José Pepe Mujica es un hombre mayor, de 72 años, que fue uno de los fundadores de una de las guerrillas más famosas de los años 70, los Tupamaros uruguayos, que luego de dar una serie de golpes espectaculares, sufrieron una brutal represión que los diezmó. Raúl Sendic, su líder, estuvo preso en condiciones inhumanas desde 1972 hasta la amnistía de 1985. Uno de sus principales colaboradores era Mújica, detenido y enterrado, como Sendic y otros dirigentes de aquella organización, en pozos e incomunicados durante años. Mújica estuvo preso 15 años, 11 de ellos incomunicado. Y este domingo ganó la presidencia de la república de su país, Uruguay, con más del 50 por ciento de los votos.
José Pepe Mujica es un hombre mayor, de 72 años, que fue uno de los fundadores de una de las guerrillas más famosas de los años 70, los Tupamaros uruguayos, que luego de dar una serie de golpes espectaculares, sufrieron una brutal represión que los diezmó. Raúl Sendic, su líder, estuvo preso en condiciones inhumanas desde 1972 hasta la amnistía de 1985. Uno de sus principales colaboradores era Mújica, detenido y enterrado, como Sendic y otros dirigentes de aquella organización, en pozos e incomunicados durante años. Mújica estuvo preso 15 años, 11 de ellos incomunicado. Y este domingo ganó la presidencia de la república de su país, Uruguay, con más del 50 por ciento de los votos.
Mújica está lejos de ser un radical. Está preocupado por los temas sociales y por la pobreza. Para salir de ella plantea la necesidad de recurrir a las inversiones públicas y privadas, a las grandes reformas sociales. Usa un lenguaje coloquial, jamás una corbata y vive en la periferia de la ciudad de Montevideo, trabajando él mismo en su propia granja. Ya no quiere hacer la revolución. Como buena parte de la izquierda que sí lo fue y sí lucho por sus ideales en los años 70, se siente mucho más cerca de Lula que de Castro o Chávez. Dice, lo podemos leer en el periódico El País, que “todos los que fuimos jóvenes hace 30 o 40 años vivimos aquella discusión reformismo o revolución…resulta que las revoluciones en general se fueron al carajo, no quedó ni ceniza”. Y reivindica las reformas: “con las reformas no construyeron ningún país excepcional. Ahora, en general, se come mejor y se duerme mejor donde se hicieron reformas. Para los que abrazamos el credo revolucionario, no es muy placentero decir esto, pero es la discusión que tenemos con Lula. Lula dice sí, pero hay 50 millones de tipos que viven mucho mejor. ¿Es eso una revolución? Sí, en los hechos sí. Para el que no comía seguro que es una revolución”. Y se ha comprometido entonces a seguir la agenda de su antecesor, también del Frente Amplio pero de una corriente mucho más moderada, Tabaré Vázquez, que sin estridencias y respetando estrictamente las normas democráticas, ha hecho una de las mejores presidencias de los últimos años en América Latina.
Todo esto viene a cuento no sólo por la fantástica y pedagógica historia política de Mujica, sino por la comparación inevitable de nuestra izquierda que buscará este fin de semana su refundación mientras vive la peor de sus crisis históricas desde que el partido comunista, con la reforma política del 77, salió de la semiclandestinidad en la que vivía. Lo hace en medio de una derrota electoral que no ha sabido procesar y que en muy buena medida fue provocada por el impulso que le dio su ex candidato presidencial López Obrador al PT y en menor medida a Convergencia. Lo hace cuando sus simpatizantes alcanzan apenas el 9 por ciento y sus negativos llegan casi al 40 por ciento. Cuando acaba de renunciar a ese partido una de sus figuras más populares, Ruth Zavaleta y cuando la crisis de Iztapalapa, con el caso Juanito como emblema de la crisis, ha terminado de desprestigiar hasta las más elementales formas de la izquierda y de la operación interna en el PRD.
La posibilidad de refundar al PRD estará determinada por un punto: la relación con López Obrador. Un partido no puede moverse, como dicen querer Jesús Ortega y otros dirigentes, hacia posiciones reformistas y de centro izquierda, mientras su líder (o caudillo como lo llaman René Arce y Víctor Hugo Círigo) aboga por posiciones radicales, rechaza a la dirigencia y a los candidatos del partido y llama a derrocar al gobierno, como lo han pedido en la propia tribuna del congreso alguno de sus legisladores, mismos que no cuentan, por cierto, con historia alguna que presumir en la izquierda. Y que nadie diga que se trata de la justa indignación por los resultados electorales del 2006. Justa indignación la que deberían tener Mújica y sus compañeros del Frente Amplio luego de haber pasado 15 años en condiciones de vida inhumanas y sin embargo se han dado tiempo de reflexionar, cambiar, mirar hacia el futuro, de olvidarse de venganzas…y llegar al poder sin provocar fracturas ni rencores sociales.
El PRD no podrá convertirse en la izquierda que el país necesita sin desligarse de liderazgos mesiánicos ni sin apostar completa y definitivamente a las reglas de la democracia y las reformas. Tiene que elegir entre Hugo Chávez y Lula, entre Evo Morales y José Mújica. No puede ser las dos cosas al mismo tiempo ni pueden convivir en él posiciones tan extremas sin una línea y una dirigencia reconocida por todos. No tomar definiciones, no asumir los costos de la misma, lo lleva al desprestigio, al deterioro y el abandono paulatino de sus mejores militantes, a ser percibido sólo como un instrumento electoral sin perfil propio. Esa será la diferencia entre la refundación y la refundición del PRD.