Pablo Salazar Mendiguchía asumió el gobierno de Chiapas junto con Emilio Zebadúa en la Secretaría de Gobierno y Mariano Herrán en la Procuraduría de Justicia del Estado. Por otro lado el ex gobernador Roberto Albores Guillén veía derrumbares un proyecto sin comprender claramente qué había sucedido. El discurso de Mario Culebro resultó tan bochornoso y anticlimático como la “visita nocturna” de Eduardo Andrade a los estudios de Televisa. Vicente Fox pudo comprobar en las calles de Tuxtla, como se mantiene la foximanía y su alto nivel de popularidad.
El viernes en Tuxtla Gutiérrez vimos dos rostros, dos escenarios de la realidad política nacional. Por una parte, Pablo Salazar Menduguchia asumía el poder, el gobierno de Chiapas, con el apoyo de una amplia coalición opositora que no excluía a muchos sectores provenientes del PRI, como el propio Salazar. Allí estaban reunidos, en la toma de protesta, buena parte de los principales dirigentes opositores de verdad y de ocasión de la reciente historia política del país. En ese marco, Pablo Salazar presentó un gabinete donde las dos principales carteras no fueron para ningún dirigente opositor: la secretaría de gobierno fue para un intelectual independiente como Emilio Zebadúa y la estratégica (sobre todo en la lógica que le dará Salazar a su administración) procuraduría de justicia del estado, quedó en manos del priísta moderado y ex fiscal antidrogas, Mariano Herrán Salvatti. Ese era uno de los rostros, de los escenarios: el de un triunfo electoral inédito que busca asumirse, incluso en sus errores, con madurez, mesura y amplitud.
El otro era el del ex gobernador Roberto Albores Guillén: era el rostro del fracaso personal y, sobre todo, de un proyecto, que veía derrumbarse sin comprender claramente qué había sucedido. El escenario de la derrota fue magnificado por un error inconcebible: la mayoría legislativa en el Congreso local que se renovará hasta dentro de un año, está en manos del PRI. Por acuerdo del congreso se estipuló que habría, en un hecho insólito en una toma de protesta de un gobernador, una respuesta del Congreso al discurso del nuevo mandatario. El encargado de ese discurso inútil fue el diputado local Mario Culebro: le fue fatal, nunca me había tocado escuchar semejante silbatina y rechazo en un acto de estas característas. Es verdad que nunca antes había presenciado tal torpeza política de parte de una administración saliente que, en el momento y el escenario menos oportuno, quiere recordarle a sus sucesores, de la forma más absurda, que todavía tiene instrumentos de poder en sus manos. Los hombre serios de la oposición estaban entre sorprendidos y divertidos por la torpeza del equipo saliente. Los hombres serios del PRI no podían comprender cómo se había decidido hacer el ridículo de esa forma. En términos locales el discurso de Mario Culebro resultó tan bochornoso y anticlimático como la “visita nocturna” de Eduardo Andrade a los estudios de Televisa el viernes primero. Son los síntomas, los estertores de un tipo de PRI, de una parte del ex partido oficial que se resiste a morir: será tarea de los priístas acabar con ella y regenerarse si quieren encontrar un futuro propio y común.
Pero el rostro del futuro, por lo pronto, estaba, en Chiapas, en Pablo Salazar y en un Vicente Fox que pudo comprobar, en las calles de Tuxtla, como se mantiene la foximanía y su alto nivel de popularidad. Ese futuro, en el caso del estado del sureste no está excento de muchos riesgos. El gobernador Salazar pronunció un buen discurso, marcado por la razón y por la emotividad sin poder abandonar, como le sucedió en su momento al propio Fox, plenamente el tono de campaña opositora, sin terminar de asumirse plenamente como jefe de gobierno.
