en el pasado, y la tarea de gobernar se ha vuelto más tortuosa, compleja, difícil. Si a esa debilidad le sumamos una capacidad de operación del gobierno federal que tiene muchas deficiencias y una clase política con poca vocación de Estado, tendremos un panorama que no suena demasiado alentador.
Pero el gobierno federal podría hacer más, no puede caer en una suerte de fatalismo irremediable y debe potenciar al máximo las atribuciones y posibilidades que constitucionalmente tiene. Es verdad que todo lo que pase por el congreso puede dificultarse; que los gobernadores no necesariamente lo van a apoyar, como ocurre con varios capítulos de la lucha contra la inseguridad; que la distribución del poder y el propio andamiaje institucional no lo favorecen; pero aún con todo eso se le debe exigir más. Ejemplos hay muchos: la política económica anticrisis ha tenido aciertos pero también errores, sobre todo a la hora de implementar medidas claves, como el plan de infraestructura. Por las razones que fueran no se cumplieron las metas. Existen capítulos en los cuales se tienen diagnósticos claros pero no se presentan iniciativas concretas porque se están esperando momentos idóneos que no siempre existen. Buena parte del gabinete presidencial sigue viviendo en su zona de confort y no mete las manos por impulsar y defender el propio proyecto gubernamental. Algunos incluso están inéditos, a tres años, ante los medios. La operación con su partido, el PAN, desde el poder sigue teniendo muchas dificultades y allí anidan muchos adversarios del propio presidente.
Sigo pensando que inmediatamente después del 5 de julio el presidente Calderón tendría que haber dado una sacudida a su equipo, tendría que haber realizado varios cambios y darle otra fisonomía al gabinete, como una necesidad política pero también como una forma de darle una respuesta al voto de la gente. No fue así, los cambios en parte del equipo, en las formas y en el fondo de la operación gubernamental, no se dieron. Llegó el primero de septiembre y un discurso presidencial renovador pareció abrir nuevamente ese espacio. Pero una vez más las expectativas no estuvieron al nivel de las realidades posteriores. Hubo enunciados absolutamente compartibles, pero faltó ver la operación que llevara esos objetivos a la realidad. La decisión de acabar con Luz y Fuerza del Centro fue el mejor capítulo en ese sentido, el que mejor cubrió las expectativas y necesidades de cambio que siente la gente en estos tres años. Pero el debate y el contenido del paquete fiscal y del presupuesto dieron marcha atrás en las perspectivas ciudadanas. Quizás algunas de las medidas eran muy razonables, pero a todas luces resultaron insuficientes y el propio discurso presidencial durante algunas semanas se perdió en laberintos y contradicciones.
Esa tormenta parece haber pasado, pero sus secuelas están ahí. La administración Calderón debe convertir su cuarto año en el de la revitalización de su propio poder si no quiere que la segunda mitad del sexenio languidezca. Debe definir qué puede y qué no puede hacer y decírselo a la gente. Tiene que mantener equilibrios, tiene que exigirle mucho más a sus colaboradores, debe poner en orden a su partido. Tiene que elegir con mayor cuidado y certeza sus enemigos y tiene que hacerlo, todo, buscando el apoyo de la sociedad. En otras palabras: el poder presidencial está acotado, pero aún así debe utilizar los márgenes que tiene ejerciéndolo a plenitud. No tiene otra opción.