Por mi madre, Monsi
Columna JFM

Por mi madre, Monsi

En el mundo circular de nuestra intelectualidad, sólo Carlos Monsiváis podía presumir de ser reconocido en la calle, entre la gente que lo veía como uno de los suyos. Murió el gran cronista de México, pero se nos fue también un hombre que como ningún otro de su generación, logró cruzar, sin perder nada en el trayecto, el puente estrecho, peligroso, de la cultura de altos vuelos a la popular, que logró ser de izquierda sin ser dogmático, liberal sin perder su esencia religiosa, que supo que La Lagunilla era simplemente una extensión de Bellas Artes, que comprendió que hacer buen periodismo es también una forma de buen literatura.

" Ya no le diga cinismo. Dígale sinceridad" C.M

En el mundo circular de nuestra intelectualidad, sólo Carlos Monsiváis podía presumir de ser reconocido en la calle, entre la gente que lo veía como uno de los suyos. Murió el gran cronista de México, pero se nos fue también un hombre que como ningún otro de su generación, logró cruzar, sin perder nada en el trayecto, el puente estrecho, peligroso, de la cultura de altos vuelos a la popular, que logró ser de izquierda sin ser dogmático, liberal sin perder su esencia religiosa, que supo que La Lagunilla era simplemente una extensión de Bellas Artes, que comprendió que hacer buen periodismo es también una forma de buen literatura.

En estos días todos se han rendido ante un Monsiváis que se fue demasiado prematuramente. Quedémonos con el Monsi de esa política nacional que semana con semana se retrataba en Por mi madre, bohemios. Confirmemos cómo muchos de esa clase política e intelectual que le rindieron honores en las últimas horas se mantuvieron siempre lejos, muy lejos del verdadero Monsiváis, que con sus frases lapidarias y su humor a los Groucho Marx los exhibía cotidianamente.

“Cuando veas que ya nadie te toma en serio, es el momento de luchar por un socialismo sin la mínima desviación reformista”. C.M.

Carlos fue parte de la izquierda mexicana aunque la viera también casi siempre con profunda desconfianza, mucho más cercano a sus causas que a sus dirigentes, asumiendo que sus mayores enemigos estaban en el dogmatismo, la cerrazón, la falta de compromiso con la gente. Nunca entendí a Monsiváis como un revolucionario: lo entendí liberal y profundamente reformista, liberal en el mejor sentido de la palabra, atrapado él mismo (como estuvimos muchos) en los vaivenes de un siglo XX que zarandeó las ideologías  y los tiempos. Fue de los primeros que puso su distancia con el régimen cubano por la ausencia de libertades individuales, defendió las minorías sexuales cuando en la izquierda dogmática eran vistas por lo menos con desconfianza, incorporó la crítica a un discurso que no la admitía sin abandonar sus principios (fue de los grandes defensores de López Obrador y no dudó en criticar aquel tristemente célebre plantón en el centro de la ciudad, lo que no le perdonaron algunos héroes lopezobradoristas). Ayer todos le rindieron homenaje.

“Filosofía de la vieja izquierda: si dejas que las masas se te acerquen, no vas a llegar a tiempo a tu reunión del Consejo Nacional. C.M.

¿Cuál de todos los Monsiváis habrá que recordar?. Prefiero el de las frases lapidarias, el defensor de las libertades, el feroz crítico de los dogmas religiosos, políticos, sociales. Y buena parte de esa crítica la centró en los partidos y sus dirigentes. Fue implacable con Marta y Vicente Fox (“antes había que ser un valiente para atacar al presidente, ahora hay que ser un valiente para defenderlo”), y no quería mucho más a Felipe Calderón, como no quiso antes a ninguno de los mandatarios priistas. Pero casi todos lo respetaban. O por lo menos eso decían.

“Un político que tiene algo sensato que decir es un individuo que no ha pensado bien sus palabras” C.M.

Cuando comenzamos en esa profesión, creo que todos queríamos escribir como Monsiváis, queríamos a través de las crónicas convertidas en radiografías sociales y textos de opinión, recorrer desde el poder hasta el rock, desde los corridos hasta los entretelones de la lucha libre. Con el tiempo creo que todos descubrimos que lo que en Monsiváis parecía tan sencillo, era el producto de un trabajo enorme, de una lectura enciclopédica; del recorrer durante años las calles; de observar y registrar; de hablar con la gente; de ver cine; escuchar música. Descubrimos que no se podía ser un periodista o un escritor de verdad sin empaparse de todo, sin interesarse en todo, sin pretender ser parte de todo. Monsiváis lo fue, lo comprendió, lo inculcó. Tuvo sus momentos de intolerancia y sectarismo, no fue ajeno a la feroz lucha que se libró en México entre los distintos grupos culturales y sus respectivos jefes, pero creo que fue el que mejor pudo y supo, cuando quiso, trascenderla, de los más generosos y de los pocos que prefirió seguir viviendo en su vieja casa de la calle San Simón, en la Portales, que buscar un lugar en el Partenón de la letras mexicanas, esas que nunca comprendieron que pudiera ser uno de los grandes, el más conocido, el más citado, el que más libros debe haber presentado en México, sin haber escrito una sola novela. No comprendían, o lo comprendieron muy tarde, que su gran novela, la gran novela del México contemporáneo, estaba en sus crónicas. Adiós Monsi.

“Sí, tampoco los muertos retoñan, desafortunadamente’ C.M.

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