El discurso se movió en esa contradicción: por una parte, un enorme acierto al colocar el eje de la política gubernamental en Chiapas en un punto, la justicia, entendida ésta como la justicia a secas, pero también la justicia social, la política, la económica, la cultural. Pero para avanzar en todos esos ámbitos se requiere partir de un punto: que la procuración e impartición de justicia sea oportuna, transparente y que rompa con la corrupción. Se dice fácil pero en Chiapas esa será una tarea titánica. El otro punto muy importante en la presentación de Salazar fue el insistir en algo que en varias oportunidades hemos abordado en este espacio: el día de mañana podría firmarse un acuerdo de paz en Chiapas entre el EZLN y el gobierno federal, pero no habrá paz real mientras ésta no llegue a las comunidades que hoy están armadas, polarizadas, enfrentadas entre sí y dentro de sí, por razones políticas, sociales y religiosas: todos los actores políticos de la entidad en el pasado han acicateado esa polarización y enfrentamiento para tratar de sacar partida de él. La comprensión del nuevo gobierno chiapaneco de que allí está la única salida real posible al conflicto es definitiva para que pueda tener éxito en su misión. Salazar habló una y otra vez de reconciliación, pero, allí con el acierto, estuvo el único error conceptual y de presentación de su discurso.
El nuevo gobernador fue muy enfático en legitimar el levantamiento zapatista de enero del 94. Sin duda, había y hay causas sociales, políticas y económicas que pudieran justificarlo, aunque si se mantiene la coherencia de defender las vías políticas para luchar por las causas justas aún en contra de la violencia, ciertos aspectos de ese levantamiento tendrían que ser matizados. Porque ese levantamiento no fue ni espontáneo ni regido por causas estrictamente locales. Hubo una declaración de guerra al Estado y al ejército mexicano que aún no se ha retirado y el gobernador puede, con toda lógica -así debía hacerlo para consolidar su posición y demostrar su capacidad y voluntad de interlocución- tender la mano al zapatismo y a sus bases pero lo que no puede es olvidar que su respaldo, en última instancia, provendrá de las propias instituciones que hoy encabeza y de las que era y es parte. Hubo, para muchos sectores, como el ejército mexicano o para los sectores no zapatistas de la entidad, rudeza innecesaria en la discurso de Salazar en esos aspectos, lo que resultó contradictorio con el espíritu del mismo, centrado en la justicia y la reconciliación en las comunidades. Le faltó, en esta misma lógica otro componente: no hubo llamados reales a la iniciativa privada, a los inversionistas, al apoyo del capital privado para levantar el estado. Porque Chiapas no saldrá del atraso y la injusticia sólo por la labor gubernamental, sea quien sea quien encabece el gobierno: requiere ser incluida en los proyectos de desarrollo y para eso el estado y su gobierno deben garantizar equidad ante la ley, gobernabilidad y certeza jurídica. Hoy en buena parte de Chiapas eso no existe y mientras tanto no habrá inversiones privadas importantes y sin ellas nunca la labor del poder será suficiente para crear las condiciones de bienestar que la sociedad chiapaneca requiere. Es contradictorio porque Salazar y sobre todo Vicente Fox tienen esto último muy claro y en torno a ello girarán muchas de las estrategias chiapanecas que se darán a conocer en enero próximo.
Pablo Salazar tendrá que dejar de lado, olvidarse de la campaña (lo hizo con muchos aciertos en la designación de su gabinete y en el sentido profundo de su mensaje) y apostar todo a su perfil de hombre de Estado. La situación en Chiapas, pese a las enormes expectativas que han generado Fox y Salazar, no es sencilla: a pesar de los gestos realizados, como el movimiento de ciertos retenes de control militar (no hay y no habrá un retiro militar unilateral como lo están reclamando algunos sectores prozapatistas, porque la decisión gubernamental, asentada en los últimos días, es que no se repetirán los errores de la negociación de paz del gobierno colombiano con las FARC), no ha habido, hasta ahora, ningún intento de contacto del zapatismo con el nuevo gobierno, ni con el comisionado Luis H. Alvarez; la legislatura local que tiene mayoría priísta, sigue demostrando que no le hará el camino sencillo a Salazar; en el ámbito federal los diputados y senadores no están demasiado convencidos de votar sin modificaciones la iniciativa de ley sobre derechos y cultura indígena que ya envió la presidencia de la república. En Los Pinos existe plena confianza de que, pese a todo, y quizás con algunas modificaciones, la ley será aprobada y también que es la hora de consolidar las posiciones con una fuerte campaña nacional e internacional para presentar la nueva realidad chiapaneca. En última instancia, el presidente Fox quiere jugar, sobre todo en el futuro inmediato, tanto en el tema Chiapas como en muchos otros, con la carta de la legitimidad y las expectativas. Ahí están su desafío y sus posibilidades.