Un año, el primero, de la administración Peña que se debe evaluar por resultados pero también por perspectivas. Por su forma de entender y ejercer el poder pero también por la forma en que el poder cambia, modifica a sus protagonistas. Tres ejes deben ser evaluados para tratar de comprender cómo estamos: la economía, la seguridad y la gobernabilidad, con un cuarto, transversal que los cruza a todos ellos: el estilo personal de gobernar del propio presidente Peña.
Un año, el primero, de la administración Peña que se debe evaluar por resultados pero también por perspectivas. Por su forma de entender y ejercer el poder pero también por la forma en que el poder cambia, modifica a sus protagonistas. Tres ejes deben ser evaluados para tratar de comprender cómo estamos: la economía, la seguridad y la gobernabilidad, con un cuarto, transversal que los cruza a todos ellos: el estilo personal de gobernar del propio presidente Peña.
Comencemos con un punto que ha puesto sobre la mesa el propio presidente en sus última apariciones públicas: este año no ha sido de logros, ha sido un año de sembrar, aún asumiendo costos, para cosechar en los cinco años siguientes. Aceptemos esa premisa como base para el análisis y comencemos con la economía.
En términos económicos este ha sido un mal año. No lo fue necesariamente por la herencia recibida. Si la tasa de crecimiento cayó de 3.5 a menos de uno por ciento, no fue porque la economía se dejó mal o pegada con alfileres, o con una deuda impagable, como se dijo, por ejemplo, en 1995. Tampoco exclusivamente por el entorno internacional: Estados Unidos creció este año más del doble que México y las exportaciones en muchos ámbitos tuvieron un muy buen desempeño. Lo que no funcionó fue el mercado interno y eso se reflejó en las tasas de inflación, creación de empleos, consumo, crecimiento. Hay dos motores que se estancaron: la construcción y la obra pública. Durante largos meses hubo un subejercicio presupuestal que tuvo costos económicos altos. Pudo ser causado por errores de operación, o por una decisión política para recuperar el control presupuestal y hacendario revisando programas y gasto. Quizás, como también se dijo, porque no hubo recursos suficientes. Pero lo cierto es que todo eso repercutió en el bolsillo, en el inicio de una administración cuyas mayores expectativas se generaban en exactamente lo contrario: en que económicamente iba a mejorar la calidad de vida de la gente.
La caída en los niveles de aceptación del presidente, están directamente ligados a este punto, a esa carencia. En esa misma lógica los programas sociales también sirvieron como un paliativo suficiente: más allá de su diseño, en general acertado, lo cierto es que durante más de medio año no se pudieron instrumentar o trabajaron a media máquina porque se decidió no contaminar con ellos las elecciones o la relación con los partidos en el Pacto. El costo que se pagó por ello también fue alto, porque los mismos comenzaron a tomar su verdadera expresión apenas después de los huracanes, sin terminar de consolidarse aún en todo el territorio nacional.
En el terreno legislativo, se aprobaron las leyes de telecomunicaciones, las reformas financieras, las de transparencia (que deberían influir en el desempeño económico también) y se pagaron costos altos por una reforma fiscal mediante la cual el gobierno federal espera recaudar un 14 por ciento más en el 2014, para tener recursos para desplegar, sobre todo, sus programas de infraestructura. Con todo, en estas reformas, sobre todo en telecomunicaciones, faltan y son fundamentales las leyes secundarias, que se tendrían que aprobar, para telecomunicaciones, antes del 9 de diciembre próximo, una meta que muy difícilmente se cumplirá. Hasta que las normas sean claras, hasta que exista plena seguridad jurídica, será cuando llegarán las enormes inversiones que se pueden esperar en el sector.
Y todo esto tendría que coronarse con la reforma energética. En el inconsciente colectivo de la política nacional, la idea es que todo lo que se ha sacrificado en estos meses, más allá de errores o aciertos puntuales, está relacionado con la decisión de sacar esa reforma antes de que concluya el año, para cerrar así el ciclo de reformas estructurales (la siembra de la que habla el presidente Peña) y comenzar con una nueva base y nuevos programas el año próximo.
Desde esta perspectiva, probablemente en ningún ámbito como en el económico el costo de sembrar ha sido tan alto en este primer año y habrá que esperar, por lo tanto, la propia situación lo obliga, una cosecha abundante en el futuro inmediato. “¡Es la economía, estúpido!”, rezaba aquel slogan de campaña de Bill Clinton que le permitió ganar las elecciones y la verdad es que sigue siendo la economía la que define las cosas. Ningún plan de gobierno puede tener éxito si la gente no percibe que su economía y bienestar personal mejoran. Con un agregado: no sólo es imprescindible contar con mayores y mejores ingresos y puestos de trabajo suficientes, sino también con una política de seguridad que impida que el secuestro, la extorsión y el robo haga desaparecer esos beneficios. Mañana hablaremos de la seguridad y la gobernabilidad del primer año del presidente Peña Nieto.