Francisco I ¿hasta dónde los cambios?
Columna JFM

Francisco I ¿hasta dónde los cambios?

Se llama Jorge Mario Bergoglio, desde ayer es conocido como Francisco I. Nació en Argentina, donde es arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, es jesuita, antes de sacerdote fue técnico químico, se educó en su país natal, en Chile y en España. Ha trabajado en la Curia Romana en posiciones claves y estuvo muy cerca de alcanzar el pontificado cuando fue electo Joseph Ratzinger, su antecesor, Benedicto XVI.

Se llama Jorge Mario Bergoglio, desde ayer es conocido como Francisco I. Nació en Argentina, donde es arzobispo de la ciudad de Buenos Aires, es jesuita, antes de sacerdote fue técnico químico, se educó en su país natal, en Chile y en España. Ha trabajado en la Curia Romana en posiciones claves y estuvo muy cerca de alcanzar el pontificado cuando fue electo Joseph Ratzinger, su antecesor, Benedicto XVI.

El cardenal Bergoglio, ahora Francisco I es, como se ha dicho, un papa de transición, ya que cuenta con 77 años, pero es también un hombre que llena muchos de los requisitos que se buscaban en este cónclave cardenalicio: se lo conoce como un hombre austero y sencillo, con una muy sólida formación teológica, con experiencia dentro y fuera de la Curia romana, es jesuita, lo que marca una diferencia importante con los pontífices anteriores y no se le conocen situaciones conflictivas relacionadas con casos de abusos sexuales o incluso de las relaciones tan comprometidas que tuvieron sectores de la Iglesia argentina en los años de la dictadura militar. No es, ni mucho menos un hombre que se pudiera calificar como progresista, pero tampoco pertenece a los sectores más conservadores de la iglesia. Y muy probablemente es el hombre que el propio Benedicto XVI preferiría como su sucesor al frente de la Iglesia católica.

Francisco I puede asumir con ese bagaje muchos de los retos actuales del catolicismo, desde las complejas (y en muchos casos justificadamente sospechosamente manejadas) finanzas del Vaticano, hasta la limpieza que se debe terminar de hacer para acabar con los escándalos de pederastía. Y puede hacerlo con la energía que reclamaba su antecesor, porque al mismo tiempo conoce profundamente los manejos y equilibrios de la Curia.

La pregunta es si es suficiente. La adaptación de la iglesia católica a nuestros tiempos exige cambios mucho más profundos que no parece que nadie esté dispuesto a asumir. No deja de ser una demostración de ello que la elección del nuevo pontífice, en pleno siglo XXI, se realice en un cónclave cerrado en donde participan sólo 115 cardenales; que en la iglesia sigan estando tan excluidas las mujeres; que no se revisen normas que parecen tan lejanas  de la realidad como el celibato al que muchos estudiosos relacionan, aunque esa relación obviamente no sea directa, con los casos de abuso sexual que tanto daño han hecho a la propia iglesia.

No se podrá argumentar que estamos ante una institución de más de dos mil años de antigüedad que se ha regido y sigue haciéndolo por principios sólidos que se han mantenido a través de décadas. Es verdad, pero la propia Iglesia, cuando se analiza su historia, se comprueba que ha cambiado muchas veces cuando lo necesitó, cuando le fue necesario. Pero también que ha perdido peso e influencia cuando no lo ha hecho. ¿Puede realizar cambios tan radicales?. Posiblemente no, menos aún en el corto plazo, pero lo que no puede negar es el debate sobre esos temas que, desde el Concilio Vaticano II se han ido perdiendo por una rápido regreso a la ortodoxia. Entre los muchos análisis relacionados con el cónclave que concluyó ayer, se podían leer los que extrañaban los grandes debates de esos años, los grandes teólogos, más liberales o más conservadores de esos años (entre los cuales Ratzinger comenzó a ser una figura importante), pero debates que pusieron estos y varios otros temas claves sobre la mesa. Hoy, aunque están en el corazón de muchas de las preocupaciones que llevaron a la renuncia de Benedicto XVI y la búsqueda de una renovación en la Santa Sede, no parecen estar en el ánimo del debate.

No sé, sinceramente y fuera de los méritos que se le conocen a Bergoglio, hoy Francisco I, no creo que esos temas vuelven al primer plano pero en muchas ocasiones para poder permanecer y conservar hay que aceptar que se debe cambiar.

La Muralla IV

Estuvimos ayer en la más moderna de las plataformas petroleras que existen en México, la llamada Muralla IV, que está siendo terminada de preparar en el Golfo de México para entrar en operación en los próximos días. La plataforma, similar a la Bicentenario que está en operación hace ya casi dos años, está especializada en la exploración (podría servir también para la explotación) de yacimientos en aguas profundas. Es una plataforma construida y financiada por empresas privadas que es rentada por Pemex para realizar esas labores. Ello ha generado ya exitosos descubrimientos y es una demostración de cómo pueden trabajar juntos la empresa pública con las privadas, sin resignar nada de la soberanía petrolera y con resultados benéficos para todos. Construye realidades y destruye mitos.

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