El Teo, los políticos y la estrategia
Columna JFM

El Teo, los políticos y la estrategia

Precisamente cuando el senador perredista Carlos Navarrete declaraba que la lucha contra el crimen organizado había fracasado, que el Estado estaba rebasado por los criminales y exhortaba al gobierno a asumir otra estrategia (sin decir, por supuesto, cuál podría ser ésta), la Policía Federal anunciaba la captura en La Paz, en el perredista estado de Baja California Sur, de Teodoro García Simental, el Teo, uno de los narcotraficantes más violentos y peligrosos, por el que México y Estados Unidos ofrecían una recompensa de 30 millones de pesos.

Precisamente cuando el senador perredista Carlos Navarrete declaraba que la lucha contra el crimen organizado había fracasado, que el Estado estaba rebasado por los criminales y exhortaba al gobierno a asumir otra estrategia (sin decir, por supuesto, cuál podría ser ésta), la Policía Federal anunciaba la captura en La Paz, en el perredista estado de Baja California Sur, de Teodoro García Simental, el Teo, uno de los narcotraficantes más violentos y peligrosos, por el que México y Estados Unidos ofrecían una recompensa de 30 millones de pesos.

Al mismo tiempo que otros analistas sostenían que se debían  priorizar las labores de inteligencia, se sabía que la captura del Teo, realizada en un operativo ejemplar, con el desplazamiento de 300 elementos, efectuado en apenas 20 minutos y sin haber disparado un solo tiro, se logró después de una labor de inteligencia que tomó cinco meses de investigaciones y fue fruto de una estrecha colaboración con agencias estadounidenses. No es un hecho fortuito: las detenciones en la narcoposada de Morelos, donde inició la caída de Arturo Beltrán Leyva, se logró con información de inteligencia precisa, como ocurrió con el operativo en el que finalmente murió Arturo. Lo mismo sucedió días después con la detención de su hermano Carlos. Y ahora lo vemos con la captura de El Teo. Todos fueron operativos que se realizaron con información precisa y de allí su éxito. Eso se llama trabajo de inteligencia.

Algunos argumentarán que quizás esa labor proviene de fuentes estadounidenses. Sin duda, nadie lo ha ocultado, hubo cooperación entre agencias mexicanas y del otro lado de la frontera en todo esto. Pero lo importante no es eso, sino al contrario, que la cooperación se esté dando y se estén observando lo resultados. Y que existe confianza para otorgar esa información, compartirla y verla reflejada en resultados, algo que no siempre se dio así en el pasado.

Pero además cuando se habla de cambiar de estrategia no se comprende que ésta puede mejorarse, sobre todo en términos de colaboración, que puede trabajarse más en el desmantelamiento de estructuras de lavado de dinero (aunque ello es mucho más complejo y requiere mucha información proveniente de distintos ámbitos y países) pero no puede modificarse en un punto central que es enfrentar a los narcotraficantes, dividir sus estructuras y controlar sus territorios. Y eso es lo que ha generado violencia entre las propias organizaciones criminales. Sucede en México, sucedió antes en Sicilia, en Miami y en Colombia, ocurre en todos los lugares donde se construyen cárteles poderosos, con influencia territorial y penetración en cuerpos de seguridad y esferas políticas y económicas. No hay otra forma de operar ante esas organizaciones. Y los resultados no dependen de los tiempos electorales, sino de la persistencia en esa lucha.

Además, ¿de qué otra forma se puede enfrentar a un hombre que llevaba sobre sus hombros la muerte de más de 600 personas, que ordenó disolver en sosa caústica a más de 300?. Cuando algunos plantean dialogar o establecer una tregua con esos grupos ¿se puede comprender la dimensión de esos crímenes?: El año pasado, días después de su detención estuve en la casa del pozolero, donde fueron disueltos esos 300 cuerpos.

“El olor de la casa de El Pozolero , escribí aquí el pasado 20 de abril, impregnaba todo el lugar, mucho más allá de la propia casa y el calor de ese mediodía en las afueras de Tijuana, en el ejido  Ojo de Agua, no ayudaba a amortiguarlo. Era el olor de la muerte pero mucho más profundo, se impregnaba a las fosas nasales y la ropa de otra manera, menos violento pero más penetrante, constante. El predio es de una austeridad espartana: un terreno bardeado de unos 100 metros cuadrados, en donde sólo se ha construido un pequeño cuarto y, junto a él, una cisterna de unos dos metros de lado y unos tres de profundidad. En ese cuarto Santiago Meza recibía los cuerpos de sus víctimas, los introducía en un tambo cilíndrico de unos dos metros de largo por unos  60 centímetros de ancho, mismo que rellenaba de sosa caústica mezclada con agua y esperaba 24 horas. Pasado ese tiempo, el cuerpo se había convertido en una pasta gelatinosa que vaciaba en una cisterna que estaba a medio llenar cuando el Pozolero fue detenido. Se dice que fueron 300 los muertos porque él así lo confeso, podrían haber sido menos o el doble. Pero lo imposible de ignorar era el olor. ¿Cuántos de los que pasaban por allí podían no preguntarse de dónde venía, que lo provocaba, qué ocurría detrás de esa portón de metal del que colgaba un anuncio en el que, con un toque de humor macabro, El Pozolero anunciaba que en el lugar se vendían gelatinas?”.

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