El embajador de la discordia
Columna JFM

El embajador de la discordia

Carlos Pascual es un intelectual notable. Su capacidad, reconocida, en estados fallidos y su experiencia en temas energéticos y de seguridad, le daban todas las credenciales que se podían requerir para ser embajador en México. Pero no era suficiente: Pascual, pese a que se involucró mucho y bien, no supo manejar las relaciones diplomáticas, no terminó de comprender el rol que juega un embajador de los Estados Unidos en nuestro país, los equilibrios que se deben mantener para no detonar una relación que está siempre en la cuerda floja.

<br /> …::: MŽxico Confidencial :::…<br />

Carlos Pascual es un intelectual notable. Su capacidad, reconocida, en estados fallidos y su experiencia en temas energéticos y de seguridad, le daban todas las credenciales que se podían requerir para ser embajador en México. Pero no era suficiente: Pascual, pese a que se involucró mucho y bien, no supo manejar las relaciones diplomáticas, no terminó de comprender el rol que juega un embajador de los Estados Unidos en nuestro país, los equilibrios que se deben mantener para no detonar una relación que está siempre en la cuerda floja.

Con o sin razón, desde que Pascual llegó a México (varios meses después de iniciada la administración Obama) se repitieron los comentarios, dentro de la administración federal y en otros sectores políticos, de que estábamos ante un embajador intervencionista. No sé si era así y si ese tipo de relación era intencionada. Pero lo cierto es que no gustó que el embajador tuviera un papel tan activo, que se moviera con tanta autonomía y con contactos tan directos con autoridades y personajes de todo tipo, con un protagonismo que generaba innumerables suspicacias sobre sus actividades.

Pero lo que terminó de romper la relación fueron los cables de Wikileaks. Como aquí hemos dicho, el problema con lo que se dio a conocer no era, no es, que un embajador o funcionarios consulares, informen y den su opinión respecto a lo que sucede en los países a los que han sido destinados. Siempre ha sido así, esa es parte esencial de su responsabilidad. El problema es que se dieron a conocer cables que reflejaban el sentir muy personal del embajador, pero que no estaban basados en información dura, sino en una larga serie de subjetividades. Pascual podría haberse mantenido en su cargo a pesar de haber calificado como grises a los precandidatos del PAN, pero era muy difícil que se pudiera mantener cuando, en plena guerra contra el narcotráfico, con el ejército mexicano en primera línea de esas batallas, escribe que esa institución, la más respetada además por la gente en nuestro país, tenía ?aversión al riesgo?, y dando a entender que por eso se enviaba la información de inteligencia (en el caso concreto de Arturo Beltrán Leyva) a la Marina. O incluso cuando, con información oficial, la embajada decía que sí se había informado al gobierno de la Operación Rápido y Furioso contradiciendo a la propia presidencia de la república, para luego aclarar de que en realidad sí se había informado pero sólo de la parte de los operativos que se realizaban en Estados Unidos y no de la introducción de armas de ese país a México.

Pero la gota que derramó el vaso fue el cable del cónsul en Ciudad Juárez dado a conocer a fin de la semana pasada, en el que se afirmaba que el ejército, en esa ciudad limítrofe, no hacía más que observar cómo se mataban los narcotraficantes de bandas contrarias y que, en realidad, prefería que esa plaza quedara en manos del cártel de Sinaloa (lo que, además de ser un dislate, sería contradictorio con lo que se quería inferir en el cable del embajador sobre Beltrán Leyva). Pero con todo, como hemos dicho, lo muy grave de esos cables es que no se basan en nada sustantivo, no son producto de un trabajo de investigación, ni de información dura: son productos de chismes, grillas, de versiones que pueden ser parte de las pláticas o el imaginario colectivo pero no información diplomática confidencial seria.

La confianza perdida no se puede recuperar, por lo menos en esos ámbitos. Pascual tenía, inevitablemente, que dejar su responsabilidad. Y el sábado presentó su renuncia. Ya no había coincidido con el presidente Calderón en actos conjuntos en las últimas semanas (como en la American Chambers, por ejemplo), pero después de las contradicciones sobre el Operativo y del cable del cónsul en Juárez, ya no se podía rescatar nada, sólo quedaba ahondar en la confrontación.

Quedan dudas, sin embargo, sobre lo ocurrido. En los hechos, al decirle al Washington Post que había perdido la confianza en el embajador Pascual, el presidente Calderón estaba pidiendo la salida del diplomático. Se asegura que en el encuentro privado con Barack Obama también abordó el tema y que pese a la ratificación posterior que hizo el departamento de Estado del embajador, Obama sí se habría comprometido con Calderón a realizar ese cambio. El hecho es que Pascual salió después de que el gobierno mexicano pidió su remoción. Nunca había sido así, ni siquiera con alguien con muchísima menos formación y mucho más intervencionismo, como por ejemplo, John Gavin en la época Reagan. Pero para saber realmente cómo ha sido tomada esa petición pública del gobierno mexicano de remover al representante de Washington habrá que esperar a ver a quién se envía en su reemplazo y con qué línea de trabajo. Y recordar que quien llegue será el que cierre, en forma casi simultánea, la relación en las administraciones Calderón y Obama, ambos con elecciones en el 2012. Y se puede provocar el cambio de un embajador, no de dos.

>

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *