Lo ocurrido en el bar Heaven implica, es inútil tratar de ocultarlo, una crisis de seguridad para el gobierno capitalino. El desafío quizás no pase tanto por los índices de seguridad sino por el terreno de las percepciones, aunado a una visión que no compartía, ante el tema, la urgencia de distintos sectores sociales. Pero es también, o parece serlo, una suerte de crisis provocada o impulsada por grupos que están interesados que el actual gobierno capitalino no pueda sobrellevar esta prueba.
Lo ocurrido en el bar Heaven implica, es inútil tratar de ocultarlo, una crisis de seguridad para el gobierno capitalino. El desafío quizás no pase tanto por los índices de seguridad sino por el terreno de las percepciones, aunado a una visión que no compartía, ante el tema, la urgencia de distintos sectores sociales. Pero es también, o parece serlo, una suerte de crisis provocada o impulsada por grupos que están interesados que el actual gobierno capitalino no pueda sobrellevar esta prueba.
En la vida y en la política muchas veces sobrevienen paradojas extrañas. Hace casi exactamente cinco años, el 20 de junio del 2008, doce personas, casi todos adolescentes, murieron en un fallido desalojo policial de una tardeada en el bar Heaven. Hace trece en un extraño incendio en el Bar Lobohombo murieron 22 personas. El operativo del News Divine parecía ser la continuación de una serie de acciones similares que se basaban en extorsionar a los padres de los jóvenes detenidos en diferentes eventos de estas características, en lugares que además funcionaban con precarias condiciones de seguridad y en el límite de la legalidad. Los hechos provocaron la caída de los entonces secretario de seguridad pública y del procurador del DF. También la de un connotado operador del bejaranismo en la Gustavo A. Madero, Francisco Ghíguil. La caída del procurador Rodolfo Félix Cárdenas y del secretario de seguridad, Joel Ortega Cuevas, permitió la llegada a la procuraduría del DF de Miguel Angel Mancera, cinco años después jefe de gobierno, y de Manuel Mondragón y Kalb, a la secretaria de seguridad pública local, ahora a cargo de esa misma área pero a nivel federal.
La crisis de seguridad se convirtió en una oportunidad para Marcelo Ebrard y para sus principales operadores en el área de seguridad, en forma muy destacada Mancera, de relanzar toda su estrategia y lograr un importantísimo avance en términos de percepción y aceptación ciudadana.
Ahora estamos ante otra crisis, pero que afecta, sobre todo, esa percepción de seguridad que se vive en la capital del país, misma que se ha debilitado por una serie de golpes que incluyen pero trascienden el caso del Heaven. Algunas precisiones en este sentido son importantes: primero, el problema, grave, del narcomenuedeo sin duda existe en el DF y tiene un peso inocultable. Las autoridades, antes y ahora, parecen haber subestimado el fenómeno, hasta que, como ha ocurrido en muchos otros lugares del país, la guerra entre los grupos delincuenciales, ha exhibido a las autoridades.
Segundo, esa guerra entre el viejo cártel de Tepito y el grupo de la Unión, implica que la misma se puede extender a varios otros puntos de la capital. Se deben tomar previsiones. Por eso mismo, los operativos especiales en Tepito o en la zona Rosa son importantes pero deben ser parte de una reingeniería urbana en esos mismos lugares. Porque con o sin operativo, los giros negros siguen funcionando, en general con la complicidad de las autoridades delegacionales.
Tercero, existe un proceso de contagio y avance de la violencia, que ha ido invadiendo la ciudad, proveniente de Guerrero, Michoacán, Morelos, que se ha asentado firmemente en el estado de México y sobre todo a los municipios suburbanos y que ha aterrizado en el DF, particularmente en delegaciones como la Cuauhtémoc, casualmente gobernada, como en el 2008 con el caso News Divine o en el 2000 con el Lobohombo, por delegados bejaranistas. Un bejaranismo que no estaba hace cinco años (ahora las cosas han cambiado) en buenas relaciones con el gobierno de Ebrard, y que hoy tampoco tiene una buena relación con Mancera.
Cuarto. Se insistió mucho en que los cambios operados en las áreas de seguridad pública no afectarían el desempeño del gobierno capitalino, pero lo cierto es que quizás no hubiera sido lo mejor quitar a Jesús Rodríguez Almeida de la procuraduría para que fuera a Seguridad Pública capitalina, colocando a un nuevo procurador como Rodolfo Ríos (un operador muy importante del propio Mancera) al tiempo que se debía reconstruir buena parte de la SSP local, ante la aceptación de Mondragón y Kalb de una posición federal. La impresión es que se debilitaron seguridad pública, la procuraduría y la operación política del jefe de gobierno aunque se hayan mantenido muchos de los mismos hombres de su confianza.
Quinto. El interés de muchos sectores internos que no quieren un jefe de gobierno fuerte y por ende un fortalecimiento de Mancera, combinado con las modificaciones a una estructura que funcionaba adecuadamente, todo ello adicionado con una realidad que fue subestimada, parecen haberse convertido en el caldo de cultivo de una crisis que no se debería dejar que siguiera evolucionando. La crisis es sinónimo también de oportunidad, y esta es una oportunidad para que el DF ataje grupos criminales, traiciones internas e intentos desestabilizadores.