García Luna y la sucesión
Columna JFM

García Luna y la sucesión

Javier Sicilia comenzó el mitin del domingo pidiendo la renuncia del secretario de seguridad pública federal, Genaro García Luna, como un “gesto” del gobierno federal de que atendería las demandas presentadas por las organizaciones sociales que convocaron a esa marcha. El propio Sicilia, interrogado al respecto no ha podido dar una explicación plausible de la demanda. El propio gobierno federal, a través de Alejandro Poiré, respaldó sin dudas a García Luna.

Javier Sicilia comenzó el mitin del domingo pidiendo la renuncia del secretario de seguridad pública federal, Genaro García Luna, como un “gesto” del gobierno federal de que atendería las demandas presentadas por las organizaciones sociales que convocaron a esa marcha. El propio Sicilia, interrogado al respecto no ha podido dar una explicación plausible de la demanda. El propio gobierno federal, a través de Alejandro Poiré, respaldó sin dudas a García Luna.

Es muy comprensible porqué pidió Sicilia la salida de García Luna: hemos insistido en que ese movimiento, legítimo, es parte de una movilización política que poco tiene que ver con la agenda de seguridad. No hay una condena a los grupos de delincuentes que han dejado miles de víctimas, sino que, además, no existen en su agenda puntos específicos relacionados con la seguridad, salvo, nada más y nada menos, que el retiro del ejército de esas labores y la salida del secretario de seguridad pública. Si se quiere dejar a la sociedad desarmada contra la delincuencia son exactamente las dos medidas que se deberían tomar.

La salida del ejército y la marina de las labores de seguridad está descartada, además de que la enorme mayoría de la población, con índices superiores al 70 por ciento, apoya la participación militar en ese ámbito. Precisamente será el crecimiento y la consolidación de la Policía Federal la que permitirá el retiro paulatino de los militares de las tareas de seguridad. Y en eso se ha hecho una labor notable: la Policía Federal que tenía unos pocos miles de elementos y muy poca estructura orgánica al inicio del sexenio, hoy cuenta con más de 36 mil efectivos, es una policía moderna, con instalaciones y equipos de nueva generación; se ha construido una base de datos formidable a través de Plataforma México; se han consolidado las áreas especializadas, desde las de inteligencia hasta la policía científica. Esa misma policía ha generado todo tipo de golpes a las organizaciones criminales.

Y es la salida del ejército y de la policía federal lo que piden los grupos impulsados por las propias organizaciones criminales en diversos estados de la república, sobre todo en Chihuahua, Tamaulipas y Michoacán, donde ese movimiento fue evidente con la detención de uno de los ideólogos de la Familia y, al mismo tiempo supuesto activista de derechos humanos, Rafael Cedeño. Esa fue también, desde hace años, la estrategia planteada por Osiel Cárdenas para el cártel del Golfo (y que han seguido a pie juntillas, aunque ahora sean enemigos, las dos organizaciones que surgieron de allí: los sucesores directos de Osiel y el cártel de los Zetas).

Se podrá o no estar de acuerdo con García Luna en términos políticos, pero los avances logrados en la construcción de la Policía Federal han dependido de su tesón y trabajo. No fue una situación circunstancial: en el sexenio pasado, los avances que se dieron en la Agencia Federal de Investigaciones, dependieron directamente del modelo de nueva policía que quería impulsar García Luna. En los hechos, cuando asumió la secretaría de seguridad pública, la AFI, ahora policía federal ministerial, volvió a estancarse. García Luna siempre tuvo claro qué quería hacer con la Policía Federal, hacia dónde debía crecer, cuáles eran los objetivos para un nuevo modelo policial en el país y trabajó para ello.

Logró que incluso los gobernadores y los partidos aceptaran lo inevitable: la necesidad de una policía centralizada, que tuviera mandos únicos y que tuviera capacidad de despliegue global. El mando único federal, que era lo deseable, quedó distribuido, en el papel, en 32 mandos estatales, pero las administraciones locales, incluso después de firmado el acuerdo en la Conago y en el congreso, han dejado congelada la iniciativa.

Hay quienes dicen que Genaro ha adquirido con ese desempeño mucho poder. Probablemente es así: la fuerza de una institución depende de que la misma se ejercite, se consolide, se trabaje. Pero también es un poder adquirido por el abandono de otros actores: en la misma medida en que la enorme mayoría de los gobiernos locales no modernizan a sus policías, no los homologan, no apuestan por la seguridad ni invierten en ella, el papel, los espacios de la propia Policía Federal se van ampliando. Claro que todo tiene un límite y lo cierto es que hoy los policías federales son apenas un 8 por cinto de todas las fuerzas policiales estatales y municipales.

Para el presidente Calderón, la construcción de la Policía Federal es uno de los muy pocos logros institucionales claros de su administración. Y cada día resulta más evidente que García Luna es el hombre de la confianza presidencial en esa área. ¿Qué más quisieran algunos de sus  opositores, de cara al 2012, que desembarazarse de García Luna y poner en entredicho, con ello, a la única institución de seguridad que el estado mexicano ha construido en décadas?

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