¿Se acabó la fiesta?
Columna JFM

¿Se acabó la fiesta?

La noche del 15 de septiembre en Palacio Nacional sólo una palabra podía definir mi estado de ánimo y creo que el de muchos: el del orgullo de ser, de pertenecer, de formar parte de una sociedad y una nación que sabe que por encima de las vicisitudes y las buenas y malas épocas, forma parte de la historia, del presente y del futuro. Las fiestas de esa noche del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución cumplieron con las expectativas, permitieron que millones en todo el país celebraran en las calles y en sus casas, que la gente encontrara, percibiera la razón de ser, el compromiso profundo en el que una festividad patria, en ocasiones tan especiales, nos recuerda quiénes somos. La única, o quizás la mejor palabra, era el orgullo.

La noche del 15 de septiembre en Palacio Nacional sólo una palabra podía definir mi estado de ánimo y creo que el de muchos: el del orgullo de ser, de pertenecer, de formar parte de una sociedad y una nación que sabe que por encima de las vicisitudes y las buenas y malas épocas, forma parte de la historia, del presente y del futuro. Las fiestas de esa noche del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución cumplieron con las expectativas, permitieron que millones en todo el país celebraran en las calles y en sus casas, que la gente encontrara, percibiera la razón de ser, el compromiso profundo en el que una festividad patria, en ocasiones tan especiales, nos recuerda quiénes somos. La única, o quizás la mejor palabra, era el orgullo.

Pero también lo era porque el saldo, en todo el país, fue blanco. No se cumplieron las profecías que hablaban de violencia, de actos desestabilizadores, de atentados y levantamientos. Es verdad que hubo operativos de seguridad como pocas veces se han visto en nuestro país con motivo de estas festividades, pero también lo es que la gente, que llegó al 15 de septiembre en un ambiente muchas veces sombrío, con pesimismo y con temor, finalmente, sobre todo cuando comenzó a caer la noche e incluso el clima cooperó para ello, se decantó por la fiesta, por la celebración.

“Hoy el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”, diría Serrat. Y así fue. La fiesta que se daba dentro de Palacio Nacional no era tan diferente a la de afuera. Estaba todo mundo y no necesariamente por el poder de convocatoria de la presidencia de la república (que siempre lo tiene) sino porque esa convocatoria, por lo menos en esta ocasión, tuvo un definitivo sentido de Estado, fue tan amplia y abierta como la propia sociedad. Ahí estuvieron los ex presidentes Carlos Salinas de Gortari y Vicente Fox, me hubiera encantado ver a Ernesto Zedillo (que dijeron estaba fuera de México) y a Cuauhtémoc Cárdenas (que tengo entendido que fue invitado pero no llegó), pero la llegada de los dos ex presidentes, ambos polémicos, los dos marcados por la historia, con adeptos y adversarios acérrimos, reflejaron perfectamente bien el clima de unidad que se vivió esa noche, el espíritu que imbuía la celebración, alejados por una vez, los políticos, los empresarios, los comunicadores, los artistas, los deportistas, del espíritu de competencia, de las diferencias, de los enconos de la vida cotidiana. Demostró también que los dos ex mandatarios siguen, de muy distinta manera, en muy diferentes estilos, siendo factores de poder. Hablábamos aquí hace unos días de la tolerancia. Y ella estuvo presente por doquier la noche del 15.

Se habló esa noche, y mucho de unidad: ¿es posible?¿se pude pasar de las frases obligadas por la circunstancia y el momento a una verdadera política de unidad nacional?. Por supuesto que es posible, pero se requiere voluntad política para lograrla. Salvo sectores muy minoritarios, en el gran espectro de las tres grandes fuerzas políticas del país las diferencias reales, a la hora de gobernar, terminan siendo relativamente menores, y entre el PRI y el PAN las mismas se reducen aún más. Todos saben qué hay que hacer, cómo hacerlo, hacia dónde dirigirse. Si no hay mayores resultados es porque la mezquindad política, el cálculo de los réditos del poder, mucho más que las ideologías, lo impiden. Y eso es evidente, sobre todo, en los dos capítulos que más preocupan y ocupan a los mexicanos: la seguridad y la economía. Un país más seguro y más próspero será lo único que nos permitirá alargar, prolongar en el tiempo y las generaciones las fiestas, la alegría. Las fuerzas políticas, sobre todo, deberían estar de lleno involucradas en ese objetivo. No siempre, en muy pocas ocasiones lo están.

Ojalá el ambiente y la voluntad perduren y que no tengamos que esperar una nueva celebración de estas características para volver a hablar de unidad y ésta se convierta en una realidad. Ojalá la buena voluntad se imponga a la mezquindad política. Y que terminando la fiesta no nos ocurra como cantó, hace ya muchos años, Joan Manuel Serrat: “se acabó, que el sol nos dice que llegó el final. Por una noche se olvidó que cada uno es cada cual. Vamos bajando la cuesta que arriba en mi calle se acabó la fiesta”.

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