De coronas, narcos y policías
Columna JFM

De coronas, narcos y policías

Alguna vez recibí una corona mortuoria en la que entonces era mi casa. El remitente no era en absoluto anónimo: la envió el gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, luego de que publicara una extensa investigación sobre el funcionamiento del narcotráfico y otras ramas del crimen organizado en su estado. Llevaba la corona una tarjeta que decía, “siempre te leo, Mario”. Me limité a avisarle al general Enrique Cervantes, en esos años, secretario de la Defensa. Me dijo que no me preocupara, que las horas bajas de Villanueva eran ya inevitables. Unos meses después el gobernador estaba prófugo de la justicia.

Alguna vez recibí una corona mortuoria en la que entonces era mi casa. El remitente no era en absoluto anónimo: la envió el gobernador de Quintana Roo, Mario Villanueva Madrid, luego de que publicara una extensa investigación sobre el funcionamiento del narcotráfico y otras ramas del crimen organizado en su estado. Llevaba la corona una tarjeta que decía, “siempre te leo, Mario”. Me limité a avisarle al general Enrique Cervantes, en esos años, secretario de la Defensa. Me dijo que no me preocupara, que las horas bajas de Villanueva eran ya inevitables. Unos meses después el gobernador estaba prófugo de la justicia.

Recordé la anécdota porque dicen que los delincuentes le enviaron una corona a Graco Ramírez, el gobernador de Morelos que está decidido a recuperar la seguridad en un estado permeado más que profundamente por la delincuencia organizada, con policías que no cumplen con su responsabilidad y que suelen trabajar en muchos casos para los delincuentes. Morelos no es una excepción: existe un amplio corredor que comienza en Guerrero, pasa por Acapulco, se dirige a Morelos y desde allí a la ciudad de México, en donde se queda la droga o se redistribuye hacia otros lugares, que opera con eficiencia desde hace años: en el 2004 comenzó a ser tan evidente la operación de ese corredor como la lucha entre distintos grupos y pandillas para controlarlo. El control se dividía en dos ámbitos: por una parte el de la ruta en sí misma, importante para los grandes grupos delincuenciales. Para eso las pandillas locales se convertían en cómplices de esos grupos, y se le pagaba, se les paga con pequeños espacios para el narcomenudeo, la extorsión, el secuestro.

Ese fue el territorio privilegiado de los Beltrán Leyva, que lo heredaron desde la época en que vivieron en Cuernavaca Amado Carrillo Fuentes y Juan José El Azul Esparragoza con la complicidad de autoridades locales. Entonces los Beltrán eran los responsables de su seguridad. Llegaron los operadores y sicarios y la paz de Morelos se perdió. Desde el gobierno de Jorge Carrillo Olea hasta que asumió Graco Ramírez ningún gobernador, haya sido electo o sustituto, ha terminado su administración sin que alguno o varios de sus secretarios de seguridad haya terminado en la cárcel.

La continuación de la ruta de Morelos es, obviamente, Guerrero. Allí llega droga, allí se produce droga, allí se consume droga. El territorio es fértil y durante años fue también la tierra de los Beltrán Leyva que cambiaban de residencia entre Acapulco y Cuernavaca. En 2004 comenzó la guerra por el control del corredor y las plazas. El sexenio de Zeferino Torreblanca fue de absoluto abandono en términos de seguridad en Guerrero, y en Morelos, pese a las buenas intenciones de Marco Antonio Adame, los resultados fueron igual de lamentables.

Hoy ambos estados están optando por rutas distintas cuando tendrían que contar con una estrategia común porque enfrentan a sus mismos rivales. En Guerrero la situación se ve vulnerable, con muchos grupos operando y con pandillas que sobrepasan a las fuerzas de seguridad locales cuando éstas existen. Lo sucedido en Barra Vieja con un grupo de turistas españolas no sólo es gravísimo por el hecho en sí mismo, sino también porque los mismos eventos se venían repitiendo desde noviembre pasado y no había pasado nada. Barra Vieja y la playa Bonfil era, vale la pena recordarlo, la zona preferida para pasar largas temporadas, cuando controlaba esa plaza, por la Barbie. Allí los lugareños lo recuerdan paseando con sus cuatrimotos y sus sicarios por la playa sin que nadie lo molestara.

Si bien en Guerrero se reclama y existe una fuerte presencia sobre todo militar para tratar de garantizar la seguridad, la ausencia de policías locales es endémica. La existencia de grupos de autodefensa en lugar de fortalecer la seguridad la debilidad. El estado hace mal en fomentarlos, felicitarlos y tomarlos como interlocutores válidos, cuando ni siquiera se sabe de dónde salen sus armas.

En Morelos, Graco Ramírez está haciendo un esfuerzo enorme por reconstruir las policías. Ha logrado un paso importante al imponer el mando único policial en el estado, pese a amenazas, advertencias y el miedo de los presidentes municipales. La respuesta fue el atentado, realizado por los propios policías locales contra el procurador del estado, en el que fueron asesinados tres de sus custodias. Y le enviaron una corona de regalo al gobernador.

Los dos gobernadores son perredistas aunque provienen de orígenes muy distintos y creo que tienen buenas intenciones. Pero eso no alcanza: se requieren estrategias muy concretas, muy duras, menos verborragia y más acciones. Los dos están a tiempo, pero requieren apoyo y respaldo de la federación y ellos necesitan tener la mentalidad lo suficientemente abierta como para adecuarse a ella. Parecen estar en esa disposición.

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