Desde el viernes 1 de diciembre inició una nueva etapa de la transición democrática en el país. Fox ganó, pero la sociedad no le dio la suma del poder público, ni siquiera la mayoría legislativa para el ejercicio del poder. El PRI no tuvo la presidencia pero conservó las primeras minorías en las Cámaras de Diputados y Senadores y mantiene una veintena de gubernaturas. Al PRD le fue mal, retrocedió claramente respecto a 1997 y a duras penas conservó el DF.
El viernes primero, inició un nuevo régimen político en nuestro país. No sólo cambió un gobierno, se renovó un sexenio, sino, como se ha dicho hasta la saciedad en los últimos días, inició un nuevo régimen político. Es verdad, pero también lo es que si bien la transición mexicana es antigua y comenzó con la reforma de Jesús Reyes Heroles en 1979 y ha pasado un largo periodo de cambios, reformas y avances que concluyeron con el proceso electoral del pasado 2 de julio, en realidad, ahora, desde el viernes primero, inició una nueva etapa de la transición democrática. De la reforma de Reyes Heroles hasta hoy se cumplió un ciclo, a partir de la toma de posesión de Fox se abre uno nuevo donde, podemos comprobar con transparencia, cómo quedan innumerables aspectos por avanzar antes de poder presumir de que somos una auténtica democracia.
Partamos de un punto: Vicente Fox ganó la presidencia de la república apoyado en su partido, el PAN, y con una alianza coyuntural con otros actores políticos como el partido verde, de Jorge González Torres o la corriente nueva república, de Porfirio Muñoz Ledo, pero en realidad, su triunfo fue el resultado de una fuerte corriente social, de un movimiento social que trascendió partidos y personalidades y que, en realidad funcionó como una suerte de plebiscito a favor o en contra de la permanencia del PRI en el poder. Ganó, eso es evidente, Fox, pero como él mismo ha reconocido una y otra vez, la sociedad no le dio la suma del poder público, ni siquiera la mayoría legislativa para el ejercicio del poder. El PRI no tuvo la presidencia pero conservó las primeras minorías en las cámaras de diputados y senadores y mantiene una veintena de gubernaturas y prácticamente dos tercios de los municipios del país. Al PRD el 2 de julio le fue realmente mal, no levantó sus índices históricos sino que incluso quedó en el mismo nivel que en 1994, retrocedió claramente respecto a 1997 y a duras penas conservó el gobierno del Distrito Federal.
Mientras tanto, el PAN no parece entender aún cuál es su nuevo papel: en qué medida es el partido en el poder, en qué medida el que ganó fue Fox y no el panismo, en qué medida debe conservar una sana distancia o apostar todo a su hijo pródigo que hace poco calificaba como desobediente.
La mejor demostración de que la transición real apenas comienza es analizar, precisamente, la situación que guardan los partidos políticos que, apenas y con enormes esfuerzos, están tratando de encontrar su verdadero destino. Y ninguno de ellos parece tener claro hacia dónde dirigirse.
En el caso del PAN evidentemente hay fiesta, pero también incertidumbre. La verdad es que los panistas no esperaban llegar de esta forma y con un candidato como Fox al poder (sin comprender quizás, que la única forma de derrotar al priísmo podía darse a través de un hombre como Fox, con una formación ideológica que le permitiera, por igual, cobijar tras su candidatura a hombres y mujeres de izquierda como de derecha, incluyendo a numerosos priístas: no deja de ser notable que el voto presidencial por Fox el dos de julio fue el único que superó a los candidatos priístas, pues a nivel legislativo el partido oficial, pese a todo, estuvo por encima de la alianza por el cambio: en otras palabras, la gente votó más por Fox que por su partido y su alianza). El PAN, por lo tanto, con la tranquilidad y en su caso la novedad, que da el ser parte sustancial del poder real, debe iniciar una profunda reforma en la cual, el eje está puesto solo en un punto: ¿debe incorporar a su seno a las fuerzas que acompañan a Fox y que en muchos sentidos lo superan en número y en recursos aunque su orientación ideológica en poco se identifique con el panismo doctrinario, o debe preservar una cierta distancia con el foxismo que le permita preservar su identidad e historia aunque ello implique tener una parte del poder pero no todo el poder?.
La respuesta no es tan sencilla como parece. De que se responda en uno u otro sentido dependerá, por ejemplo, cuál será el perfil que tenga el candidato blanquiazul en el 2006, o quiénes serán los integrantes de la próxima legislatura en el 2003. Por lo pronto, el resultado en Jalisco le confirmó al PAN que, primero, no puede confiarse demasiado, que no tiene una carta en blanco extendida en su favor, y segundo, que no cualquier candidato resulta ganador en forma automática. En Jalisco se confiaron, dejaron de hacer campaña, Francisco Ramírez Acuña y el PAN pensaron que tenían ganada en forma automática la elección y por poco sufren una muy desagradable sorpresa. Todos los partidos tendrían que comprender que nada está ganado o perdido para siempre.
