2-07-2014 Sesenta mil niños detenidos por autoridades estadounidenses en nueve meses, porque han cruzado ilegalmente la frontera solos, es, sin duda, la antesala de una crisis humanitaria que puede prolongarse en el tiempo y trastornar muchos capítulos de la vida política en la Unión Americana y en la relación de este país con México y las naciones de Centroamérica.
Pero no nos engañemos, esta es una crisis que tuvo muchos avisos previos y que, además, es consecuencia de desencuentros que son más profundos de lo que parecen. En primer lugar está la situación que viven los países centroamericanos, en particular Guatemala, Honduras y El Salvador, de donde provienen la mayoría de estos niños que se trasladan sin padres ni familiares, cruzan México y esperan llegar a Estados Unidos.
La crisis económica del 2008 no cesa para esas naciones que a su compleja situación económica suman una galopante inseguridad. En Honduras, grupos ligados a las Maras extorsionan a la gente obligándola a dejar sus hogares y propiedades para quedarse con ellas. Esas familias, en muchos casos mujeres solas con sus hijos, abandonan el país y tratan de llegar a Estados Unidos en condiciones terribles. En ocasiones, los niños son enviados sin acompañantes una vez que su madre o su padre lograron cruzar la frontera.
¿Por qué el enorme flujo de niños solos?. Por varias razones, una de ellas es que desde fines del gobierno de Bush Jr. está vigente una orden ejecutiva que ordena que salvo los menores que son detenidos provenientes de México o Canadá (que son automáticamente deportados), los demás no pueden ser enviados a sus países de origen previendo que pueden venir de situaciones humanitarias graves. Eso es lo que le da la esperanza a muchos padres de las naciones centroamericanas de que sus hijos si son detenidos, se podrán quedar en la Unión Americana.
También hay una gran responsabilidad de los propios Estados Unidos: primero, porque al haberse reforzado la frontera sin dar un solo paso para sacar adelante la reforma migratoria, se estranguló la posibilidad de que los trabajadores migrantes que están sin papeles regresen, aunque sea temporalmente, a sus naciones de origen a ver a sus familias, o se les coloca ante el riesgo de perder su status cuando hipotéticamente se apruebe la reforma. Y buscan entonces la reunificación familiar de la forma que sea.
El segundo aspecto es la propia política interna estadounidense: la administración Obama no ha podido sacar la reforma migratoria por la necedad republicana en el congreso, pero también ambos, la Casa Blanca y los republicanos (tanto en el Congreso como en los estados que gobiernan sobre todo en el sur del país) han tratado de estirar la liga al máximo en el tema migratorio por razones eminentemente electorales. Apenas anteayer, ante una nueva negativa legislativa, el presidente Obama decidió actuar por decreto ante una situación que se está saliendo de las manos y que lo lastima administrativa y políticamente, porque habiendo sido favorecido por el voto de los migrantes, sobre todo en su reelección, hasta ahora, más allá de las buenas intenciones y promesas, lo cierto es que lo que se ha cosechado han sido dos millones de deportados y una frontera mucho más dura para los migrantes (que no para las armas o las drogas).
México también tiene responsabilidad. Por una parte nuestra frontera sur no tiene control alguno y esa será una situación que generará una crisis humanitaria pero sobre todo en Chiapas, con costos sociales y políticos altos, que hasta ahora se ha evitado, pero que más temprano o más tarde se presentará en forma ineludible. Pero también porque pese a la estrecha relación que se tiene en muchos temas de seguridad con Estados Unidos, pese a la enorme relación comercial y económica, no hemos logrado, ni antes ni ahora, imponer presión en la política interior estadounidense para una agenda que sea mucho más sensata en la frontera común.
No estamos hablando de una libertad de tránsito similar al de las mercancías, pero por lo menos de algo de sensatez y sentido común. Todos sabemos las dificultades que se presentan en seguridad en Tamaulipas, pero lo que se sabe mucho menos es que al gobernador Egidio Torre las autoridades estadounidenses le envían, semana con semana, miles de deportados. El último año fueron 150 mil, que se abandonan en los puentes internacionales sin dar, siquiera, un aviso previo. Y es algo que no se ha podido solucionar a través de los años. Como tampoco la presencia de cárteles y jefes de los mismos, operando en California, Texas y Arizona, mientras las autoridades de esos estados miran para otro lado.
En el tema fronterizo es realmente muy poco lo que se ha avanzado. Y de esta crisis humanitaria, que es global y que afecta a toda la región son responsables Estados Unidos, las naciones centroamericanas y también México. Y sin una solución que abarque en la mayor medida posible a todos los actores, no habrá salida de la crisis.
Jorge Fernández Menéndez