Comenzamos este 2014, año de Mundial de Futbol y casi sin elecciones, con una carta de intenciones políticas y sociales siempre en aumento pero también constatando lo que lo que no ocurrió ni a finales del 2013 ni en la escasa semana que llevamos de este año muestran un país estable pero también que necesita que le ocurran cosas. Previsiones que se proporcionaron con enorme soltura pero que no se confirmaron y que muestran que la realidad del país es más compleja, pero en un plano también más fácil de determinar, que lo que algunos suponen.
Comenzamos este 2014, año de Mundial de Futbol y casi sin elecciones, con una carta de intenciones políticas y sociales siempre en aumento pero también constatando lo que lo que no ocurrió ni a finales del 2013 ni en la escasa semana que llevamos de este año muestran un país estable pero también que necesita que le ocurran cosas. Previsiones que se proporcionaron con enorme soltura pero que no se confirmaron y que muestran que la realidad del país es más compleja, pero en un plano también más fácil de determinar, que lo que algunos suponen.
Lo primero que no ocurrió fue la crisis social por la reforma energética. No sólo no hubo crisis: no pasó nada significativo. Los bloqueos fueron un fracaso; López Obrador no sabemos si tuvo una crisis de salud espontánea o programada (más allá de eso se anuncia que hoy regresará con un discurso ante militantes de Morena); las marchas, los contingentes, la indignación popular no se presentaron en ningún momento por las reformas y tuvo más costos la fiscal que la energética. Queda ahora en manos de quienes impulsaron esa reforma energética, la más importante en décadas en el país, sobre todo para el gobierno federal, operar, con certidumbre, para sacar rápidamente las leyes secundarias y tratar de convertir las reformas constitucionales en hechos. Más allá de las grandes inversiones que se preveen tiene que haber un beneficio para la gente: se ha dicho y publicitado que con la reforma disminuirá el costo de la energía eléctrica, por ejemplo. Si se quiere ganar confianza esa será una de las cosas que sí tendrán que suceder en el 2014.
Tampoco hubo levantamientos armados, ni por la reforma energética ni por los 20 años del inicio del movimiento zapatista. Los grupos armados operan en distintos lugares del país pero no terminan de consolidarse como una verdadera fuerza social. Su mayor apuesta está en Guerrero, con algunas de las organizaciones de autodefensa, claramente relacionadas con ellos. Operan también dentro de los distintos grupos de la Coordinadora, como lo puso de manifiesto el desbaratamiento de la banda que secuetró a los niños Alvarez Banfield en Oaxaca, y se reitera con muchas acciones que no son reconocidas por esos grupos pero que por la forma en que se llevan a cabo queda la fuerte sospecha que tienen un fin más político que simplemente delincuencial.
Pero no les alcanza para el levantamiento que algunos auguran. En el caso del zapatismo, lo único cierto a 20 años de su develamiento público es que las zonas que han quedado bajo su control desde los acuerdos de San Andrés, siguen estando en la miseria y la marginación. Dicen Manuel Camacho que sólo se le ha dado aspirinas a Chiapas y a las zonas zapatistas en estas dos décadas. Quien sabe, lo cierto es que allí se destinaron miles y miles de millones de dólares y que de esos 20 años, por lo menos dos gobiernos consecutivos en el estado fueron de grupos políticos que se supone simpatizaban con el zapatismo, que a nivel federal llegaron hasta a realizar una gira nacional que incluyó un largísimo rollo de Marcos ante San Lázaro y que en por lo menos 15 de estos 20 años prácticamente nadie los ha molestado. Y no ha pasado nada: ahí siguen la pobreza, la marginación y las comunidades, dentro de esa misma zona de influencia, más divididas que nunca. No hubo en el inicio de este 2014 levantamiento alguno, ni social ni armado.
Tampoco se han dado los cambios, que muchos pensábamos como viables y necesarios, en el equipo del presidente Peña, por lo menos no en esta primera semana. Nadie, salvo el propio presidente, puede saber si se darán en los próximos días. Pero más allá de realizar las evaluaciones que obviamente son necesarias, pareciera que el presidente está satisfecho con la marcha de su gobierno. Un dato duro es clave: con aciertos y errores, teniendo que corregir o rectificar sobre la marcha, lo cierto es que el gobierno federal sacó este año su agenda casi completa, aunque ello le haya generado costos en el ámbito de la seguridad (incluyendo las acciones violentas de distintos grupos como la Coordinadora o de las autodefensas, además obviamente de las organizaciones criminales) y sobre todo de la economía, con un crecimiento raquítico y una reforma fiscal que en las últimas horas del 2013 fue atemperada, no lo suficiente, por el propio ejecutivo.
Pero 2014, en ello ha insistido el presidente Peña, debe ser un año de cosechar. Y no siempre quienes logran sembrar están capacitados o son los más adecuados para recolectar y hacer rendir los frutos a lo sembrado. Más temprano o más tarde el equipo del presidente Peña tendrá que tener cambios y ajustes porque hay piezas que han funcionado eficientemente y otras que, lisa y llanamente no se sabe si existen.