Pero si la situación del PAN es compleja, la del PRD está marcada por la crisis. El dos de julio fue un tremendo golpe para el perredismo, apenas amortiguado por el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en el DF, pese al notable retroceso que el perredismo tuvo respecto a 1997 en la capital. En el PRD todo está en debate: desde el propio perfil del partido hasta sus liderazgos. El problema grave en el PRD es que sus distintas corrientes parecen estar ya con mucha claridad marchando por rutas diferentes y hasta enfrentadas. Lo sucedido en el DF en los últimos meses, particularmente desde que asumieron los delegados electos, las confrontaciones internas, el vacío que muchos de esos funcionarios (en forma notable Dolores Padierna) le hicieron a Rosario Robles, demuestran lo rudo de la lucha por el control del partido. En este sentido, todos los principales dirigentes del PRD hablan de refundar el partido, pero no pareciera que todos hablan del mismo partido.
Así Cuauhtémoc Cárdenas conserva no sólo un amplio margen de maniobra sino que sigue moviendo sus fichas dentro y fuera del partido. Con él y no con la directiva del PRD trató de negociar Santiago Creel la incorporación de perredistas al gabinete de Fox. Fue Cárdenas quien dijo que no e impuso su opinión a los sectores que eran partidarios de buscar algún tipo de incorporación al nuevo gobierno. De la misma forma, Cárdenas buscará influir en varios sentidos en el futuro del PRD. Primero, conservando algún tipo de liderazgo, no sólo nominal. Segundo, buscando tener sus piezas en la próxima dirigencia partidaria, donde todo indica que podría apoyar a Rosario Robles que, sin duda, buscará la presidencia del PRD. Tercero, impulsando en Michoacán, donde habrá elecciones el año próximo, la candidatura de su hijo Lázaro, actual senador por esa entidad y con amplias posibilidades, de presentarse, de ganar esa elección. Todo ello, en un contexto: una virtual confrontación con Andrés Manuel López Obrador, que está pensando en un PRD distinto, diferente, más duro en varios sentidos, más laxo en otros, con otras alianzas y lazos políticos que se reflejan perfectamente bien en la conformación de su gabinete. Y en este sentido los tres: Andrés Manuel, Cuauhtémoc y Rosario, tienen la mira puesta, de una u otra forma, en el 2006.
Pero no son los únicos. El PRD no puede ignorar a dirigentes como Jesús Ortega, que no sólo es de los más talentosos y serios sino también de los que mayores amarres han construido con las dirigencias estatales, con el perredismo local. Ortega y Zambrano, los llamados Chuchos, no tienen apoyo explícito de ninguno de los tres dirigentes que están en el centro del debate perredista, pero ninguno podrá, plenamente, tener el control del partido sin contar con ellos. Y no son los únicos: Amalia García, la actual presidenta del PRD buscará ser sacrificada en el futuro próximo y muchos la responsabilizan de la derrota electoral del 2 de julio, proceso en el cual Amalia tuvo su margen de responsabilidad, pero evidentemente está muy lejos de ser ella la única culpable. Amalia ha intentado recuperar su discurso original, el amplio y conciliador que la caracterizaron durante mucho tiempo y que perdió desde la presidencia partidaria, pero todo indica que no tendrá espacios reales en el futuro. En ello parece ir de la mano con su paisano Ricardo Monreal. El gobernador de Zacatecas, tiene un proyecto propio: durante el proceso electoral fue partidario de que Cárdenas renunciara a su candidatura para apoyar a Fox, es partidario de conformar un partido mucho más orientado hacia el centro que el actual PRD, está pensando en lo que él llama una tercera vía que sabe que, dentro del PRD, será muy difícil que pueda avanzar, por lo menos con las características que le atribuye Monreal.
Por eso el proyecto de Monreal depende, en mucho de lo que pueda lograr a partir de los acuerdos con otras fuerzas políticas. Ya está puesto para ofrecer su registro en este sentido Dante Delgado y su Convergencia Democrática, que se siente, también, traicionado, menospreciado por el perredismo. Allí puede confluir también Gilberto Rincón Gallardo y la Democracia Social que se quedaron a un paso de obtener el registro y que, en forma desconcertante, aceptó el ofrecimiento que le hizo Fox para trabajar en su equipo. Y todos, en realidad, están a la espera de que allí puedan residir, finalmente, los únicos que podrían ponerle una estructura nacional: priístas que rompieran con las corrientes hegemónicas en ese partido.
En este sentido, la apuesta consiste en que la corriente que encabeza el gobernador Roberto Madrazo pudiera romper con el PRI si no gana la presidencia nacional de su partido. Como que se percibe que la apuesta de Roberto es doble: si Madrazo gana el PRI por supuesto se queda y le abre la puerta a esos antiguos, en su mayoría, correligionarios. Si pierde, se lleva su corriente para crear un nuevo partido, una nueva alternativa.
Evidentemente, todo ello dependerá de lo qué suceda en el PRI. En el tricolor la situación también es crítica y la suma de poder que aún detenta el tricolor la hace aún más peligrosa para la estabilidad del partido. Allí nada está definido y la pregunta obvia que debe hacerse el tricolor es qué quiere: una restauración o una verdadera reforma y renovación. Y las cartas, en ambos sentidos, aún distan de estar claras. Sí es evidente que Madrazo buscará, ya lo anunció, la dirección del partido con el apoyo de José Murat, entre otros. Pero el PRI difícilmente procederá a resolver esa controversia en los próximos días: primero, debe definir el método para establecer una gobernabilidad interna, para definir una línea de trabajo y una nueva ubicación en el espectro político e ideológico para luego pasar a decidir, con base en ello, quiénes estarán en su nueva dirigencia. Lo contrario sería un brutal error y un pasaporte directo a la ruptura.