En 2015 se estima que Estados Unidos será autosuficiente en su consumo energético y exportar crudo. Una reforma iniciada apenas cuando comenzaba la administración Obama le permitió a Estados Unidos desarrollar una intensiva producción de gas shell (de lutita es el término correcto en español) que ha revolucionado el consumo de energía en ese país. Esos enormes depósitos colindan con México. Mientras del otro lado de la frontera hay miles de pozos siendo explotados, del lado mexicano apenas hay un puñado.
En 2015 se estima que Estados Unidos será autosuficiente en su consumo energético y exportar crudo. Una reforma iniciada apenas cuando comenzaba la administración Obama le permitió a Estados Unidos desarrollar una intensiva producción de gas shell (de lutita es el término correcto en español) que ha revolucionado el consumo de energía en ese país. Esos enormes depósitos colindan con México. Mientras del otro lado de la frontera hay miles de pozos siendo explotados, del lado mexicano apenas hay un puñado. Los yacimientos de gas que han cambiado completamente muchos aspectos de la vida económica (e incluso política de Estados Unidos, porque desde la segunda guerra mundial el tema de la dependencia energética marcó muchas de sus decisiones en el mundo), en México, hasta hoy, simplemente no los utilizamos.
Casi ahí mismo, siguiendo la frontera marítima de Texas y Tamaulipas, tenemos grandes reservas de crudo en el golfo de México. Son yacimientos que están a miles de metros de profundidad y que requieren tecnologías muy especializadas para ser explotados, además de un trabajo de exploración y preparación que puede tomar años en cada uno de esos pozos. Se necesitan, por lo tanto, miles de millones de dólares para explotar esa riqueza y se corren riesgos financieros muy altos, pero lo pueden recompensar grandes utilidades.
Apenas hace un mes recordábamos aquí el caso de OGX, la empresa petrolera del conglomerado más importante de Brasil, muy impulsado durante el gobierno de Lula da Silva, una empresa de Eike Batista, hasta hace poco considerado el séptimo hombre más rico del mundo, dueño de un enorme imperio industrial, concentrado sobre todo en la explotación minera y petrolera. Todo ese imperio, este año, súbitamente se deshizo. ¿Por qué quebraron las empresas de este hombre que aspiraba públicamente a superar entre los más ricos del mundo a Carlos Slim?. Porque, luego de participar en la industria petrolera local y para incentivar a empresas nacionales (y cercanas al gobierno), recibió los permisos para la explotación de grandes yacimientos de aguas profundas. Invirtió en la exploración de pozos cinco mil millones de dólares, pero no logró hacerlos producir. Esa pérdida pero sobre todo el no lograr hacer producir sus pozos, actuó como un efecto dominó sobre toda su estructura empresarial y en noviembre llevaba perdidos más de 30 mil millones de dólares, en sólo 18 meses.
Ese es el riesgo de las grandes inversiones en ese tipo de yacimientos. Inversiones que se tienen que hacer con la tecnología adecuada (me tocó hablar con Batista en Brasil hace un par de años e insistía en que ellos podían realizar esa labor con su propia tecnología, sin recurrir a trasnacionales) y arriesgando millones. El Estado, sea quien sea quien gobierne, no puede hacer inversiones de esa magnitud y equivocarse. Debe hacerlo, decíamos aquí hace un mes, asociado con particulares que tengan el conocimiento y sobre todo la tecnología y los recursos para tomar esos riegos. La historia del mayor fracaso empresarial en la historia de Brasil lo confirma. El éxito de Gran Bretaña y Noruega también.
Por eso no se explotan los yacimientos en el Golfo de México. Mientras que del otro lado de la frontera marítima, Estados Unidos tiene miles de pozos operando, Pemex tiene una presencia ínfima, marginal. Y no es que no explote Pemex esos yacimientos por ignorancia o por falta de capacidad. Lo hace porque no hay recursos para hacerlo. Una empresa puede quebrar, un Estado no. No puede invertir miles de millones de dólares en empresas de alto riesgo y perder todo.
Será la explotación de esos pozos los que dispararán la renta petrolera del país. Como explicaba muy bien Carlos Elizondo esta semana el tema es sencillo: la renta petrolera surge de la diferencia del costo de extraer el petróleo y el precio de su venta en el mercado, menos el margen de utilidad que le corresponde al productor, quien sea. Esa es la renta que crecerá cuando inversores privados puedan explotar esos pozos y esa es la renta que se reduce día con día si Pemex (en realidad el Estado mexicano) tiene que invertir todos sus recursos en un negocio de alto riesgo, cuando tiene otras actividades que realizar y regular que pueden ser muy rentables. Quien diga que con la participación privada en la explotación la renta petrolera se reduce o se “privatiza” está mintiendo.
Posibilitar la explotación de esos yacimientos (y hablamos tanto de gas lutita como de petróleo, porque ambos son claves para el futuro), es el corazón del dictamen de la reforma energética que se está discutiendo en el senado al momento de escribir estas líneas. Una reforma que afortunadamente (porque la hace más atractiva) parece que irá un poco más allá de la propuesta originalmente por el ejecutivo y que servirá, si todo sale bien en el congreso, como una formidable palanca de desarrollo para el futuro.