Un embarazo dura nueve meses, pero al día siguiente, después del parto, todo cambia, se transforma, y esos nueves meses quedan atrás, casi en la anécdota, en las fotos. Hay que comenzar a vivir. A nueve meses de haber iniciado su administración, con motivo de su primer informe de gobierno, el presidente Peña Nieto tendrá que hacer un corte de caja de su gobierno, tendrá que comenzar a hacer vivir a su equipo, y lo tendrá que hacer en un momento en el cual está bajo una enorme presión: la de los maestros de la Coordinadora para echar para atrás la reforma educativa (y de paso calar al propio presidente y su gobierno); la de la necesidad de cumplir con su plan reformista para generar expectativas en la sociedad y en los inversionistas, en un momento en el cual los números económicos han sido francamente malos; la de dar resultados en la seguridad cotidiana de la población, que más allá de los éxitos en el golpe al crimen organizado sigue sufriendo secuestros y extorsiones; con la presión de los partidos políticos por permanecer o no en el Pacto y la demanda de una reforma política que podría ir más allá de sus propios deseos. Y la presión adicional de gobernar un país donde faltan infraestructura y empleos, y sobran pobres y abunda la marginalidad.
Un embarazo dura nueve meses, pero al día siguiente, después del parto, todo cambia, se transforma, y esos nueves meses quedan atrás, casi en la anécdota, en las fotos. Hay que comenzar a vivir. A nueve meses de haber iniciado su administración, con motivo de su primer informe de gobierno, el presidente Peña Nieto tendrá que hacer un corte de caja de su gobierno, tendrá que comenzar a hacer vivir a su equipo, y lo tendrá que hacer en un momento en el cual está bajo una enorme presión: la de los maestros de la Coordinadora para echar para atrás la reforma educativa (y de paso calar al propio presidente y su gobierno); la de la necesidad de cumplir con su plan reformista para generar expectativas en la sociedad y en los inversionistas, en un momento en el cual los números económicos han sido francamente malos; la de dar resultados en la seguridad cotidiana de la población, que más allá de los éxitos en el golpe al crimen organizado sigue sufriendo secuestros y extorsiones; con la presión de los partidos políticos por permanecer o no en el Pacto y la demanda de una reforma política que podría ir más allá de sus propios deseos. Y la presión adicional de gobernar un país donde faltan infraestructura y empleos, y sobran pobres y abunda la marginalidad.
La administración Peña ha tenido en estos nueve meses éxitos y fracasos. Los éxitos más notables se los ha anotado en el propio diseño de su forma de gobernar: logró presentar una agenda reformista con el acuerdo de los partidos, vía el Pacto que fue un acierto. En ese contexto se dieron reformas como la educativa y la de telecomunicaciones (que ahora tienen que concluirse con las leyes reglamentarias y la designación de consejeros de IFETEL y Competencia). Pese a la enorme tensión que se ha vivido en estos días por las actividades de la Coordinadora, lo cierto es que el ambiente político y social se ha distensionado y eso ha hecho más sencilla la búsqueda de acuerdos y el manejo de los disensos. Ese ambiente se palpa sobre todo en la relación del gobierno federal con los gobernadores y los partidos.
También el funcionamiento de sus equipo, la coordinación interna sobre todo en el área de seguridad, ha tenido un reconocimiento generalizado. Haber reincorporado las áreas de seguridad a Gobernación ha sido un paso importante en ese sentido. Eso ha permitido dar golpes certeros contra distintos capos. Pero ahora en términos de seguridad se requiere avanzar en lo que con razón el propio presidente Peña señalaba como lo más preocupante al inicio de su mandato: la seguridad cotidiana de la gente, sobre todo la lucha contra el secuestro y la extorsión.
Hay carencias, sin embargo, en el propio funcionamiento del equipo gubernamental. Salvo unas pocas figuras (Osorio, Videgaray, Nuño, Mondragón, Robles, el general Cienfuegos, el almirante Soberón), una buena parte del gabinete no aparece. La ausencia, por la razón que sea, de Emilio Chuayffet en el conflicto magisterial es muy significativa y así está buena parte del gabinete. Hay secretarios cuya operación sencillamente no se percibe. El propio presidente Peña ha estado en multitud de actos y eventos pero, hasta ahora, prácticamente no ha dado entrevista y no sería nada malo percibir a un presidente actuando más en corto en esos ámbitos.
La economía no ha tenido buenos resultados. Todos los números están por debajo del año pasado. Es verdad que el entorno no ha ayudado, pero según los empresarios hubo retrasos en el ejercicio presupuestal que influyeron en esa caída del PIB, con todas sus consecuencias paralelas. También ha habido, en ese sentido, una enorme apuesta política y de expectativas en la aprobación de las reformas estructurales que ciertamente pueden revitalizar la economía (hay quienes dicen, con razón, que los resultados de esas reformas se verán en el mediano o largo plazo, pero también es verdad que aprobadas las mismas la confianza y las expectativas económicas se modifican). Es mucho lo que está en juego en ese sentido.
La distancia entre el sentimiento de la población y sus expectativas son claros en las encuestas. Según la última encuesta nacional en vivienda de Parametría, levantada antes de el movimiento de la CNTE, el 49 por ciento de las personas creían que en los últimos 12 meses su situación económica personal había empeorado, pero casi ese mismo porcentaje, un 45 por ciento, confiaba en que su situación personal mejorará en los 12 meses siguientes. Cuando se pregunta sobre la situación económica del país, el 54 por ciento cree que ha empeorado en el último año, pero un 41 por ciento cree que mejorará en el año próximo. Ese es el margen de expectativas reales de la administración Peña Nieto para el futuro inmediato. Es la ventana de oportunidad que no puede perder en la etapa que se abre a partir de su informe.